De todas las broncas discursivas que florecen a diario en esta Argentina de la pandemia, con un humor social al filo del hartazgo, el debate en torno a la meritocracia tuvo, al menos, un sentido.
De todas las broncas discursivas que florecen a diario en esta Argentina de la pandemia, con un humor social al filo del hartazgo, el debate en torno a la meritocracia tuvo, al menos, un sentido.
Sin ser una cuestión urgente, permitió, por un rato, mirarnos al fondo de nosotros mismos como sociedad. Hizo que algunos tuvieran que sincerarse, poner sus cartas sobre la mesa.
Viene bien, por otra parte, concentrarse en ello, para escapar a un turbión de insólita verborrea que nos viene llevando en vilo.
Un collar discursivo que enhebra, entre otras perlas, la sarasa del ministro Guzmán, la pulsión de los argentinos por el dólar según el jefe de Gabinete Cafiero, el dólar blue como moneda de los narcos según el presidente del Central Pesce, el tetagate del ahora ex diputado Ameri, el “es preferible un diputado desubicado y calentón, que una diputada mala leche” de Aníbal Fernández para defender a Ameri…
Una antología del disparate concentrada en muy pocas horas.
Por eso el asunto de la meritocracia sirve para huir del mundillo de las burlas y los memes, y darles una chance a las argumentaciones meditadas.
El tema, recordemos, arrancó cuando Alberto Fernández, en un acto realizado en San Juan, en las barbas del gobernador Sergio Uñac, dijo: “Lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años. Porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
La frase del Presidente sonó como un disparo en la noche. Retumbó en todo el país, porque la simple firma de convenios en la vecina provincia no parecía requerir de ese tipo de proclamas.
Desde ese momento, la profusión de opiniones críticas, con las consecuentes salvaguardias oficialistas, no se han detenido hasta hoy. En un goteo incesante. Y para todos los gustos.
A la hora de elegir un intérprete calificado para un debate que, por su exuberancia, corre el riesgo de volverse abstruso, apelamos a Mariano Narodowski, pedagogo, ex ministro de Educación de Buenos Aires, que publicó, poco después de las palabras del Presidente, un artículo titulado ¿Por qué no soy un meritócrata?
Según Narodowski, en diálogo con el programa Primeras Voces de Radio Nihuil, “la primera vez que el Presidente habló fue muy desafortunado. Después lo corrigió y fue más razonable”.
¿Qué ha sido lo positivo de ese planteamiento del primer mandatario? Que “está expresando un conflicto argentino”.
Pero con una salvedad, dirigida al propio Fernández y sus adláteres: “Más allá de interpretar, de diagnosticar, lo que tendría que hacer, junto a la dirigencia argentina, es ponerse de acuerdo en cómo avanzar, no entrar en la discusión ideológica, doctrinaria”.
Lógica pura. ¿Podrán? ¿Querrán?
¿O es más redituable, ante la falta de respuestas concretas, continuar con la sarasa?
Narodowski no es un detractor liso y llano de la meritocracia. Pero tampoco un cultor devoto.
La principal objeción, que él pone en primer término, es “que un sistema de méritos como la meritocracia, premia los resultados sin importar el esfuerzo”. Lo cual lleva a una gran confusión.
Reconoce que, evidentemente, pensar en resultados es muy positivo para el desarrollo de cualquier sociedad. “El problema es que esos resultados no son para cualquiera. El mérito es solamente para aquellos que están en condiciones de alcanzarlo”.
¿Quiénes son los beneficiados? “En una sociedad como la nuestra, aquellos que tuvimos la suerte -porque realmente es pura suerte- de nacer en un tipo de hogar o de familia y no en otra”.
Como contrapartida, “los que nacen en hogares con mayor vulnerabilidad socioeconómica, con más problemas familiares, etcétera, o que pertenecen a grupos discriminados, tienen muchas menos posibilidades de llegar”.
¿Cómo se afronta esa disyuntiva? “Se necesita una política de equidad para, de a poquito, intergeneracionalmente, ir igualando el terreno de juego”.
Para redondear el concepto, Narodowski subraya que “al mérito no le importa el esfuerzo. El mérito, para decirlo en términos futboleros, es bilardista. Al mérito le importan los resultados. A la equidad le importan los esfuerzos”.
Incorporar, pues, la equidad trae aparejada una ventaja adicional: “Esto es muy bueno para el mérito, no solamente por un problema moral; también es bueno para la democracia y para una sociedad capitalista. Es bueno que los que llegamos podamos sentir que los que vienen atrás nos vienen a disputar los lugares. Eso nos hace mucho mejores a nosotros también”.
