Autora de la "novela rota"

"Alguien a quien contarle todo", novela de Joana D'Alessio, una manera de mirar el dolor de frente

Joana D'Alessio nació en Brasil porque sus padres argentinos estaban exiliados. Tiene un tío desaparecido en dictadura. Su debut como novelista fue con elogios de la crítica

Antes de dedicarse plenamente a la literatura de ficción, Joana D’Alessio fue ajustando sus herramientas expresivas en la realización y producción cinematográficas, la publicidad, la edición literaria.

Alguien a quien contarle todo, su debut novelístico, recibió el temprano beneplácito de la crítica.

Definido como una “novela rota”, el libro reúne una serie de relatos o cuentos cortos en torno a una misma trama familiar. Se mezclan ahí todos los climas emocionales: el dolor, las alegrías momentáneas, las pérdidas, los amores cercanos, los consecuentes desamores. En fin, la vida, tal como es.

Y la propia vida de D’Alessio, justamente, ha sido un profuso manantial de motivaciones. Nació fuera del país, por razones de exilio; un tío suyo resultó desaparecido y pudo elaborar esa historia en el cine; tuvo mellizas, se divorció… y ahora escribe.

Joana habla desde un balcón del barrio de Núñez, Buenos Aires, en “una mañana linda, soleada, un poquito húmeda”, tomando su mate de yerba orgánica, con el programa La Conversación de Radio Nihuil, compartido con Esteban Tablón.

-Antes de hablar de tu libro, Joana, una curiosidad: ¿por qué naciste en Brasil?

-Porque mis papás se exiliaron, en el ’77. El hermano de mi papá es desaparecido. Sobre eso hice una película en mi época de productora.

-¿De qué se trata?

-Es un documental de observación llamado Sofía cumple cien años. Es la historia de mi familia contada, principalmente, a través de las vivencias de mi abuela, que es la madre del hermano desaparecido de mi papá. Siempre fue una mujer muy especial porque tenía la pena enorme por haber perdido un hijo de esa manera. Es algo de lo que ella hablaba un montón. Estaba muy presente en su vida. Pero también era una persona súper alegre, súper activa, que vivió 105 años.

-Claro, eso le da el título a la película.

-El documental es sobre los meses anteriores a su cumpleaños número 100.

-¿Te hizo bien realizar ese documental?

-Sí, sí, sí. Fue una cosa espectacular en mi vínculo con mi abuela y también en mi vínculo con el mundo.

-Te preguntaba porque, no hace mucho, entrevistamos a Laura Alcoba, radicada en París, quien en algún momento necesitó contar, en la trilogía La casa de los conejos, su historia de padres Montoneros y su posterior exilio en Francia. A ella también le hizo bien eso.

-Sí. No leí esos libros. Los conozco. Me los regaló mi papá. En el caso de nuestra familia, mi abuela podía hablar mucho del tema. Mi papá, no. Algunas personas habían podido atravesarlo y hablarlo; para otras, estaba más trabado. Bueno, esta producción mía fue como una manera de destrabarlo.

-Fijate vos que a Laura Alcoba le quedaron muchos puntos suspensivos en su historia personal. Pero no lo pudo hablar con su madre todos estos años porque ella no ha tenido la predisposición de recuperar aquella experiencia y evaluarla.

-Es que hay cosas de las que resulta casi imposible hablar. Justo me hiciste acordar de un libro que yo edité, Parte de la felicidad, de Dolores Gil. Es una historia autobiográfica en primera persona, sobre una tragedia, un accidente doméstico que tiene su hermana a los cinco años.

-¿Y cómo trata el tema?

-Fue algo muy fuerte que quedó como un agujero. O sea, hubo un accidente, una escena tremenda que queda como suspendida. Y la escritura del libro para Dolores es como volver a traer a la memoria a su hermana, que había queda borrada, como si no hubiera existido.

-¿Y en tu caso?

-Justamente, mi libro empieza con una cita de Joan Didion que, también, tiene un poco que ver con eso. Lo que dice ahí es: yo quiero saber dónde está el dolor, porque pienso que, si lo mirás de frente, da menos miedo. Yo trato de ir por ahí. Pero a veces es muy difícil igual.

-Claro. Didion dice respecto del dolor: “Quiero saber dónde está”. ¿Vos sos de mirar en la llaga, entonces?

