Medios y periodistas no somos dueños de la verdad. Pero buscamos acercarnos a ella tanto como sea posible. Tampoco resultamos impunes ante el error, o incluso la mala intención. La Argentina tiene leyes que castigan con severidad el trabajo periodístico que no es riguroso y que puede afectar a personas, instituciones, entidades públicas o privadas.
Ahora… ¿Por qué los jueces, y lo acaba de demostrar la Corte Suprema de Justicia de la Nación con fallos recientes, suelen ser amplios en la custodia del derecho a informar e informarse? Porque esto es una de las bases de la libertad, consagrada en el artículo 14 de la Constitución Nacional. Indica que todo habitante del suelo argentino tiene derecho “a publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”, sujeto a “las leyes que reglamenten” tal ejercicio. Con el tiempo, el mandato constitucional fue evolucionando a través de leyes y tratados internacionales, hacia el derecho a informarse, entendido como un sustento clave para tomar decisiones.
La libertad de expresión no es el privilegio de una casta periodística impune, sino un resguardo de toda la población. Es un derecho humano fundamental definido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es por eso que la Justicia no tramita con liviandad las demandas judiciales contra el periodismo, que hoy están a la orden del día.
Claro, en nuestro país, pasaron cosas…
Cambio de época
La anomalía que afecta hoy al universo periodístico es la caída profunda en un asambleísmo ridículo, en el que medios y periodistas son juzgados, condenados y ejecutados, en la arena de un coliseo en la que convivimos con haters, ejércitos de militantes digitales, políticos que aprovechan la volteada para esquivar el control, y ciudadanos cuestionadores que descreen de la tarea que nos ha sido encomendada a los periodistas, que es algo así como separar lo real, de lo que no lo es.
Este error de la matrix atrajo nuevos actores y arrastró un alud de piedras, agua y barro bajo la forma de griterío social generalizado. Un torrente furioso en el que da lo mismo un periodista recibido de una universidad, u otro con treinta años de experiencia, que un influencer, un hater, o un forista que declara su guerra en una red social.
Los periodistas y los medios hemos perdido el monopolio de las noticias que hoy aparecen mezcladas con cualquier forma de “contenido”. Por esa autopista bien ancha se coló el poder político, que se sirve de las redes sociales y de sus seguidores más ultramontanos y cerriles para golpear sobre medios y periodistas como un ariete. Están coordinados en la demolición. No importa quién gobierne, o cuándo leas esto.
Descalificativos como “ensobrados”, “extorsionadores”, “operadores”, “corruptos”, “basura”, “soretes” comenzaron a bajar desde el poder empezando por el presidente de la Nación, Javier Milei. Sus andanadas derraman luego a través del ejército digital que -organizado o no- se está haciendo un festín sangriento con nuestras tripas. Un ejemplo: el militante digital libertario Esteban Glavinich conocido como "TraductorTeAma" en la red X, es uno de los más activos en el hostigamiento digital al colega Alejandro Alfie. Lo reforzó con una demanda civil por 20 millones de pesos contra el periodista. Si eso no es un intento de silenciar... ¿Qué es?
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Gordo Dan. El influencer libertario ganó un Martín Fierro Digital y se lo dedicó al ex presidente Alberto Fernández, y al Foro de Periodismo Argentino FOPEA.
Los ataques se incrementaron a niveles preocupantes, al punto que embajadores de democracias republicanas, liberales y poderosas han comenzado a comunicarse este año con organizaciones de prensa, medios y periodistas argentinos para indagar en el fenómeno y ofrecer apoyo.
Hay una violencia verbal extraordinaria contra medios y periodistas, expresada mayoritariamente en redes sociales. Como consecuencia, el derecho público y ciudadano a la Libertad de Expresión y de Prensa está en peligro, tal como lo afirmó la presidenta del Foro de Periodismo Argentino Paula Moreno, en la entrega de los premios anuales al Periodismo de Investigación, el jueves último.
Un país sin periodistas puede ser el sueño de un dictador. Pero resulta que somos parte fundamental del engranaje democrático, algo que cuesta explicarles no sólo a los ciudadanos comunes que están atosigados de “contenidos”, fake news, e información real todo al mismo tiempo, sino incluso a quienes forman parte de la institucionalidad del país. Semanas atrás, en una reunión de la Comisión de Libertad de Expresión de la Cámara de Diputados de la Nación, un legislador decía que cualquier persona con un celular en la mano “es un periodista”. No diputado, no lo es. Entre uno y otro hay años de experiencia y formación en práctica profesional y rigor informativo.