Y atentos a esta observación: “Si eso no ocurre, si los que están arriba no ven incomodados sus lugares, nuestra sociedad se transforma en rentista, patrimonialista, una sociedad de capitalismo de amigos, en donde funcionan el apellido, el acomodo, los contactos”.
Si lo sabremos…
Abundan en estos tiempos los ensayistas que le han dedicado su atención a la problemática de la meritocracia. Entre ellos destaca Michael J. Sandel, pensador político estadounidense seguido por una vasta audiencia. Lo llaman “el filósofo que llena estadios”.
En un artículo de título sumamente revelador y explícito, En qué se equivocan los progresistas: el timo de la meritocracia, Sandel se concentra en la problemática del trabajo, en plena era del presidente Donald Trump. Señala que “los resentimientos populistas que sacuden la política estadounidense tienen su origen en los agravios laborales”.
Hay allí una problemática económica, social y hasta cultural. “La globalización proporcionó cuantiosas ganancias a quienes contaban con buenas credenciales -los triunfadores de la meritocracia- pero no aportó nada a la mayoría de los trabajadores”.
Y así siguiendo en una línea argumentativa que parece coincidir con el ideario del presidente Fernández. Apunta, en definitiva, a las desigualdades impulsadas por el mercado en donde, por ejemplo, en el plano simbólico, Homero Simpson, como otros personajes de telecomedias, representa a los padres de familia de clase trabajadora que “son en su mayoría bufones inútiles y tontos”.
Responde a la concepción consumista del bien común.
A Narodowski no lo seduce demasiado navegar en las aguas de Michael Sandel. “Es cierto que el mayor reconocimiento puede estar en esos valores. Pero es propio de la sociedad capitalista. A mí me cuesta mucho juzgarlos desde afuera o moralmente”, dice.
Por eso insiste con el concepto de equidad. “Para mí, el único punto en la Argentina es saber que los que tuvimos la suerte de nacer en mejores hogares y tener educación, siendo hijos de criollos o inmigrantes , tenemos la responsabilidad de ayudar a los que están en las peores condiciones para hacer una sociedad más igualitaria”.
Como poniéndose una mano en el pecho, remata: “Ahí tenemos una responsabilidad social que, incluso como generación, nosotros no estamos asumiendo”.
La discusión por la meritocracia que hoy atraviesa el país tuvo un pico de intensidad en Mendoza durante la gestión anterior, con Alfredo Cornejo como gobernador y Jaime Correas como director de Escuelas.
Fue un pugilato que no duró demasiados rounds. Ocurrió al principio, cuando Adrián Mateluna, de filiación kirchnerista, estaba al frente del SUTE. La dirigencia sindical acusó directamente a Correas de estar obsesionado con la meritocracia. El titular de la DGE, lejos de salir a desmentirlos, recogió el guante afirmativamente.
El tema no dio para mucho porque el consenso social, según se vio, no terminó aportando combustible a un fuego tibio que nunca se convirtió en hoguera.
Hoy la atención se desvió hacia otro foco. La dirigencia gremial y, en parte, política de la oposición, ha focalizado su esfuerzo en impugnar el proyecto de ley de educación.
Digamos, ante la firmeza de tal rechazo, que se trata de un borrador lo que entró en la Legislatura, no una ley hecha y derecha.
De todos modos, ¿cuáles son algunos de los puntos novedosos que se podrían destacar para el análisis?
Veamos: cuestiones como la necesidad de tener un buen sistema de evaluación o un sistema educativo digital, condiciones básicas sobre las que la ley anterior no dice nada.
También abre un debate interesante respecto de compensar derechos con obligaciones.
Un asunto de enorme actualidad: pone el ojo en las redes sociales, que hoy ineludiblemente son parte de la vida y del funcionamiento interno de las escuelas y las afectan.
Introduce, asimismo, el tema de la gestión municipal, para mejor su reglamentación.
En resumidas cuentas, ¿se podrá generar un ámbito fecundo de debate en torno a un área crucial como la educación?
Las perspectivas no son muy alentadoras.
Hay elecciones de medio término el año que viene, en la provincia y en el país.
También se avecinan elecciones en el SUTE.
Volvemos, finalmente, a Narodowski, que pone el acento en tener políticas de Estado, reglas claras, visiones estratégicas, un equilibrio entre mérito, resultado, desarrollo y equidad.
Dice: “Ahora, para eso hace falta un acuerdo. Si se impone la pugna distributiva del matémonos y que gane el más fuerte, bueno… lógicamente que el resultado va a ser este”.
Este que estamos padeciendo.