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Ariel Magnus cuenta, con humor judío, cómo llegó Einstein en 1925, "la visita más importante que recibió el país en su historia"

El novelista argentino Ariel Magnus, radicado ern Alemania ha publicado ahora, en clave de ficción Einstein en un quilombo

Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975) volvió, hace cuatro años, a vivir en Alemania, país que marca con trazo grueso su pasado y su presente, pero también buena parte de su bagaje creativo.

En los años treinta, durante los turbulentos tiempos que rodearon la Segunda Guerra Mundial, parte de su familia debió marchar al exilio. Otra parte, fue víctima de Auschwitz. Uno de sus libros significativos que se desprenden de esta temática es El desafortunado (2020), sobre la presencia de Adolf Eichmann, el arquitecto del Holocausto, en nuestro país.

Quizá esos recuerdos contribuyan a emponzoñar hoy su mirada en derredor. Cree que la guerra en Europa es “inminente”, bajo la “sombra espantosa” que desparrama la situación ucraniana.

Mientras tanto, continúa alimentando sin pausa su corpus narrativo. El nuevo título, que motiva la siguiente entrevista, es Einstein en un quilombo, donde cuenta, en clave de ficción histórica, de comedia de costumbres, de intimidad didáctica y científica, etcétera, la visita del célebre premio Nobel de Física a Buenos Aires, en 1925.

La historia mezcla personajes reales y ficticios, juega con los tiempos y hasta se atreve, con un singular sentido del humor, a introducirlo a Einstein en un burdel ambientado con todos los símbolos sagrados de la cultura judía.

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Tapa de Einstein en un kilombo, de Ariel Magnus.

Tapa de Einstein en un kilombo, de Ariel Magnus.

Pocas horas antes de su diálogo, desde Berlín, con el programa La Conversación de Radio Nihuil, Magnus obtuvo en España el IV Premio de Novela Ciudad de Estepona, con Mentir la verdad.

Se trata de una obra “autobiográfica” que desarrolla una historia de nazis establecidos en Argentina.

-Hola, Ariel. Estás en Berlín, que es ahora tu casa. ¿Desde cuándo?

-En Berlín, sí. Ya van a ser cuatro años, de vuelta.

-Exacto, porque lo tuyo ha sido un ir y venir.

-Yo viví acá, en Alemania, del '99 al 2005. De esos seis años, cuatro fueron en Berlín. Y ahora estoy nuevamente desde el 2020.

-Hace poco hablamos con Alan Pauls, que también está viviendo en Alemania y él admitió que ustedes, en Europa, están pasando por una situación complicada, muy cerca de zonas de guerra, ¿no?

-Sí, sí, sí. Claro. La guerra está presente. Depende cómo uno se lo tome. Para mí es inminente. Y es una sombra espantosa. Es totalmente espantoso saber que en cualquier momento se van a empezar a matar todos y esto va a estar todo lleno de sangre de vuelta.

-¿Cómo gestionás, bajo esa amenaza, el día a día?

-Nosotros tenemos la ventaja de que en cualquier momento nos tomamos un avión, un auto o lo que se pueda tomar para escaparse. Y podemos rehacer nuestra vida en cualquier lugar, sobre todo en Argentina. Otros, no tanto.

-Pero seguís ahí, por ahora.

-Bueno, tener esa posibilidad también te plantea por qué no lo hacés ya, por qué no te fuiste. Yo no tengo hijos, pero a los que sí los tienen les hago siempre el mismo chiste. Les digo: papá, ¿qué hacías en enero de 2026, en Berlín, cuando empezaron a caer las bombas?

-Pregunta clavada.

-No… estábamos viendo de no sé qué... titubea el padre. Pero ¿no te diste cuenta que hace tres años que estaban anunciando la guerra? Bueno, sí, pero... ¿Cómo le explicás!

-Difícil explicación, convengamos. Muy difícil.

-Cuando vivís en presente, te das cuenta qué lento que es todo. Para mí es interesante, porque yo vengo de una familia de un abuelo que se tuvo que ir de Alemania; de todos los abuelos que se fueron de Alemania. Hay una parte de mi familia que se fue recién en el '38. Y hay otra que directamente terminó en Auschwitz.

-Tremendo. ¿Qué te queda de todo eso?

