El árbol de mango tiene una historia milenaria que se remonta al sur de Asia, principalmente a India, Myanmar y Pakistán. Durante siglos, ha sido protagonista silencioso en la producción de frutas tropicales y en la vida de quienes dependen de sus frutos para la alimentación y la economía.
El mango, cuyo nombre científico es Mangifera indica, es un árbol perenne perteneciente a la familia de las Anacardiaceae. No es cualquier árbol: su capacidad para producir frutas de calidad superior lo convierte en uno de los más valorados por agricultores y amantes de la fruta tropical. Algunas variedades necesitan polinización cruzada, lo que significa que la presencia de otros mangos cerca es esencial para que los frutos se desarrollen correctamente.
La cosecha del mango no tiene un único momento en el año; varía según la región y la variedad, aunque generalmente ocurre entre la primavera y el verano. Los agricultores cortan cuidadosamente las frutas directamente del árbol, porque, aunque el mango ya se ve maduro, su dulzura y textura perfectas se logran dejando que madure un poco fuera del árbol. Este ciclo asegura que cada temporada podamos disfrutar de mangos frescos, jugosos y llenos de sabor.
El mango es un árbol imponente, de tamaño mediano a grande, que puede alcanzar entre 10 y 30 metros de altura, dependiendo de la variedad y el clima. Su tronco es firme y recto, mientras que sus ramas se extienden con elegancia, cubiertas de hojas largas, verdes y brillantes que parecen reflejar la luz del sol.
Algunas características destacadas del árbol y sus frutos incluyen:
El mango no es solo un fruto; es un símbolo de tradición, cultura y economía agrícola. Cada árbol cuenta una historia de paciencia, cuidado y conexión con la tierra. Sus frutos, además de deleitar paladares, forman parte de festividades, recetas familiares y mercados locales alrededor del mundo. Así, el mango se consolida como uno de los árboles más admirados y esenciales para quienes valoran la riqueza de la fruta tropical.