Análisis y opinión

La revolución feminista no incluye negociar con albañiles y mecánicos

El libro violeta del feminismo no nos prepara para el momento crucial de nuestra vida independiente: salir airosas tras interactuar con mecánicos y albañiles

Si hay algo que no le deseo a otra mujer, por solidaridad de género, es incursionar en el rubro de la construcción e interactuar con técnicos y mecánicos. Aunque todas las que elegimos vivir nuestra vida solas y sostenemos hogares por nuestra cuenta lo tenemos que hacer, tengo que serte sincera amiga: son formas humanas de vivir el infierno.

Esto tiene que ver con que a las mujeres nunca se nos preparó para arreglar un enchufe, fratachar una pared o cambiar un neumático. Estas actividades que los varones parecen tenerlas inscriptas en el ADN, a las mujeres nos han parecido inexorablemente ajenas. Es parte del mal de los estereotipos: si querés tener una hija libre, mandala a aprender construcción en seco.

Lo cierto es que si tenés que hacer un arreglo en tu casa, llevar el auto al mecánico o reparar un electrodoméstico, lo mejor es que agarres el libro violeta del feminismo y lo guardes en el fondo del placar. Para navegar en estas aguas no te va a servir, tenés que sobrevivir y en este aspecto, vale todo.

Te cuento mi experiencia interactuando con técnicos y reparaciones, como signo de solidaridad pero también para que no te sientas tan sola: a todas nos llega el momento de enfrentar la hostilidad.

La construcción o el exilio de las mujeres

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Si bien el mundo de la construcción ya es un lugar en el que incursionan mujeres, todavía es muy grande la brecha de género en estas actividades históricamente reservadas para varones

Si bien el mundo de la construcción ya es un lugar en el que incursionan mujeres, todavía es muy grande la brecha de género en estas actividades históricamente reservadas para varones

Si bien los tiempos están cambiando y ahora hay mujeres incursionando en la albañilería, la construcción es un rubro en el que no somos bienvenidas, sino más bien extranjeras o exiliadas.

Lo primero que ocurre es que el grupo de varones con los que te enfrentás, te miran como si te acabaras de bajar de una nave nodriza y miran por arriba de tu hombro para ubicar a tu marido. Cuando se resignan a que no hay tal marido y que la cosa va a ser así, tratar con vos mano a mano, bueno, que el universo te acompañe. A veces tenés la suerte de contar con un varón solidario que efectúe de interlocutor –yo lo encontré, pero no quiero mentirte, no es fácil- y otras te tenés que afrontar a pelo con el rubro.

Lo primero que te va a suceder es que ese presupuesto que pautaste en un comienzo, es solo una hoja de ruta. El mapa no es el territorio, amiga.

Entre los constructores, una o diez bolsas de cemento son lo mismo y arreglar un baño y una cirugía estética pueden tener costos similares.

Siempre, pero siempre te van a preguntar “¿No quiere que se lo explique a su marido?” y los gastos que te surjan a diario van a superar al presupuesto inicial. Te lo digo yo, que vengo e naufragar en esas aguas.

También te enfrentas a sus tiempos. Los constructores, los carpinteros, los pintores, los herreros son gente sensible y mientras más el tiempo te apremie, más largo te lo van a hacer. Tenés que jugar en el delicado equilibrio entre atormentarlos y olvidarte de ellos. Ahí, en esa tensa línea del medio te tenés que mover. Suerte con eso.

No busques un novio, buscá un mecánico

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Este es el mejor consejo que te puede dar una señora de edad adulta como yo: no busques una pareja para toda la vida, mejor buscá un mecánico.

Debería existir un tinder de mujeres con mecánicos que les arreglen los autos sin limarles el presupuesto.

Matchear con un mecánico que te solucione la vida es mucho más importante que encontrar el amor. O más bien, es lo que te garantiza que el 60% de tu existencia estará resuelta y el amor vendrá solo.