-Del abuelo que se fue en el '36, tengo un diario donde va contando su historia. Este es más dramático. Nada es comparable, por supuesto. Pero, por otro lado, sí lo es, porque hay algo que se va gestando como con una lentitud; algo que, cuando ya pasó, no lo entendés.

-Te pasa la ola por encima.

-Cuando la vivís en presente, es espectacular, además, ver cómo va cambiando la sensibilidad de la gente. Cuando Rusia invadió Ucrania, se decía: esto tiene que terminar, van a ser cinco minutos, nos sentamos a hablar con Putin, queremos la paz y qué sé yo. A las tres semanas ya era: no, Putin, invasor, asesino, no puede ser, con ese no se habla. Y dos, cuatro meses más tarde, nos tenemos que rearmar y vamos a invadir Rusia.

-Qué loco todo, ¿no?

-Hay un movimiento belicista en Europa. Ahora ponen el servicio militar. Si decían, hace cuatro años, ponemos el servicio militar, sonaba a chiste, nadie pensaba que iban a hacerlo.

-Y ahora sí.

-Ahora no solamente lo ponen, sino que la gente quiere ir a la guerra.

-Sin medir las consecuencias.

-Ni bien empiece la guerra y te pongan dos imágenes de alguna atrocidad, ya tenés a todos los jóvenes de dieciocho años alistándose para ir a hacerse matar, como pasó en la Primera, como pasó en la Segunda. ¿Cómo puede ser, cómo puede ser!, te preguntás. Y bueno, es.

-Y uno tiende a creer que la humanidad aprende...

-¡No, no, no!

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"Hay un movimiento belicista en Europa", reflexiona Ariel Magnus.

"Hay un movimiento belicista en Europa", reflexiona Ariel Magnus.

-Enseguida, por ejemplo, después de vos, vamos a hablar en este programa con Abrasha Rotenberg, que nació en Ucrania bajo el poder soviético, hace noventa y nueve años, logró huir con su familia milagrosamente vía Alemania y hoy ve que la historia se repite.

-Por supuesto. Yo tengo mi ventaja. Sé por qué estoy acá. Tengo mis asuntos personales, digamos. Y a eso se agrega que en la historia también tenés ejemplos contrarios. ¿Hubo cuántos años de guerra fría? Está esa famosa frase, que es buenísima. Dice: la paz significa que están tirando bombas en otro lado.

-Tal cual. Ni hablar.

-Pero cuando te ponés a mirar, siempre están tirando bombas en algún lado. Y a veces nos preocupa más, a veces nos preocupa menos, de acuerdo a quién las tire o cuán cerca caigan. Entonces negociás con tu vida privada, qué te conviene, qué no, qué haces, qué no, siempre con la fantasía de que, si pasa algo, yo salgo. Pero es una fantasía que te puede salir bastante mal (sonríe).

-Para un escritor que produce mucho como vos, el hecho de estar bajo un estado de inminencia, de amenaza, etcétera, ¿motiva la creatividad, te incita a buscar nuevos temas, te pone las pilas o te deprime?

-No sé cuánto influye. Sí influye en los temas que de repente te interesan. Te das cuenta de que cambiás un poco la mentalidad. Pero eso te pasa no solamente con la guerra. Te pasa con todo.

-¿Cómo qué?

-Yo escribo desde muy chiquito y como conté algunas veces, mi madre, en vez de mandarme a un taller de escritura, porque, según creo, no había en mi época...

-¿No había? ¿Estás seguro?

-Yo soy muy viejo, soy del '75 y creo que casi no había. Entonces mi madre me mandó un taller de periodismo. Por lo tanto, me formé como periodista. Soy muy sensible a la noticia del momento, algo que te puede jugar a favor o en contra, de acuerdo con cómo lo tomás después para hacer literatura a partir de eso.

-¿Y a vos cómo te ha jugado, en líneas generales?

-Por ejemplo, surge la inteligencia artificial. Ahora estoy por sacar un libro que escribí con ChatGPT, porque reacciono muy rápido a lo nuevo que ocurre. Y la guerra es una de esas cosas y se cuela en lo que vas escribiendo, aunque no tenga que ver directamente.

-¿Cómo te hace sentir, pues, este estado de cosas?

-La pregunta es si me deprime o no me deprime. No. No me deprime. Todo input de la realidad para la creación es bueno.

-¿Pero te pone bien en la diaria?

