El hoy extinto fue dos veces presidente constitucional y tres veces gobernador de La Rioja, además de un sempiterno senador nacional, cargo del que se sirvió con alevosía para contar con los fueros necesarios a fin de zafar de la cárcel en los numerosos casos en su contra que se ventilaron en la Justicia.
Así, la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, el pago de sobresueldos en su gobierno, el encubrimiento del atentado a la AMIA, la explosión de las instalaciones de Fabricaciones Militares en Río Tercero para hacer desaparecer pruebas, terminaron en una combinación de "se vencieron los plazos razonables del expediente" o "es la Corte la que debe definir si las condenas quedan en firme".
Llegó al objetivo
Por estas horas ha sido la vedette y actriz Graciela Alfano, a quien se vinculó con Menem en la misma época en que el Presidente se estaba divorciando, la que ha sintetizado una de las esencias del fallecido. "Menem no se enojaba. Analizaba todo con una frialdad tremenda, con inteligencia. Manejaba las piezas de ajedrez sin esa emocionalidad que a veces nos hace cometer errores. Así, siempre llegaba al objetivo que buscaba".
Eduardo Duhalde, que fue vicepresidente en una parte de la primera presidencia de Menem, ha dicho: "Era imposible pelearse con él". Y el propio Menem solía afirmar de sí mismo: "La banda presidencial me hizo alto, rubio y de ojos azules".
Dentro de un mes se van a cumplir 26 años de la muerte de su hijo mayor, Carlos Menem Junior, quien se mató al caer su helicóptero, un hecho conmocionante al que su propia madre ventiló durante más de 20 años como un atentado no investigado por su marido presidente. Se entiende que Zulemita necesitara de esa imagen sanadora de sus padres tomados de la mano.
Tomar distancia
El resto de los argentinos estamos obligados a otra mirada sobre este Presidente que dio vuelta la Argentina como una media, que quiso instaurar el ultraliberalismo a modo de electroshock en un país que estaba enfermo crónico de estatismo, alguien que prometió en la campaña un programa productivista a la vieja usanza peronista con salariazos para los trabajadores y que apenas asumió le entregó la economía a gerentes de Bunge y Born, un mandatario que quiso seguir los vientos mundiales de las privatizaciones y que en lugar de transformar esa necesidad en un programa racional y consensuado con las otras fuerzas políticas, terminó rifando las empresas públicas con un privatismo desaforado para beneficiar a inversores pre digitados. Vendió todo lo que pudo sin una red de contención moderna para los trabajadores y sin un proyecto de país. Si un ramal ferroviario paraba pidiendo una moderación, se cerraba de inmediato. A contrapelo de las grandes naciones que mejoraban sus redes de trenes.
Está claro que Menem nunca fue un estadista. Transformó al país, pero no mejoró su carácter republicano, por ello ese empuje no fue duradero, no fue cultural. Fue de cartón. No nos puso en un andarivel donde pudiéramos empezar a correr con una velocidad estudiada, un envión que no nos hiciera daño. Y hubo un show de beneficios por debajo de la mesa.
Menem fue un audaz, como pocas veces se ha visto. Un extravagante que convocaba diciendo disparates. Nunca fue un hombre culto, pero que lo suplía con una ausencia de escrúpulos sin par y con un nivel de seducción digno de mejor causa. Algún autor hubo que hace muchos años sugirió que la falta de escrúpulos ha sido a veces el motor de algunos grandes políticos.
De remate
¿Había que vender la estatal Entel? Claro. Lograr un teléfono era un calvario que demoraba años. ¿Había que sanear otras firmas públicas como Ferrocarriles o YPF? Por supuesto, si todas ellas se fagocitaban los presupuestos nacionales de cada año y cada vez funcionaban peor. YPF era un festival de prebendas y de "derechos adquiridos" que no tenía ningún otro ente público. Aerolíneas era un agujero negro. Y así.
Pero está mucho más claro que para hacer las cosas bien se debería haber practicado alta política. Por ejemplo, hubiese sido necesario "desestatizar la vida", difundir el buen liberalismo económico, el que exige a los empresarios correr riesgos, competir, había que combatir los monopolios no favorecerlos como hizo Menem con las telefónicas, y también aceitar las correas entre el capital y el trabajo, implantar modernidad no feudalismo económico, y había que poner mucho cuidado con el capitalismo prebendario y con las mafias, un cuidado que aquel Presidente no tuvo. Basta recordar a Yabrán.
Fue un plato renovador pero muy mal condimentado que terminó agriando el estómago de muchísimos argentinos y llevando a la quiebra a pymes, comerciantes y productores. Y aumentando el desempleo y la informalidad. ¿Por qué muchos argentinos le hicieron caso a Menem y lo siguieron? ¿Por qué no le aguaron más rápido el experimento que duró 10 años?
Fácil, porque estaban hartos de fracasos e hiperinflaciones y creyeron que ésta podía ser una salida. Pero sobre todo porque Menem, a pesar de su liberalismo guarango, nunca dejó de decir que lo hacía por el peronismo, ese supuesto cielo protector de los argentinos. Un cielo que a esta altura es raso y que en lugar de guarecernos suele dejarnos a la intemperie y con el traste mirando al norte.