Análisis y opinión

Fotos en la funeraria junto al cajón de Diego Maradona

Tres empleados de una firma de traslados funerarios tuvieron los 15 minutos de (mala) fama que les va a permitir ser conocidos. Quisieron robarle un cacho de magia al muerto, pero conectaron mal

Con actitudes entre cancheras y consagratorias, tres hombres se sacan fotos en una empresa funeraria. Son imágenes que serán una bisagra en sus vidas. Dos de esas fotos, que en unas horas se harán virales, los muestran junto al cuerpo sin vida de Diego Armando Maradona, el ídolo que ya ha sido debidamente preparado e instalado en el cajón mortuorio.

Uno de los sujetos fotografiado es pelado y corpulento. Es el personaje de la primera de las fotos que se conoció. El retrato lo muestra con un gesto de cierta gravedad, como si sugiriera "yo estuve ahí, nadie me la contó". No es una selfie porque este hombre, que se llama Diego Molina, tiene sus manos ocupadas.

Con la mano derecha levanta el pulgar en señal de aprobación, de "todo okey, papá". La mano izquierda la ha posado sobre la frente del muerto, como si de ese contacto fantástico se fuese a producir una inesperada conexión.

Los otros dos hombres aparecen juntos en la segunda foto que dinamitó las redes. También están pegados al féretro destapado. A la izquierda vemos a un jovencito de anteojos, esmirriado, de camisa negra y con el pelo cortado como los jugadores de fútbol. A la derecha observamos a un adulto, Claudio Fernández, de grandes lentes, barba canosa, como si fuera un veterano empleado de ferretería o de un juzgado. El muchacho, que es más expresivo, sonríe. Parece estar en una juntada con amigos. El mayor denota cierta desconfianza como presagiando algo no del todo bueno. Después se sabrá que son padre e hijo.

Pulgares hacia abajo

Cuando al poco tiempo esas dos fotos se reproducen de a millares con la fuerza del rayo y saltan a los medios de difusión, una extraña mezcla de desaprobación y morbo se genera. Los admiradores del astro fallecido se preguntan en las redes: ¿cómo es posible que una empresa funeraria carezca de los más elementales protocolos de privacidad y los empleados hagan estas cosas como carroñeros?

Los dueños de la funeraria dan su versión: aseguran que las personas que han cometido el desatino de inmortalizarse al lado del cajón de Maradona no son empleados suyos sino que pertenecen a una firma de traslados, un servicio que suelen tercerizar para llevar algunos elementos de bronce, por ejemplo para los velorios importantes. Y sostienen que todo ocurrió en un minuto.

Los empresarios funebreros agregan que cuando terminaron de preparar a Maradona en el cajón, salieron por un momento para coordinar con la Policía el camino que tomarían los coches y que en ese interín "de un minuto" esta gente se sacó las fotos que generaron escándalo. ¿Viveza criolla? ¿Argentinidad al palo? ¿Apetito necrofílico? ¿Estupidez supina? ¿webones atómicos? ¿O ni más ni menos que hijos dilectos de la época?

Un alma angelical pregunta en un tuit: ¿si se mandaron el pedo, por qué no se guardaron las fotos hasta que pasara el duelo? Simple. Porque hoy las fotos no se hacen para guardarlas ni para tener ese tipo de prevenciones, sino para exhibirlas a como dé lugar sin respetar límites. Y si es a medio mundo, mejor.

Se les hizo la noche

Dicen algunos especialistas en comunicación digital que hay gente que se da cuenta del bolonqui en que se pueden meter al subir ciertas fotos o videos a las redes pero que igual lo hacen para probar la adrenalina que genera estar en boca de todos. Después se les viene la noche, ¿pero quién les quita lo bailado?

Lo cierto es que estos tres hombres están por estas horas en medio de una fuerte condena social y no parece que la vayan a sacar barata. Por ejemplo, Diego Molina, el pelado, que es hincha y socio de Argentinos Juniors, el club que vio nacer a Maradona, ha sido expulsado de la institución en medio de un escándalo. Seguramente perderán sus trabajos, tendrán problemas con denuncias penales, pero puede que también sea para ellos "la" historia de sus vidas.

Durante centurias lo común en los velorios fue que cada asistente guardase en su memoria el rostro de la persona cuya muerte nos había afectado. Incluso había quienes decidían no mirar al extinto para quedarse sólo con recuerdos vitales y agradables. Pero siempre el personaje principal era el fallecido y no las personas vivas, como esas que deciden retratarse junto el muerto haciendo la seña de like.

El pelado, el pibe y el veterano intentaron robarle un cacho de magia al adorado. Pero todos los grandes, como humanos que son o han sido, tienen un costado luminoso y otro tenebroso. El trío aludido conectó con el segundo.

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