Cómo no ha aprendido a leer ni a escribir, trabaja en la cocina de los frailes como hermano lego. En todas las épocas sucede que al hombre le gustó la buena mesa y disfrutar de manjares suculentos y los frailes no son especiales para eso. Sin embargo, fue Benito un cocinero especial y servicial.
En el año 1578, los frailes le eligen superior del convento a pesar de ser sólo lego y no tener conocimientos de letras ni experiencia en el gobierno. Más tarde pasó a ser maestro de novicios y, según cuentan, otra vez cocinero, que era lo que él amaba.
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Fue, en el sentido más estricto, un santo entre pucheros. La gente enferma asaltaba la cocina conventual, la de él, para pedirle la curación por su rezo infalible y su gesto de taumaturgo entre los humos del fogón, los olores de las ollas, el vaho de las cacerolas y las mondas del día. Fue un hombre de una bondad extraordinaria y de una oración sublime.
Una de las características más notables de San Benito Massarari fue su capacidad para obrar milagros. En vida, se dice que ayudo a numerosos enfermos por hambre y, tras su muerte, muchos continuaron atribuyéndole intervenciones divinas, lo que contribuyó a su creciente veneración.