-Sí (ríe).

-No te hacés la zonza.

-(Sigue riendo) No me sale. ¡No me sale! Creo que parte de escribir también tiene que ver con mi imposibilidad total de negar; o sea, la posibilidad de que podemos morir en cualquier momento, de no conectarme con las cosas que me duelen. Yo, lamentablemente para mi vida, estoy muy conectada con esas ideas. Y escribir es una manera de aliviar un poco esa parte de la vida.

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-Eso de escribir para aliviarte te demandó un tiempo, porque antes te dedicaste al cine, a la edición, etcétera. Fuiste una escritora tardía. ¿Por qué?

-No sé. La vida me fue llevando… Estudié sociología, filosofía, después cine. Estudié dirección de cine. Después me dediqué a la producción. Hice documentales, películas de autor, películas comerciales. Y cuando nacieron mis hijas, fue como un movimiento de placas tectónicas. Yo tengo mellizas.

-¿Qué edad tienen?

-Tienen once años.

-¿Cómo se llaman?

-Sofía y Juana.

-¿Y se llevan bien?

-Mmm… Es un momento muy crítico. Siempre se llevaron bien, pero ahora están entrando en la preadolescencia y estoy un poco preocupada.

-Estamos asombrados. Los dos que estamos haciendo la entrevista también somos padres de mellizos.

-(Ríe a carcajadas) ¡Llamemos a alguien más! ¡Hagamos un programa sobre mellizos!

-No te hagás problemas. Es una edad donde compiten, la de tus hijas. Después se amigan.

-Es difícil porque, ¿viste?, el nacimiento, la crianza de los primeros años, fue todo bastante fuerte. En un momento empezaron a ser más autónomas y todo se alivió. Se llevaban bien, estaban más tranquilas. Pero eso duró repoco. Ahora están preadolescentes y empezó una serie de batallas, de guerras. ¡¿Qué pasó?!, me digo.

-Vos sos separada o divorciada, ¿no?

-Sí, correcto.

-¿Hace cuánto?

-¡Ay, nunca sé! Creo que tres años.

-Es para saber cuánto tiempo llevás de lidiar sola con las mellizas.

-Igual, no me siento que lidio sola. Tengo una red enorme de abuelos, amigos. Tengo ayudas de todo tipo.

-Pero en algún momento te quedás solas con las chicas en la casa.

-Lo que hubo, sí, fue 2020. El padre de las chicas estaba trabajando en un proyecto afuera y hubo toda una parte de estar mucho tiempo acá, sí, literalmente sola.

-Ahondando un poco más en vos, ¿considerás que has tenido una vida lo suficientemente intensa y ajetreada como para volcarla en los capítulos de tu llamada “novela rota”? ¿O simplemente es talento literario?

-(Sonríe) ¡Qué difícil la pregunta! Hace poco leí un libro de Murakami sobre la escritura. Dice que, para escribir, no hay que tener un talento demasiado especial; que el escritor no es una persona especialmente inteligente, sino que es alguien que trabaja con algo bastante rudimentario y que tiene ganas de pasar mucho tiempo solo y encerrado. Y a mí me encanta esa idea porque yo me siento muy identificada.

-A propósito de esto, ¿cómo te describirías, en cuanto a afrontar el trabajo literario?

-Me parece que es un trabajo como muchos trabajos. Yo tengo mucho tesón. Soy muy insistente. Cuando se me mete algo en la cabeza voy, voy, voy. No puedo abandonar proyectos.

-¿Y aplicado este autorretrato a tu libro?

-Cuando empecé a escribir y se me ocurrió la idea de los cuentos conectados y de la novela, fue algo de lo cual estuve detrás mucho tiempo, muy intensamente.

-Volvamos a la pregunta inicial: ¿cuán agitada fue tu vida?

-Tuve una vida no sé si tan intensa. No creo que haya sido especialmente intensa. La tragedia de mi tío que les conté capaz que sea lo más fuerte que haya pasado mi familia. Después, hay muchas cosas que aparecen en el libro como enfermedades, muertes, etcétera. Y yo me he preguntado: ¿no es demasiado? Nadie me lo dijo.

-No pareciera serlo.

-Lamentablemente, no es demasiado. En la vida pasan todas esas cosas juntas, ¿no?

