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San Messi, en procesión alrededor de la Plaza de Maipú y próximo a pasar por la Iglesia Nuestra Señora de La Merced.
Las escenas que se viralizaban por todas las redes mostraban furor, algarabía y el inclaudicable deseo de levantar la tercera, sueño que está más en pie que nunca y en el que Messi tiene todo que ver. Mejor dicho, San Messi tiene todo que ver.
El San Messi de Maipú es dorado, tiene los brazos en alto y sus dedos índices señalando al cielo, como lo ha hecho cientos de veces al festejar sus goles. Por supuesto, tiene la 10 de la Selección y a falta de un feligrés comprometido que preste su camioneta para pasearlo como a cualquier santo que se precie de tal, están quienes lo llevan en andas, para que hasta el más ateo lo vea y encuentre la fe.
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Por eso la imagen del santo patrono de la Selección argentina estuvo en la plaza de Maipú. No hubo curas, monjas ni rezos, pero sí fieles y personas que no pierden la fe por nada. Ni siquiera porque nos empaten en la última jugada de un alargue de 10 minutos que debería ser considerado pecado mortal y -me atrevo a exagerar- castigado con 10 latigazos en plaza pública (uno por cada minuto). Tal vez lo de los latigazos es un exceso, habría que pensarlo bien.
Sin embargo, lo que no hay que pensar tanto es que, si los resultados siguen sonriéndonos San Messi -y cada vez más fieles- debemos estar listos para la próxima procesión.
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