El árbol de mandarina tiene una historia antigua que se remonta al sudeste asiático, principalmente a China y Japón. Durante siglos, ha sido cultivado y apreciado por su fruto, presente tanto en la alimentación cotidiana como en celebraciones y tradiciones culturales.
El mandarino, cuyo nombre científico es Citrus reticulata, es un árbol perenne perteneciente a la familia de las Rutáceas. No es un árbol cualquiera: su capacidad para producir frutos dulces y aromáticos lo convierte en uno de los más valorados por agricultores y amantes de los cítricos. Algunas variedades requieren polinización cruzada para obtener frutos completos, por lo que la presencia de otros mandarinos cercanos favorece la cosecha.
La cosecha de mandarina no se limita a un solo momento del año; varía según la región y la variedad, aunque generalmente se da entre el otoño y el invierno. Los agricultores recogen los frutos directamente del árbol, cuidando de no dañar la piel delicada. Esto garantiza mandarinas frescas, jugosas y con el sabor característico que las hace tan populares.
El mandarinero es un árbol de tamaño mediano, generalmente entre 3 y 6 metros de altura, aunque algunas variedades pueden crecer más. Su tronco es firme y sus ramas se extienden en formas elegantes, cubiertas de hojas verdes, brillantes y aromáticas.
Algunas características destacadas del árbol y sus frutos incluyen:
La mandarina no es solo una fruta; es un símbolo de frescura, tradición y economía agrícola. Cada árbol cuenta la historia del cuidado y la dedicación del agricultor, mientras sus frutos alegran mesas, mercados y festividades alrededor del mundo. Así, el mandarinero se consolida como uno de los árboles más queridos y esenciales para quienes valoran los cítricos frescos y llenos de sabor.