-Para mi situación personal, sobre todo si estás contento en un lugar, no está lindo vivir con la sombra de que en algún momento se puede desatar una guerra de la que, además, quizás no podés sobrevivir; y quizás terminás muriéndote en el mismo lugar en el que se murieron tus abuelos. Y vos, que siempre te preguntaste ¿por qué tardaron tanto en irse?, como un idiota volvés para morirte ahí (ríe).

-Todos los escritores que hemos entrevistado aquí se consideran enemigos de la inteligencia artificial. Hasta que llegamos a Alan Pauls, que fue el primero en aceptarla como algo inevitable. Vos sos el segundo en ir por un camino similar.

-No, ¡pará, pará!, te tengo que cortar. ¿Cómo el segundo? Yo soy el primero. ¡Estoy publicando un libro con ChatGPT! Te pido por favor (risas).

-Sos el segundo en cuanto al orden de nuestras entrevistas. Te damos la prioridad. ¿Pero te tirás en contra de ChatGPT?

-No. ¿Cómo vas a ir en contra! Perdón, pero es como ir en contra de Rusia. ¡Te va a pasar por arriba! (risas). O sea, ChatGPT es una cosa espectacular y hay que enfrentarse a eso.

-¿Cómo manejás la cosa entonces?

-Con el ChatGPT me pasan cosas en dos niveles, como escritor y como traductor. Son distintas. Como escritor ocurre todo el tiempo. Sobre todo, cuando trabajás con ideas y, si trabajás con cosas históricas, ni hablar. Digamos, te surge una idea que te parece genial, que no tuvo nadie. Y ni bien te ponés a investigar un poquito, te das cuenta de que escribieron ochenta novelas sobre el tema, de que ya está todo dicho.

-¿Qué hacés en ese caso?

-O no lo hacés y te deprimís. O agarrás y lo incorporás. O lo ignorás, que es peor. Eso hacen algunos. Un poco lo admiro. A veces veo algunos libros y digo: pero antes de él escribieron esto tres o cuatro, por lo menos, que yo conozco; y no los citan ni se hacen cargo. Bueno, yo soy de lo que se hacen cargo.

-¿Cómo?

-Voy, lo leo, me hago cargo, trato de incorporarlo. Hay que incorporar eso porque somos parte del mismo ecosistema literario. Y ChatGPT tiene eso, con sus ventajas y sus desventajas.

-¿Qué rédito le sacás?

-Es como un autor más, digamos. Un autor más con el que me gusta discutir y ver qué onda. Ya lo hago más de una vez. En principio queda ahí, después hay que ver cómo se desarrolla.

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Para Magnus, ChatGTP es un autor más

Para Magnus, ChatGTP es un autor más

-¿Te cambió algún punto de vista?

-Yo soy como una especie modernista demodé, en el sentido de que vengo de un modernismo de los formalistas rusos de hace cien años.

-¿Cómo traducís esa escuela?

-Es la muerte del autor y toda esa cosa, que después retomaron los franceses. Se trata de una idea de que el libro se tiene que valer por sí mismo, no importa la biografía de los autores. Yo era muy tajante con eso. Y lo interesante del Chat es que te desarma completamente esa posición, porque de repente no te da lo mismo que un libro haya sido escrito por un ser humano o por una computadora. Eso no lo había pensado.

-Muy buen punto.

-Cuando me dijeron se murió el autor, nunca me dijeron, a su vez, que se murió el autor y ahora hay una computadora (ríe).

-Claro. ¿Cómo se digiere eso?

-Si algo está escrito por una computadora, realmente no me interesa. Vamos a ver. Ya me refutarán, pero creo que me voy a dar cuenta muy rápido. Hace poco fui jurado de un premio y tenía miedo de que me llegara algún manuscrito de computación.

-Vos te manifestás apegado a la vieja escuela modernista a la que no importa el autor, justo ahora que se ha puesto de moda la literatura del yo.

-Sí, claro. Yo soy tremendamente crítico de la literatura del yo, aunque la practico (ríe).

-¿Cómo se entiende?

-Es gracioso. Hago como una autoficción ficcional, porque no me interesa para nada la autoficción. No me interesa como género, no me interesa practicarla, pero me doy cuenta de que es lo que ahora te piden, lo que existe. Y como tengo esa cosa medio periodística, digo, bueno, la incorporo.

-¿Cómo la incorporás?

