Juan José Aranguren lo hizo. El anuncio del tarifazo en los servicios públicos y sus sucesivas correcciones encerraron al gobierno en un círculo de torpeza administrativa y política. Por lo primero, la supuesta eficiencia de un ex CEO de Shell se dio de bruces contra la realidad creada desde una planilla de cálculos que dibujó aumentos que llegaron hasta el 3.000 por ciento, sin poder siquiera discriminar entre los que merecían recibir un incremento lógico ante la miseria de lo que pagaban y un club de barrio que apenas sobrevive dándole inclusión social a muchos chicos. Las disparatas facturas de luz, agua y gas quedaron entrampadas luego con modificaciones que terminan contradiciéndose. El que use gas, no importa cuánto, pagará "sólo" hasta cinco veces más. Es cierto que corregir un error es propio de los humildes. Tener que estar todo el tiempo corrigiendo es patrimonio de los que actúan con ineficiencia.
Políticamente, la decisión que propuso al presidente (y que éste firmó, es cierto) potenció que toda la oposición se uniera emitiendo una declaración legislativa que juntó firmas desde Sergio Massa hasta el trotskismo, que los sindicatos olvidaran sus cinco centrales obreras y se encontraran en una sola, que la Justicia unificara criterios adversos al gobierno y que hasta la base de electores que apoyó al PRO entendiera que los aumentos eran desmedidos e insensibles.
Mauricio Macri parece que no evalúa el enorme plafón de esperanza con el que asumió. Las ganas de la mayoría de que le vaya bien son mucho más trascendentes que su 51 por ciento de votos obtenidos en una contienda en donde el oficialismo no trepidó en hacer cualquier cosa por quedarse en el poder. Macri luce no entendiendo ese capital intangible con el que llegó a Balcarce 50. Si no, sería inexplicable el modo en el que priorizó sus actos de gobierno. Rápidos y eficientes movimientos que favorecen a los que más tienen y veloces y desordenados gestos que mutilan el bolsillo de los que trabajan e intentan llegar a fin de mes con dignidad. ¿La herencia? Claro que existe. Es enorme, pesada y corrupta. Por eso el PRO ganó las elecciones. Para mejorar el caos. No para amplificarlo.
El valor simbólico de la frase de "andar en patas y en remera" representa un astigmatismo político de proporciones. Es cierto que es peor saber de boca de un secretario de Estado que se sienta a la "mesa chica" del gobierno de Cambiemos que el ministro Aranguren habría tenido propuestas desopilantes para mitigar su propio tarifazo. Primero propuso un plan de cuotas para que los usuarios paguen la desmesurada cifra. Como si parcelar el disparate lo hiciera más cuerdo. Luego, intentando apoyar la necesidad de campañas para ahorrar energía, deslizó en reunión de ministros que era imprescindible tomar medidas como el incentivo para que la gente desenchufe los lavavajillas por las noches. Todos los presentes se miraron azorados por el desconocimiento del hombre que viene de la Shell respecto de que el 90 por ciento de los argentinos carece de ese electrodoméstico. Pensar en lava platos es, otra vez, todo un símbolo.
Rogelio Frigerio y Emilio Monzó son las voces del gabinete nacional que interpretan el desencanto social y argumentan con mirada política. Hay que valorar mucho al ministro del Interior, que escucha a gobernadores, frecuenta intendentes y tiene muñeca política en casi todos los casos. Detrás de ellos, Alfonso Prat Gay hace gala de cierto keynesianismo para amortiguar las ideas del ala dura que propone ajuste ya y todo de golpe. ¿Y el presidente? Los que lo frecuentan cuentan que está más irascible que de costumbre (su público "no entiendo qué me criticaron con la frase de andar en patas y remeras" es una muestra) y que sus decisiones se acercan más a los ortodoxos que a los "flexibles". Será por eso que en la estructura de la Casa Rosada se nombró a Julieta Herrero, una conocida militante del área de comunicación social de la ciudad de Buenos Aires, para que proponga discursos y expresiones en el presidente que eviten metáforas como las de andar descalzo frente al frío. Se verá si surte efecto.
