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Pedro Sánchez, presidente de España, cree que no hay nada más maravilloso que comerse un chuletón vacuno.
Mire, vea
Lo concreto es que en este merengue importan otras cosas además de la dieta alimentaria. Y tienen que ver con el costo ecológico que genera la industria de la carne. El asunto central es que, según la FAO (el ente internacional destinado a combatir el hambre en el mundo), el 14,5% de las emisiones que producen el efecto invernadero en nuestro planeta proviene de la ganadería. Esa cifra ha sido refutada por algunos expertos que dicen que calcular eso es algo muy complejo y que varía según las metodologías usadas.
Aunque suene increíble, las ventosidades de las vacas y sus excrementos son acusadas de parte de la culpa. A eso hay que agregarle el particular uso de la tierra que demanda la crianza de esos animales.
Las vaquitas que nos proveen los chuletones españoles, los asados argentinos, o las barbacoas norteamericanas liberan tantos gases como todo el sector mundial del transporte. Al hablar de carne, algunos hacen foco en las vacas, pero otros agrandan la bolsa metiendo pollos, cerdos y hasta peces. Baste recordar que en Tierra del Fuego se acaba de prohibir la crianza de salmones en cautiverio bajo el argumento de daño ecológico.
Con el agua, no
Se acusa también a la ganadería de afectar al agua. El 10% del agua dulce del planeta está vinculado al rol de la ganadería. Pero no es porque la vacas se beban el 10% de ese recurso vital sino porque la actividad ganadera contamina las napas de agua. Ciertos estudios afirman que la ganadería -junto con los cultivos forrajeros- son la mayor fuente de contaminación del agua dulce.
Ganadería y cambio climático tienen mucho más que ver, entonces, de lo que uno podría sospechar hace algunos años. No obstante, y como todavía queda gente sensata, ya hay toda una corriente que no se bandea para ninguno de los extremos y que propone una serie de soluciones sustentables para que la ganadería siga existiendo pero con menos daños para el ambiente.
Para ello, aseguran, hay que generar más compromisos ambientales entre los ganaderos y los gobiernos a fin de llegar a soluciones parciales o totales. Algunos le ponen fichas a la ingeniería genética, a las mejoras en la alimentación del ganado o a una gestión de los desechos animales, así como el uso de abonos naturales o de digestores de los residuos para extraer el metano y emplearlo como biogás, según ha explicado la organización ambiental L´Efecte Blau.
Por ejemplo, ya se estudian nuevas métricas y métodos para medir y controlar el impacto ambiental del sector ganadero, pero que buscan, además, no afectar a los que hace siglos viven de esa actividad, un rubro que ha aportado sus buenos dividendos a las arcas de los Estados, como ocurre en la Argentina, donde sin embargo los gobiernos kirchneristas tienen por norma demonizar a ganaderos y cerealeros. En España hay dos millones y medio de personas vinculadas al negocio de la ganadería.
Equilibren, che
Los científicos recomiendan comer hasta medio kilo de carne vacuna a la semana. En los países cárnicos esa ingesta supera un kilo semanal. Y los médicos y dietólogos insisten que lo ideal es una dieta equilibrada que incluya muchas verduras, legumbres, cereales, frutas, pero también carne.
La evidencia científica coincidente es que hay que reducir el consumo de carne y a la vez atender con inteligencia y equilibrio las demandas para salvar el ambiente. Es esperable que surjan reacciones en gente que desde hace generaciones vive de la industria ganadera. Es también lógico que hayan reacciones en los consumidores que desde hace siglos tienen en su ADN la cultura alimenticia de la carne. Plantear que hay comer menos carne o eliminarla del menú es algo antipático, pero, claro, también es muy atendible. Lo que a veces molesta son los dogmas o las exageraciones.