El sistema político y las organizaciones civiles se han puesto en guardia para frenar -hasta el 20 de enero- cualquier locura extrema del que ya es el presidente más chiflado e impredecible del que se tenga memoria en ese país. En especial se teme por todo lo que tenga que ver con el arsenal nuclear norteamericano.
Quedarán para la historia las caras desorbitadas de todos esos barrabravas con pinta de zombies que ingresaron a la fuerza en el Capitolio filmando todo con sus celulares como autómatas y desatando su furia extrema contra esa democracia que había logrado ponerle freno en las urnas a la experiencia antisistema más dañina encabezada por un presidente norteamericano.
Cerrá el pico
Quizás el punto más gráfico de lo que se está viviendo es que la empresa privada Twitter ha suspendido de forma permanente al presidente Trump como usuario de esa red social, por infringir las normas básicas que la rigen, en particular por "glorificar la violencia" y por "alentar a replicar actos criminales" como el del Capitolio.
Twitter era el principal canal por el que Trump se expresaba todos los días, por lo general con mensajes chirriantes y desaforados contra todo aquello que significase una disidencia a su exaltada hoja de ruta.
Sus blancos preferidos y reiterados han sido la prensa, el Partido Demócrata, los gobiernos extranjeros, los colaboradores que huyeron alarmados de su lado, los dirigentes de la industria y la producción que no se cuadraron, la gente de ideas liberales, los gobernadores de los Estados de la Unión que no seguían sus libretos, las feministas, y claro, la pandemia de coronavirus, a la que nunca pudo entender en su dimensión ni gestionar de manera inteligente.
Sanseacabó
Trump ya ha ratificado que no irá a la asunción de Joe Biden. ¿Le suena, estimado lector argentino? En los Estados Unidos eso no había ocurrido en los últimos 150 años.
Lo concreto es que deja un país manchado en lo institucional, una economía devastada por la pandemia, un absoluto retroceso en todo lo relacionado al cambio climático, una confrontación improductiva con China, unas relaciones interrumpidas y manchadas con Europa, y una grieta política interna como pocas veces se había visto.
Pero además deja desquiciados a los republicanos. Ese partido, receptáculo tradicional de las ideas conservadoras, ha caído en una de las peores crisis de su historia. Tardará mucho tiempo en desembarazarse del veneno antisistema que le inoculó Trump.
Los republicanos poseían un historial político que los ubicaba siempre dentro del sistema democrático. Los excéntricos y extremistas, que los ha tenido, han sido siempre marginales. Trump hizo añicos esa tradición.
Un sinnúmero de dirigentes republicanos, en particular varios senadores de renombre, han quedado pegados a la vorágine desquiciada alentada por Trump, sobre todo en esto de querer desconocer el triunfo demócrata, estrategia ridícula que han desbaratado todos los estrados judiciales a los que han acudido.
Se va un "depredador de instituciones" ha sintetizado con acierto el analista Sergio Berenzstein.