-Esto lleva a la pregunta inevitable: ¿cuánto de autobiográfico tiene tu libro? La historia está relatada por una mujer, en primera persona, con algunas problemáticas que parecieran asemejarse a algunas de las tuyas.

-No sé. Inevitablemente, yo no escribo policiales ni ciencia ficción. Diría que hay un montón de mi forma de pensar el mundo y los vínculos, las relaciones, en general. Una mirada sobre todo eso. Y, por otra parte, hay dentro del libro muchísimos sucesos que no me han pasado en particular. De hecho, estuve un montón de tiempo para escribir el capítulo de la muerte de la madre.

-¿Cómo abordaste un tema agudo pero que te resulta más ajeno?

-Me puse a leer, a investigar sobre el duelo, sobre la muerte. Fue ahí que leí a Didion: El año del pensamiento mágico, Noches azules; también De vidas ajenas, de Carrère. Tuve toda una etapa muy feliz y alegre de leer libros de muerte (ríe). En fin, trabajé para encontrar ideas que me sirvieran para construir eso desde un lugar muy verosímil.

-¿Quedaste conforme?

-No sé si es verosímil la palabra… A mí me gusta leer y sentir una fluidez. Yo quería lograr algo de esa voz, como que es alguien que parece que te está hablando, que te está contando su vida.

-Sí, ese es el tono de tu historia. Como si alguien te estuviera hablando al oído de cosas muy íntimas y emotivas. Nos recuerda a otra entrevista que venimos de hacer con Marta Barrio por su libro Leña menuda.

-No leí ese libro, pero a mí me encanta en general toda esa literatura de historias terribles. De hecho, mi editorial Vinilo, que es de no ficción, como el libro de Dolores Gil, va un poco por ahí. Ahora bien, retomando el hilo anterior, en mi libro no es tan importante el peso de lo autobiográfico.

-¿Cuál es el punto de apoyo, entonces?

-Tomemos el caso del libro de Dolores. Está escrito como para traer a una persona de vuelta al mundo. Es como reponer algo de una experiencia. Mi libro no va por ahí. Hay un dispositivo, herramientas, que ponen el peso en la ficción. Así es la estructura de los cuentos.

-Ahora bien, vas tirando frases que te hacen pensar. Por ejemplo, la protagonista dice que su “mamá tenía la teoría de que las parejas que van a terapia se separan”. Son como alfilerazos distribuidos por el texto.

-(Ríe) ¡Qué bueno! Me agrada que encuentres esos alfileres.

-El capítulo “Todos los cuerpos sirven” es muy potente y variado. Resulta interesante la relación padre-hija y tiene, además, una profunda connotación erótica. ¿Estabas buscando provocar esas sensaciones?

-Cuando escribí el libro tenía la idea de un clima y de un personaje, pero no la estructura de lo que iba a pasar. ¿Cómo llegué al final de ese cuento? Estoy tratando de acordarme.

-Es de alto tono…

-Sí, sí, es jugado. Me lo han dicho. Pero no tenía una intención de llegar a eso, sino que, al principio, había un clima de corrida bancaria, en donde ella está recién separada y tomada por esa angustia. Es un contraste entre lo que le pasa ella y lo que pasa a su alrededor. Son dos cosas muy fuertes, de mucho peso. El contexto te chupa, te lleva a hacer algo y ella está cargada de toda esa energía.

-Por eso queda muy fluido el paso rápido a la intimidad.

-Claro. Pero no es un efecto querido. No es que quisiera una escena de sexo, no tenía una intención en relación a eso. Fue algo que fue apareciendo y… creo que se logró una naturalidad.

-Hay otra lectura posible de tu trabajo. Es como un libro de pérdidas. Vas elaborando las pérdidas de la mamá, de la relación matrimonial, etcétera, haciendo cumbre, una cumbre nostálgica, cuando la familia va a despedirse para siempre de la quinta que fuera un lugar de ensueños en la infancia.

-Sí, lo noté a medida que lo fui haciendo, no es que lo hubiera pensado de antemano.

-Los hombres, dice un texto que hemos leído en estos días, se descargan gritando, en cambio las mujeres lloran. Vos afirmás algo similar: “Los hombres tienen formas sorprendentes de llorar, las mujeres lloramos más parejo”. ¿Cómo es eso?