Investigar es importante
Aquí las pruebas, señor juez: no habría existido una larga cantidad de ex funcionarios presos sin periodismo. No hace falta hacer la lista… ¿verdad? La investigación periodística es uno de los corazones con los que late la democracia.
Lo mismo aplica para Mendoza, aunque en nuestra provincia -y en todas, en realidad- la investigación periodística es ocasional. Es muy caro hacer periodismo de investigación. Los medios deben invertir sumas de dinero importantes en logística, sueldos, equipos, herramientas digitales, bases de datos, abogados, y periodistas. Son trabajos de largo aliento que requieren de recursos que no abundan.
La autorreferencia es inevitable: la investigación inicial del Caso Lobos llevó unos seis meses a tiempo completo hasta que se publicó en diciembre de 2014, y luego siete años de publicaciones periódicas de seguimiento y nuevas informaciones. Todo eso es más tiempo que el que cumplirán en la cárcel el ex intendente de Guaymallén Luis Lobos y su ex esposa Claudia Sgró, condenados por delitos de corrupción. Ambos cumplen penas de encierro en cárceles provinciales.
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Luis Lobos y Claudia Sgró en los prontuarios del Sistema Penitenciario Provincial, donde cumplen condena firme por fraude con fondos de la Municipalidad de Guaymallén.
El caso de fraude y peculado por las cooperativas truchas de Las Heras, por el que hay una decena de ex funcionarios imputados entre ellos el ex intendente Daniel Orozco y la diputada suspendida y ex secretaria de Gobierno Janina Ortiz, significaron otros cuatro meses de investigación y chequeos a tiempo completo. Son casos que demuestran por sí solos que la tarea periodística profesional es útil a la democracia. Los informes de “Mendoza Expuesta” que hemos elaborado junto a la colega Agustina Fiadino para Canal 7, Diario UNO, Radio Nihuil y las redes del grupo, llevaron cada uno más de 40 días de trabajo. Y aún así, cuesta explicar que la investigación periodística es indispensable.
Pero “la casta” le ha encontrado la vuelta en su guerra al periodismo. El kirchnerismo hacía acciones directas. La guerra contra los medios incluyó compras agresivas, leyes tendientes a desguazar al “enemigo”, escraches, operaciones con las ex AFI y la ex AFIP contra periodistas y medios. Usaron el aparato de Inteligencia y la máquina impositiva; entre otras herramientas, como el financiamiento sin límites de medios ultra K. La acción era dura. Una conocida bodeguera de Mendoza dejó de dar notas en los momentos de cristinismo duro en el país, porque cada vez que habría la boca le renovaban las inspecciones de la AFIP, incluyendo una “integral”.
Los trolls empezaron más tarde, en la era de Macri. Lo que hay ahora es un ejército enorme de libertarios digitales, algunos a cuenta del gobierno y otros convencidos, golpeando permanentemente a los periodistas, mellando la credibilidad de la prensa, “domando ensobrados” como dicen en sus redes. El presidente Milei es quien encabeza la embestida. Trató de “pedazos de soretes” a medios y periodistas en su célebre discurso de Parque Lezama.
Semanas atrás, el que sorprendió fue el ex gobernador y actual senador Rodolfo Suarez, cuando afirmó que el 70 % del periodismo local son "empleados públicos" y acusó a un medio de extorsionarlo.
En el camino que nos trajo hasta esta situación los periodistas hemos cometido errores. Las malas prácticas profesionales y el periodismo y los medios militantes -del bando que fuere- han sido aliados y antecedente útil al discurso estigmatizante, acusatorio, descalificatorio y denigrante que hoy baja desde el poder a través de sus vasos comunicantes, a los celulares de “las audiencias”.
Periodistas, redes, trolls, y más
Veamos el campo de batalla. Las redes… ¿existen? ¿Pesan? Sí, totalmente y son definitorias. Twitter, o X, es la más influyente. Las personas con poder en la política argentina se comunican a través de esta red. Y aunque no es la más numerosa, tampoco es inocua. Cuenta con unos ocho millones y medio de usuarios en el país, de los que cuatro millones son activos. Es el 10 % del padrón, nada menos. Más importante en términos reales son Tik Tok (21 millones de usuarios) Instagram (27 millones de usuarios en el país), YouTube (31 millones de usuarios), y WhatsApp, unos 40 millones de usuarios, más del 90 % de la población con acceso a internet. El 68 % de la población tiene alguna de estas redes sociales, más de una, o todas. Es una maquinaria formidable a la hora de destruir a medios y periodistas, tal como el poder (los poderes) parecen haberse propuesto en una escalada cada vez mayor con la idea única y básica de evitar la crítica.