-Te hago una autoficción que es mentira. Hace poco publiqué una novela sobre pornografía donde cuento cosas de mi vida, por ejemplo, que me separé. Y un periodista me dice: ¡Te separaste! ¡Después de tanto tiempo! Y no (ríe). Es una ficción. Entonces, no soy yo.

-Esa novela de la que hablás es La fiesta de un fauno, ¿no?

-Sí, esa.

-Justamente hablamos con vos de ese libro cuando salió.

-Perfecto, sí. La autoficción es la escritura autobiográfica. Siempre existió. Ahora le dieron un nuevo término, no sé por qué. Mi problema principal es exactamente esto que tiene que ver con el autor. A mí, que un libro sea verdad, me puede interesar si el libro me interesa por lo que cuenta.

-Está claro que cruzar realidad y ficción te importa poco, sobre todo en esta nueva novela. Pero fijate que recién hablábamos de la inminencia, hoy, de la guerra en Europa, siendo que tu personaje, Albert Einstein, que es real, viene a la Argentina desde la primera gran guerra y toda la época va avanzando hacia la Segunda Guerra Mundial. Como que seguimos dentro de un mismo clima, ¿no?

-Sí. Pero eso no es un mérito de la novela sino un demérito de nuestra historia. Como acabás de decir, simplemente nos repetimos. Es como un reloj. Ponés cualquier hora y en algún momento va a ser la hora justa. Solo hay que esperar que eso suceda, lamentablemente.

-¿Cuándo escribiste esta novela? ¿Cuándo la terminaste?

-La escribí hace mucho tiempo.

-¿Cuánto es mucho tiempo?

-No sé bien. Unos diez años, ponele.

-Con más razón.

-¿Te maté la interpretación?

-No, al revés. Lo que impacta es que, en la visita de Einstein a la Argentina, que es el leit motiv de tu novela, la cuestión judía es central. El sionismo lo quiere usar a él como bandera. Y cuando el científico se pone a hablar con Leopoldo Lugones sobre el proyecto de Palestina, éste le dice: "Quimeras, amigo mío. Ese sitio es una bomba de tiempo. Sin la ayuda de Inglaterra y de su armamento no podrán sobrevivir". Cien años después de ese supuesto diálogo, la bomba estalló. Te anticipaste a la realidad.

-(Sonríe) Hay que decir una cosa con eso. La conversación entre Lugones y Einstein no la sé. Sé que se reunieron, pero no qué se dijeron. Ahora, como hago con mis novelas "históricas", entre comillas, yo me baso en todo lo que puedo encontrar de material real para crear la ficción. O sea, trato de que sea lo más verosímil posible, también como desafío conmigo mismo, porque yo tengo bastante imaginación y me desvarío si no tengo límites, si no me pongo las reglas del campo de juego.

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"Einstein viajaba como bandera del sionismo", define el escritor.

"Einstein viajaba como bandera del sionismo", define el escritor.

-¿Cómo fue, en este caso, respecto de crear el Estado de Israel?

-Esto de que se discutía sobre si iba a ser en Palestina o incluso en Argentina, es verdad. Aparece en el libro de (Theodor) Herzl. Einstein viajaba como bandera del sionismo. También es verdad. Por eso fue a Argentina. Y por eso no lo recibió la comunidad alemana. Por eso en el libro sobre los quinientos años de los alemanes en Argentina, que se publicó en 1950, no aparece la visita de Einstein.

-¡Que fue todo un acontecimiento!

-Fue la visita, no de un alemán; para mí es la visita más importante que recibió el país en su historia. No tengo dudas de eso.

-Es difícil calibrar, hoy, tamaña negación.

-Era una cosa súper álgida porque la cuestión antisemita en Alemania no empezó en el '33, ni en el '25, sino en el siglo XIX. Es decir, eso ya estaba ahí.

-Pero resulta significativo cuán actual resulta ese tipo de temas que ya se debatían en aquel entonces.

-Tenés razón. Ahora se puso súper actual. Pero que eso era una bomba de tiempo, siempre lo fue. Gaza no empezó el 7 de octubre. Es un problema que ahora explotó de una forma espantosa, pero que siempre fue espantoso, siempre fue así de horrible todo.

-Claro, pero vos te adelantaste diez años con mucha precisión.

