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El empresario que terminó siendo víctima del crimen de una insólita manera.
Hasta allí parece una historia de desamor igual a cualquier otra. Pero la ruptura fue devastadora para ella, quien, sumida en la desesperación, optó por quitarse la vida. La noticia de su suicidio conmocionó a su familia, pero para su hermano, el dolor se transformó en una furia incontenible. Decidido a vengar a su hermana, el joven juró hacer pagar con un crimen a Henry Ziegland por lo que consideraba una traición imperdonable.
Con el corazón lleno de ira, el hermano de la muchacha se dirigió a las tierras de Henry Ziegland, armado y dispuesto a enfrentarlo. Al encontrarlo, no dudó en apretar el gatillo. El disparo resonó en el aire, y la bala salió disparada hacia su objetivo.
Convencido de que había cumplido su venganza, el hermano, abrumado por la culpa y el peso de sus acciones, decidió imitar a su hermana y también se suicidó. Para él, su trabajo de venganza había terminado: había concretado el crimen de Henry Ziegland. Sin embargo, el destino tenía otros planes.
La bala más lenta de la historia
La bala, aunque alcanzó a Henry Ziegland, no lo mató. En un giro inesperado, el proyectil apenas le rozó la cara, causándole una herida superficial que, aunque dolorosa, no puso en riesgo su vida. La bala, tras su fallido intento, terminó alojada en el tronco de un robusto árbol.
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La bala quedó alojada en un árbol durante 20 años.
Para Henry Ziegland, el incidente fue un susto del que se recuperó rápidamente. La herida de bala sanó, y la vida continuó. Siguió adelante, ajeno al hecho de que el pasado no había terminado con él. Durante los siguientes 20 años, consolidó su posición como empresario, adquirió tierras y prosperó en su comunidad.
Llegó el año 1903 cuando el empresario decidió emprender algunas remodelaciones en su finca de Estados Unidos. Entre los cambios planeados estaba la remoción de aquel viejo árbol, que ahora se interponía en sus proyectos. El árbol, robusto y profundamente enraizado, no era fácil de derribar con métodos convencionales.
Para acelerar el proceso, Henry Ziegland optó por una solución drástica: dinamita. Colocó los explosivos en la base del tronco, confiado en que la explosión lo reduciría a escombros. Lo que no podía imaginar era que, al detonar la dinamita, desataría una fuerza que liberaría a la bala alojada en el árbol, enviándola en una trayectoria mortal.
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El insólito crimen fue destacado en las noticias de la época.
La explosión fue ensordecedora. El árbol se despedazó, y en medio del caos, la bala, que había esperado 20 años en su prisión de madera, salió disparada con una precisión casi sobrenatural. El proyectil encontró su blanco original: Henry Ziegland. La bala lo alcanzó directamente en la cabeza, matándolo al instante. Así, en un instante fugaz, se completó la misión que había comenzado dos décadas antes.