-(Risas) Estoy pensando. Me parece que no es tan común ver llorar a un hombre. Cuando uno ve a un tipo grandote que, de repente, es tomado por el llanto, es súper sorpresivo. Es una escena muy llamativa.

-Otro párrafo dice que los hombres son muy físicos. Como poniendo en evidencia lo tonto que somos.

-¡Ah!, es cuando dice que los sobrinitos le pegan a su hija. Eso, igual, es lo lindo de la literatura, que uno puede decir cualquier cosa y eso me encanta (ríe). Ahora que uno tiene que andarse cuidando tanto, ¿viste? Está lo correcto, lo incorrecto, lo que está permitido para hacer humor y lo que no. ¡Por favor, dejemos la literatura a salvo de todo eso!

-Exacto. De eso se trata la cultura de la cancelación que lleva a extremos como pretender que no se edite a Woody Allen o a borrar del mapa a Neruda por algunas cosas que escribió en Confieso que he vivido.

-Por eso. ¡Es una locura! Es una locura y tenemos que defender con uñas y dientes la posibilidad de expresarse en libertad. Y evitando que nos pase a nosotros mismos, también, porque a uno, inevitablemente, se le va inoculando la cosa. Entonces estás ahí juzgando lo que uno dice, lo que uno escribe, etcétera.

-Y esta postura, en tu caso, es más significativa como editora que como escritora. Son los editores los que tienen que mantener la llama viva.

-Sí, sí. Yo creo que mi rol de editora es mucho más importante que mi rol de escritora.

-Es fundamental. Hasta nosotros, como periodistas, nos llegamos a preguntar a quién podemos entrevistar y a quién no, embretados por los mandatos de lo políticamente correcto.

-Sí, por favor. Que no nos callen. Y no nos autocallemos. Por eso me encanta la ficción. Es un terreno muy fértil.

-Hablando de eso, ¿seguiste escribiendo ficción?

-No. Ahora estoy escribiendo no ficción de vuelta. Desde hace un par de años estoy haciendo un taller con Leila Guerriero.

-¡Genia! La hemos entrevistado más de una vez en nuestro programa. La amamos.

-Yo también. Leila es increíble por lo que escribe y como docente es espectacular. Es una persona muy brindada a su trabajo. Le dedica un montón de tiempo y de amor. Siempre está corrigiéndonos, proponiéndonos cosas, invitando gente a los talleres.

-Con Leila hemos hablado, entre otras cosas, de su rechazo a abrir cuentas en las redes sociales. ¿Cómo es tu punto de vista?

-Leila hace bien. Ella trabaja mucho y por eso produce tanto. Entonces resguarda su tiempo y sus condiciones de trabajo. En mi caso, estoy mucho en las redes. Por un lado, me ha abierto espacios, me ha conectado con un montón de gente, me ha dado la posibilidad de difundir lo que hago. Por otro lado, me quema la cabeza.

-Te mete dentro de un gran ruido.

-Sí, sí. El estar haciendo muchas cosas a la vez es algo muy de esta época y no llegamos a dimensionar lo que hacen las cabezas. Con las redes, sobre todo en Twitter, estás en la inmediatez. Vos escribís y te contestan, escribís y te contestan, estás ahí todo el tiempo tiki tiki tiki. O sea, yo estoy un poco acostumbrada a vivir en estos ochenta planos a la vez y creo que es malísimo.

-Pero si uno se sabe preservar y administra bien el tiempo en las redes, se crea una zona benéfica. Por eso es buenísimo el párrafo que ponés en la última página de tu libro, en los agradecimientos: “A mis amigos de Twitter: son incontables las noches que pasé escribiendo junto a la luz de la pantalla y vuestra silenciosa compañía”.

-Obvio. Y eso es totalmente cierto. Volviendo a lo que decíamos de Murakami respecto del escritor que está horas y horas encerrado. Para mí siempre fue estar sola en mi casa a la noche, escribiendo, con mis hijas durmiendo. Y, de alguna manera, teniendo esa red ahí que te permite iniciar una conversación e irte. No es como una charla con una amiga, que resulta imposible abandonar. Hay algo muy generoso de Twitter. Te podés ir, volver a las dos horas y nadie te va a estar reclamando.

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