-Es que no hacía falta esperar ni el 7 de octubre ni la invasión ahora de Gaza, para saber que eso no va a funcionar, porque no funcionaba desde antes. No es que antes estaba todo bien. Cualquiera que sepa mínimamente, entiende que eso siempre fue un problema desde el principio. Por lo tanto, se puede jugar con que alguien como Lugones supiese que eso iba a pasar.

-¿Y si hubieras desarrollado la misma trama en estos tiempos?

-Si lo tuviera que escribir hoy, ¡uff, qué problema! Realmente algo cambió, por supuesto. Cambiaron un montón de cosas, pero es un tema para otra entrevista.

-Es razonable.

-Si puedo derivarme un poco, te cuento que acabo de publicar mi primera novela en alemán acá. Y ahí hay un amorío entre un judío y una árabe. Eso también lo hice antes del 7 de octubre y me digo: ¿hoy lo podría escribir igual? ¿Podría hacer los mismos chistes? Qué sé yo. Ahí sí que es un problema, porque eso te limita, cosa que odio. ¡Odio que me limiten!, pero... bueno.

-Pasemos a otro aspecto. ¿Qué dicen tus amigos judíos, tus familiares, tu gente, de tu novela?

-(Ríe).

-La pregunta es porque, cuando Einstein y Lugones entran al burdel, al Grand Kusher, está todo ambientado con los símbolos judíos más sagrados. ¿Cómo reacciona un judío ortodoxo?

-(Sigue riendo) No tengo amigos judíos ortodoxos.

-¿No? ¿Y no te han ido a buscar todavía?

-Todavía están ocupados con otros asuntos. Pero digamos un par de cosas sobre eso. Primero, hay algunos que llegan hasta a negar a la mafia judía que hubo en Argentina, que vivía de la trata de personas, la Zwi Migdal. Es famosísima y existió obviamente.

-¿Con qué tipo de tolerancia?

-La propia colectividad judía, en su momento, se ocupó de expulsarla de la comunidad sin atenuantes. No transaron con ellos. Esa historia está clara. Por eso los tipos tenían todo propio, tenían hasta su propio cementerio, sus propios templos, porque era aberrante lo que hacían.

-Un colega, Oscar Pinco, nos contó algo similar sin haber leído tu libro, o sea que ratifica todo cuanto estás contando.

-Es todo real, claro. Por supuesto, cuando hay algo judío, siempre está el antisemita que aprovecha, te habla de la mafia judía y se empieza a encarnizar. Ante lo cual, vos le respondés: parece que a vos no te molesta que sea una mafia, lo que te molesta es que sea algo judío.

-Reacción medio de cajón, sí.

-A mí me gusta compararlo con el tipo al que lo cagó una mina. Se enoja, obviamente, putea, lo que quieras, pero después empieza a encarnar y empieza a hablar mal de las mujeres. Se vuelve un misógino tremendo. Con el judaísmo pasa un poco lo mismo. Ahora está todo confundido, porque también se usa mucho la acusación de antisemitismo para no permitir ningún tipo de crítica, etcétera.

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"Cuando hay algo judío, siempre está el antisemita que aprovecha", es otra definición de Magnus.

"Cuando hay algo judío, siempre está el antisemita que aprovecha", es otra definición de Magnus.

-Volvamos a la mafia de la Zwi Migdal.

-Eran como narcos, o sea, tenían toda la plata. Y era una tentación enorme mantenerlos adentro, porque te bancaban todo. Por lo cual yo me dije que, si tenían todo, habrán tenido un burdel también. Y me parecía gracioso poner todas las partes judías.

-Pero, te repito, ¿no te han dicho nada?

-Yo ahí no creo que ningún judío te diga nada, porque si algo caracteriza a este pueblo es su capacidad para reírse de sí mismo. Espero que eso sobreviva.

-Este tramo al que estamos aludiendo es como el corazón del libro. Allí está el prostíbulo al que llaman La Pierna Prometida, atendido por una mujer que es la primera rabina de la historia, donde unos tipos con violines interpretan clásicos de la música jazídica, con habitaciones numeradas según el calendario bíblico, con camas que tienen forma de estrella de David y donde se mostraban versiones pornográficas del éxodo de Egipto... ¡Un muestrario espectacular!

-(Ríe) ¿Y por qué no? Estamos haciendo chistes con cosas de la Zwi Migdal que eran horribles. Realmente no se puede hacer chistes con esto, pero bueno...

