El suelo de Pisa, compuesto por capas de arcilla y arena, no fue adecuado para soportar el peso de la torre. La inclinación se volvió evidente apenas se levantaron unos pocos pisos. Sin embargo, lejos de abandonar la construcción, los ingenieros de la época siguieron adelante, y la torre se convirtió en un testimonio de paciencia, ingenio y resiliencia arquitectónica.
Algunos optaron por construir los pisos superiores con un ligero ángulo hacia el lado contrario, intentando corregir el error natural del terreno, lo que le da a la torre su curioso aspecto “curvado”.
Torre (2)
Desde 1173: la torre que desafió la gravedad y la lógica arquitectónica.
Con el paso de los siglos, el riesgo de colapso llevó a intervenciones modernas: desde los años 90, se realizaron trabajos de estabilización que redujeron la inclinación en unos 40 centímetros, asegurando que la torre permaneciera firme por al menos otros 200 años.
Hoy, la Torre de Pisa no es solo un campanario; es un símbolo de cómo un error puede transformarse en una ventaja inesperada. Cada año, miles de turistas se acercan para ver la torre inclinada, tomarse fotos intentando “sostenerla” con las manos y maravillarse de cómo la historia y la ingeniería se entrelazan en este monumento. La inclinación que en su momento fue un problema, hoy es lo que convierte a la Torre de Pisa en un ícono mundial, un ejemplo de cómo la imperfección puede generar belleza y fama duradera.