Análisis y opinión

No ganamos para sustos: de sopetón el Presidente nos zampa su idea de mudar la capital del país

Trasladar la capital de un país es siempre inviable si no ha surgido de un acuerdo de las principales fuerzas políticas, sociales y económicas

¿Cambiar la capital del país? ¿En este momento? Dicho así, de sopetón, y como parte de esas explosiones verbales que suelen asaltar al presidente Alberto Fernández en los actos públicos, suena a algo disparatado. ¿No hay acaso una serie de asuntos heavy para arreglar antes.

Que se sepa, no existe estudio serio (económico, ambiental, poblacional) que se haya realizado para justificar esa posibilidad. Y mucho menos es un tema que aparezca en los reclamos de la ciudadanía.

El mandatario dijo en Tucumán que "todos los días pienso si la Capital del país no tendría que estar en otro lugar que no fuera Buenos Aires". Y sugirió que ese traslado debería hacerse hacia algún lugar del norte del país.

Eco alfonsinista

La última vez que alguien formalizó una idea similar fue en 1986 cuando el presidente Raúl Alfonsín eligió ese asunto para ver si podía mejorar el enrarecido clima económico y político en que se hamacaba el país por entonces. Y para dejar una marca de estadista.

El líder radical proponía refundar la capital argentina en el sur del país, tomando como base las ciudades de Viedma y Carmen de Patagones. La propuesta era parte de un plan más integral que buscaba también unir parte del Conurbano con la ciudad de Buenos Aires en una nueva provincia que se iba a llamar del Río de la Plata.

En aquel entonces la propuesta arrancó, se votó una ley, pero todo fracasó porque las complicaciones logísticas y económicas para afrontar tal propósito sonaban astronómicas y el horno no estaba para bollos. Alfonsín creyó que así como se refundaban la democracia, las instituciones o el respeto a las leyes, se podía también refundar la capital de la república.

Pero muy pocos lo percibían como una verdadera necesidad. Además -pequeño detalle- el peronismo, por entonces manejado por el renovador Antonio Cafiero, se opuso al proyecto por considerar que no era el momento adecuado.

Caer en las redes

A poco de conocerse la idea de Alberto Fernández, las redes sociales se comenzaron a llenar de opiniones que recordaron que Alfonsín había intentado trasladar la capital en medio de un mal programa económico (el Plan Austral) lo que derivó en una hiperinflación, en elecciones anticipadas y en la entrega del mandato a Carlos Menem antes de tiempo.

La ciudad de Miami fue elegida por muchos graciosos de Twitter como el lugar ideal para llevar el centro de decisiones de la Argentina. El gobernador del Chaco, el inefable Jorge Capitanich, ya propuso a su provincia como el lugar ideal para el traslado. "Amaríamos y nos encantaría" dijo el ex jefe de Gabinete de Cristina. Le faltó el "adoré" que usa Moria Casán.

El diputado cristinista Rodolfo Tailhade nos advirtió de que la ley de Alfonsín que aprobó a Viedma como el nuevo centro político argentino aún sigue vigente porque nadie la derogó.¿Habrá querido sugerir que aprovechemos la volteada y la usemos?

Algunos tuits recordaron que en su segunda presidencia, Cristina Kirchner comentó de manera informal que si se cambiase de lugar la capital del país, debería ir al centro de la República y sugirió Santiago del Estero.

El piquetero papal Juan Grabois saludó la idea presidencial y propuso que se haga ya mismo una consulta popular para que el pueblo la apruebe ipso facto. Y no faltó quien opinó que la movida de Alberto era para contrarrestar la propuesta del ex senador macrista Esteban Bullrich de separar la provincia de Buenos Aires en cinco nuevas provincias.

Y como las redes son una viña del Señor, donde hay de todo, varios sufridos habitantes del centro porteño aludieron a lo bueno que sería para sus cascoteadas paciencias que los cortes de los piqueteros se hicieran actualmente en Viedma o en el Norte y que ellos los pudieran ver por TV.

Inviable

Un plan para trasladar la capital de un país es siempre inviable si no ha surgido de un acuerdo de las principales fuerzas políticas, sociales y económicas. Pero, además, ante una aventura como esa se necesita que el país se encuentre medianamente estable en su economía, en su paz social y que no le deba plata a medio mundo.

El actual gobierno aún no logra tener ni siquiera un plan económico a fin de que los argentinos posean una guía de hacia dónde marchamos.

Tampoco ha logrado cerrar una propuesta para presentar a los acreedores del Fondo Monetario. Ya no se trata de batir el parche contra los fondos buitres, como hacía Kicillof cuando fue ministro de Economía. Una cosa son los bonistas privados y otra el FMI, que vive del capital que le aportan varios países. Esas naciones se están cansando del dificultoso rol de deudor que adopta siempre la Argentina.

Tampoco el Gobierno nacional ha podido ni empezar la tarea de doblegar la inflación endémica, una inflación devoradora que es la que está haciendo el ajuste que la política kirchnerista se niega a asumir. Ante ese panorama, ¿debe plantearse un país la tarea faraónica de crear una nueva capital cuando desde hace más de una década no puede ni siquiera generar crecimiento de empleo genuino, es decir, trabajo privado?