-Convengamos que sos un zarpado.

-Sí, sí, siempre lo fui. Por suerte, puedo hacerlo, también, porque, ¿viste?, siempre está esa cuestión de "yo soy judío, así que puedo decirlo". Tenés siempre esa excusa. Y la uso.

-¿Y cuando te zarpás así, siempre estás sobrio?

-(Ríe) Sí. ¿Sabés que yo no tomo? Incluso empecé a tomar vino de grande, un poco.

-¿Por qué lo hiciste?

-Empecé a tomar vino no sé por qué. Por acompañar gente. Por ejemplo, tuve auto de muy chico, de mis padres. Y era el que llevaba a todo el mundo a su casa, porque era el único que, no solamente tenía auto, sino que no tomaba.

-¿Y cómo te iba?

-Tuve problemas con novias, porque ellas tomaban y yo no quería. Una vez fumé un porro y traté de escribir.

-¿Y?

-Cualquier cosa. ¡No sirve para nada! No me interesa. No, es un delirio.

-Preguntaba porque Polo Lugones, para incentivarlo a Einstein, le convida cocaína y ahí el Premio Nobel empieza a esnifar alegremente. ¿Lo hacía de verdad, en la vida real?

-Eso sí. Él era cocainómano, por eso lo puse. No sé si el padre también.

-¿Y vos qué?

-No. Esa droga ni la toqué. No lo recomiendo a nadie. Ni cerca.

-Hay otro pasaje significativo. Es cuando Einstein y Lugones se ponen a intercambiar pareceres sobre el suicidio. De algún modo resuenan por detrás los planteos de Albert Camus.

-Sí. A Camus lo estuve releyendo para otra cosa que escribí. Es increíble lo que me influyó. Me leí todos sus libros. Y todo es importante.

-¿Todo?

-Mirá, de hecho, escribí un libro sobre arqueros. Porque yo, de chico, era arquero.

-¿Arquero de qué onda?

-Soy muy petiso. Y de chico era más petiso todavía.

-¿Pero eras bueno?

-Yo creo que sí y me defiendo. Pero me llenaban la canasta todos los partidos. E igual era bueno.

-¿Cómo es eso? Eras bueno, pero te mataban a goles.

-Eso existe. Un arquero te puede confirmar que podés ser bueno, aunque pierdas todos los partidos por muchos goles.

-Atendeme, podés ser buen arquero, pero de futsal. ¿Cómo te las arreglabas, siendo petiso, en los arcos reglamentarios gigantes?

-No sé cómo hacía, pero, bueno, me las apañaba. Al principio, no llegaba al travesaño. Pero tengo buenos reflejos. Además, cuando jugás con chicos más chicos, les cuesta colocarla arriba. Y si sabés salir rápido a achicar…

-De acuerdo. Te creemos.

-La cuestión es que Camus era arquero. No hay ningún puesto de la cancha de fútbol que tenga más filósofos, premios Nobel y todo lo que quieras, que el arquero. Y Camus es uno de los más importantes.

-¿Qué sacaste de ahí?

-Lo que quise decir es que todo El mito de Sísifo tiene que ver con que Camus fue arquero. O sea, en vez de, simplemente, citar a Camus, como hace todo el mundo, hice toda una teoría. Me pregunté ¿qué significa eso? ¿Qué hizo el puesto de arquero en Camus?

-¿A qué conclusión llegaste?

-Yo creo que el puesto de arquero te cambia la vida. A cualquiera se lo hizo y a Camus también. Eso también es zarpado (ríe).

-Además de que en tu novela se intercambian personajes reales y ficticios, de que hacés saltos en el tiempo, etcétera, también dibujás una colorida estampa del Buenos Aires de la época y de lo que significa la Pampa como paisaje, de la carne argentina, del dulce de leche, etcétera.

-Me encanta hacer eso. Y me doy cuenta de que me encanta porque, en la novela alemana que te mencioné, lo que hago es exactamente lo contrario. Son dos extranjeros en Alemania hablando de Alemania. Entonces, me encanta llegar a Argentina con ojos de extranjero y mirar mi país con ojos extranjeros.

-Claro. Tiene otro sabor.

-Hacer comentarios y chistes, etcétera, desde ese punto de vista, es uno de los placeres de novelar visitas extranjeras.