En Mendoza, ya en la era digital, hubo algunos intentos de “trollear” la información o inundar de fake news el escenario. Luis Lobos fue un adelantado. La primera vez que debió ir a la por entonces Fiscalía de Delitos Complejos a notificarse de una imputación, dijo ante los micrófonos que la denuncia era “falsa” y que se trataba de una especie de venganza “por pauta”.
Años más tarde alguien hizo correr un audio en el que se decía que el fracking genera sismos. Más cerca en el tiempo, la discusión minera se inundó de desinformaciones. Y el año pasado, desde la Municipalidad de Las Heras, Janina Ortiz se defendía con una “brigada” de contratados que a través de cuentas falsas y desinformaciones, intentaba desacreditar a quienes investigamos los casos por los que ahora está imputada.
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Janina Ortiz, cuando estuvo en 7D este año.
El sesgo de confirmación
El debate público está afectado por el “sesgo de confirmación”. Esto es un error de juicio que lleva a aceptar sólo aquellas informaciones que respalden nuestras propias creencias, prejuicios, pensamiento, o aún ideología y puntos de vista respecto de la realidad. Y a rechazar el resto incluso con virulencia.
Aquí, lo que hay, es un sesgo de confirmación agravado, que puede provocar algún tipo de alucinación. Es frecuente que las audiencias más enardecidas adjudiquen a determinados periodistas afirmaciones que no hicieron, o incluso informaciones de medios en los que no trabajan. Es raro, pero en medio del enojo, ocurre. El sicariato que opera contra periodistas sometidos al hostigamiento digital permanente, lo sabe bien y lo aprovecha.
Estos “errores de pensamiento” que nos llevan a rechazar aquello que no confirme nuestras propias ideas genera efectos distorsivos. Para muchos, es más “periodista” un youtuber provocador que se mete a una marcha opositora buscando gresca, que un periodista profesional que informa los hechos.
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El libertario Fran Fijap que hacía "trabajo periodístico" en una marcha opositora y fue agredido.
Todos hemos hecho nuestra parte para que esta deformación ocurra. Especialmente las agrupaciones de izquierda, las sindicales, el piqueterismo, que mantuvieron de rehén a la población durante veinte años, producto de la inacción, complicidad y conveniencias del kirchnerismo, especialmente. Venimos de un paro brutal, salvaje, de empleados de rampas de la empresa pública Intercargo, que prácticamente secuestraron a cientos de pasajeros arriba de los aviones. ¿Cómo la gente no va a estar harta? Esa acción incivilizada confirmó todo lo malo que cualquier votante harto de la casta, piensa de la política. El efecto colateral es que los militantes digitales de Milei que los enfrentan, se transforman en héroes.
El sesgo de confirmación “recargado” redobla la apuesta. Así, aquellos periodistas que no concuerdan con las ideas en este caso del presidente Milei, pasan a ser “ensobrados”, “malparidos”, “soretes”, “extorsionadores”, “kirchneristas”, “massistas”, “chavistas” o todo tipo de descalificaciones y encasillamientos, que finalmente llevan a la autocensura. Así, los que no quieren ser controlados ni toleran la crítica, terminan consiguiendo su objetivo.
Las audiencias toman el ejemplo presidencial y reaccionan en consecuencia contra los periodistas que en cualquier tipo de información, no les confirman sus propias ideas. En Radio Nihuil, por caso, solemos recibir algunos insultos cuando ponemos al aire a personas que no son del agrado de la audiencia más activa, o manifestamos alguna crítica, del tenor que sea, contra quien fuere. Un mismo periodista puede ser tildado de "kirchnerista" o "de Milei", de zurdo o facho, en una misma emisión.
¿Cómo se escapa de este dilema social y político? Hay una receta. Voy a tomar prestadas las palabras que siempre dice, ya sea en la intimidad del trabajo o en público, la colega Paola Piquer, gerenta editorial del Grupo América Interior: se sale, con más periodismo realizado de modo profesional.
Nunca con menos.