Blanca Haydée Mazza, viuda de Ferreiro, nació el 15 de noviembre de 1925 en Capital Federal, a la vuelta de la cancha de San Lorenzo de Almagro. Este sábado 15 celebra en Mendoza, la tierra que adoptó, su cumpleaños 100 de vida con una lucidez, un positivismo y una fortaleza que conmueven.
Blanca cumple 100 años y muestra la icónica foto que marcó su destino
Porteña de nacimiento y mendocina por adopción, su historia de amor nació a partir de un cuadro a sus 15 años: su esposo pasó, la vio y se enamoró
El cuadro que marcó su vida: tenía 15 años y esa sonrisa marcó a Alfredo, quien pasaba por el local de fotografías y entró a decir que iba a "robar" esa imagen. Una historia de novela.
“Allí, en la cancha de San Lorenzo, yo patinaba”, recuerda con una sonrisa que no pierde brillo a pesar del tiempo. En esa época, Blanca era una adelantada. En 1940 no muchas niñas podían celebrar sus 15 años con una fiesta y un cuadro. Pero ella sí. Y aquella foto de sus 15 sería, sin saberlo, el inicio de una historia de amor que la acompañaría toda la vida.
Imagen antiquísima de su infancia: Blanca es la niña que mira con seriedad a la cámara. Junto a su madre y hermano.
“Conocí a Antonio porque cumplía los 15 años y en un local muy lindo sacaban fotos. Y yo fui y me saqué las fotos de los 15. Y el señor la vio tan linda que la puso en la vidriera, en un cuadro grande. Entonces Antonio, que era muy joven, pasó, la vio. En realidad, pasaba todos los días a verla”, cuenta con una precisión asombrosa.
Blanca en Mar del Plata. Siempre fue inteligente, pícara y simpática.
La historia continúa como una escena de película. “Le dijo al dueño del local: ‘Voy a hacer un robo. El robo es esa foto hermosa que está en la vidriera’”.
Así comenzó la historia de Blanca y Antonio Ferreiro, quien sería su compañero durante toda la vida.
"Mi casamiento fue uno de los días más felices de mi vida"
“El casamiento con Antonio fue uno de los días más felices de mi vida. Me casé después de ocho años de novios. Éramos muy jóvenes, pero nos casamos y fuimos muy felices. Nos hicieron la fiesta y después nos fuimos de luna de miel a Salsipuedes, en Córdoba. Y yo lo embromaba siempre con lo mismo: ‘¿Viste? Nos casamos en Salsipuedes, no te salvaste’. Y nos sonreíamos”, evoca.
La tarjeta donde invita a su celebración.
Tuvieron cuatro hijos: Silvia, Graciela, Cristian y Waldo. Llegaron luego los nietos —Federico, Alejandro, Celeste, Agustina, Marcelo, Mariana, Lucas, Guadalupe, Mariana y María Clara— y más tarde, 19 bisnietos. “Me sorprende cómo se agrandó la familia”, dice maravillada.
Su vida junto a Antonio transcurrió entre Buenos Aires y Mendoza, donde se establecieron cuando ya tenían dos hijas. “Antonio era representante en la zona Cuyo de una empresa de Buenos Aires de cajas de cartón y plásticos, donde vienen las aceitunas, los pickles, etcétera. Por eso viajaba tanto”, recuerda.
En Buenos Aires, una niña feliz.
Sobre su juventud, Blanca rememora con ternura aquellos días de carnaval en los que todo empezó a tomar forma:
“Por primera vez salimos los días de carnaval, que eran sábado, domingo, lunes y martes. Y los cuatro días fuimos a bailar, pero moderadamente, porque mi mamá era un poco antigua y no le gustaba que tan joven me la pasara bailando. Los disfruté mucho. Los cuatro días fui a bailar. Pero los últimos, él no fue disfrazado: fue vestido de traje. Llevaba un traje blanco hermoso, zapatos blancos y negros, estaba muy paquete, bien peinadito... porque era lindo, era muy lindo”, lo describe.
El día inolvidable de su boda con Antonio, quien la vio en una vidriera. Una novela.
Con el correr de los años, Blanca fue sumando recuerdos felices: “Tuve una vida feliz, muy feliz, hasta que tuve la pena de perder a mis seres queridos. Pero con el tiempo uno se va dando cuenta que, simplemente, es la vida, es común. Fui muy feliz porque tuve padres muy buenos. Mi padre era un santo y mi madre también. Ella luchaba mucho porque mi papá era viajante y se quedaba sola”.
"No tengo secretos para vivir tantos años, simplemente me llevo muy bien con todo el mundo"
Cuando se le pregunta por el secreto de su longevidad, responde con sabiduría: “No, secretos no. Lo que tuve fue que me llevé muy bien con toda mi familia y con la de mi esposo. Tuve los suegros más buenos que pudieron ser. Además, viajábamos mucho. Ya las chicas eran más grandes y yo viví con mi mamá, siempre acompañada. Y siempre estuve cerca de mis hermanos. Todos los sábados y domingos estábamos juntos, no había problema”, recuerda.
A los jóvenes les deja un consejo sencillo pero profundo: “Que se cuiden, que piensen en los padres, en los abuelos. Que sean buenos, que estudien, que no se queden con los brazos cruzados, porque no se llega a nada. Sacrifíquense, sean alguien”, expresa.
De Antonio guarda los mejores recuerdos: “Era muy bueno, y los años lo hicieron progresar. Cuando nos casamos era un empleado, y después con el tiempo fue un empleado agrandado”, bromea.
Junto a buena parte de la familia que armó y que nunca dejó de cultivar.
Una de sus nietas la define con amor y admiración: “Es mi ídola. Fue súper rebelde para su época. Cuando era joven se iba a Chile con las amigas, cuando las mujeres de entonces se quedaban con los maridos. Ella se iba a Chile con las amigas”.
“Es súper dedicada con sus nietos, los ama a otro nivel. Es pícara, una mujer pícara y sabia, súper simpática, sociable, con una chispa y una memoria que no dejan de sorprenderme. Y supo formar una familia lindísima. Aunque sus hijos vivieron en distintos lugares, todos quieren volver a Mendoza. Vamos a pasar Navidad por ella, todos juntos, en Mendoza y viene familia de España, Brasil, Buenos Aires. Realmente es una persona que supo armar su familia”, agrega.
Este sábado 15, Blanca soplará las velitas del siglo rodeada de quienes más la quieren. Será una celebración de su vida, de su amor con Antonio, de sus recuerdos y de esa foto en una vidriera porteña que cambió para siempre su destino.