El gobierno debería saber que no tiene más margen para invocar la real pesada herencia de los K ni podrá suponer que el escándalo de lo que se sabe de la corrupción de los últimos 12 años alcanza para esconder la inflación creciente y los sueldos que se esfuman. Macri debería relanzar su gobierno con cambios. No sólo de nombres de gabinete, sino especialmente con lupa política que le permita ver en detalle qué pasa en serio en la calle.
Los que se fueron. El jueves pasado puede fijarse como fecha de una de las heridas críticas, si no mortales, del kirchnerismo. La apertura de las cajas de seguridad de la hija de la ex presidenta Cristina Fernández es el hecho físico que horada la base de sustentación del movimiento que gobernó por 12 años. Podrá decirse que la mala performance socioeconómica de la gestión que elevó la inflación al 30 por ciento, que generó desempleo y pobreza, que negó el cepo cambiario y lapidó toda opinión divergente, fueron ya el inicio del fin. Se agregará que las bolsas con nueve millones de dólares arrojados por la tapia de un convento de monjas no religiosas dirigidas por un sacerdote usurero frecuentado por el poder K resultó letal. Es cierto todo. Sin embargo, que la hija post-adolescente de la familia presidencial guarde casi cinco millones de dólares en cajas de seguridad, en contante y sonante, como "sólo una parte" (sic) de sus ahorros, demuestra que el proceso de revolución nacional y popular tuvo comandantes que en privado resultaron avaros y con la única ambición de atesorar billetes.
No importan los escritos de los abogados de Cristina que intentan explicar que los ladrillos termosellados son producto de la conversión de plazos fijos a dólares por la falta de credibilidad en el nuevo gobierno, o que la sucesión paterna distribuyó esos fondos. Ya antes Néstor Kirchner no le creyó a otro gobierno y fugó 500 millones de dólares de su provincia sin que hasta ahora se hayan rendido cuentas. Se ve que es una familia de poca fe. Lo que interesa no es el cuánto de la suma (imposible de explicar) sino el cómo se hicieron de semejante fortuna. El padre de Florencia se recibió de abogado a los 26 años. A los 36 ya era funcionario público. ¿Puede ella decir que sus millones son de la herencia de un hombre que el 80 por ciento de su vida pública fue servidor del Estado? Lo propio con su madre. Los 60 millones de pesos hallados son casi toda la declaración de bienes de Cristina, quien se dice perseguida. Al menos, debe decirse, la persiguió la suerte de poder en 10 años multiplicar por 1.000 su patrimonio inexplicable para un abogado, inclusive para uno exitoso. ¿Puede la hija de dos presidentes argüir actividad propia con margen de semejante lucro? Nada.
Las inconsistencias del origen y multiplicación de los dólares fueron señaladas de manera lapidaria por el fiscal Gerardo Pollicita en su dictamen que inmoviliza los fondos. Es obvio que todo ese dinero puede responder a asientos contables o dibujos de especialistas en ciencias económicas. Lo que también resulta indiscutible es que quien apoyó de buena fe (y son muchos) el proyecto K no deben poder salir del asombro de ver que sus líderes aprovecharon un discurso y algunas concreciones desde lo social para apropiarse de bienes de todos, que se escurrieron nada más que en sus bolsillos y en los de sus amigos o cómplices como José López. Nadie puede dejar de pensar en tanta juventud que le cantó a la doctora Kirchner que allí tenía a los pibes para la revolución. A ellos les ocultaron que esa revolución se iba a ver empañada por el estómago también revuelto de quien hoy mira perplejo los miles de fajos de 100 mil dólares en costosas cajas de seguridad que ocultan con una mano el sol de la corrupción.