Lo que sucede es que nos han mentido y tenemos trastocado el orden de prioridades: El mecánico debe ser el hombre de tu vida. El único cuyos engaños te van a doler en el alma y en el presupuesto. Buscá uno honesto y no seas egoísta: compartilo porque todas merecemos ser parte de ese relación poliamorosa.

Señora, abra, soy el técnico

Es ley en el universo: las cosas de tu casa se rompen cuando te faltan 10 días para cobrar y ya empezaste a hacer turismo entre los hielos del freezer buscando algo orgánico: una salchicha olvidada en un paquete, media hamburguesa de pollo o ese taper que hasta que no está medianamente descongelado podría guardar restos de un guiso o un microorganismo para revivir a una civilización perdida. En fin: las cosas caras se rompen a fin de mes y no esperan. Desde la heladera y el lavarropas, hasta el auto, todo eso que se estaba por romper, conspira agazapado hasta que tu sueldo es solo un recuerdo de principio de mes y ahí amenaza con dejarte para siempre.

Es entonces que, resistencia, alambre y parche mediante –todos los intentos por arreglarlo vos misma terminan en furia y frustración- te resignás a llamar al técnico. Bueno, suerte querida amiga, porque en cuanto lo llamás, tu vida, que estaba un poco baqueteada, pasa a estar absolutamente perdida.

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Lo primero es llamar a dos o tres, para ver a quién enganchás primero y no llamar al de siempre que ya sabés que te arranca la cabeza. Ninguno puede. Uno justo tuvo que ir a arreglarle el enchufe del velador al rey de Inglaterra, el otro te atiende desde las Cataratas del Iguazú y el tercero es un número que ya no pertenece a un abonado en servicio.

Listo, resignada llamás al conocido, aunque ya sabés lo que te espera, es el que va.

Es el comienzo de otro calvario: esperarlo.

Te dice que viene a las 10 y vos faltás al trabajo, no mandás los pibes a la escuela, suspendés el turno médico que esperabas desde hace un mes y te dedicás a esperarlo. No llega. Mirás el celular, 10 y 45. No llega. A las 12 te dice que tuvo un inconveniente y va a ir a la tarde. Todo suspendido de nuevo.

Una vez que se produce el milagro y lo que estaba roto se encuentra con el milagro del técnico depositás toda tu confianza en él. Más que tu analista, más que tu mejor amiga, más que el amor de tu vida: en ese momento, el técnico lo es todo. Si te lo pidiera, te harías budista con tal de que te arregle el arrancador de la heladera.

Cuando ya todo eso pasó y el artefacto enfermo pasa de terapia intensiva a sala común, viene el momento tan temido: la frase “Cuánto te debo”.

Reconocelo: sabés que ahí estás abriendo el sarcófago de Tutankamón, preguntar cuánto le debés a un técnico es como querer saber el sentido de la vida y la fórmula de la felicidad: no existe una respuesta para esto. O en todo caso, hay tantas respuestas como personas que necesitan un técnico residen en el mundo.

La verdad, es que depende. Si sos mujer muchas veces te va peor: el técnico desde el vamos supone que no está dialogando mano a mano con alguien, siente que te tiene que explicar y abrirte los ojos al mundo de las reparaciones, en el cual vos sos 100% extranjera.

Este es el momento en el que tenés dos caminos: o explicarle la revolución feminista o poner cara de no entender y de estar a merced de un peligro inminente. Optás por lo segundo intentando que todo lo que el técnico supone que no sabés, no se traduzca en dinero. A veces sirve, a veces no.

Lo cierto es que vos le das todo lo que tenés encima, hasta los documentos. Porque esta es otra verdad que nadie dice: cualquier clase de cosa que una va a comprar en momentos de escasez monetaria, intenta hacerlo tarjeta mediante y en cómodas cuotas. Pero los técnicos te cobran al contado, si es en efectivo mejor y pedirles una boleta es casi como mostrarle una ristra de ajo a Drácula.

Si salís con vida, vas a tener lavarropas, pero no jabón para lavar, o heladera, pero vacía o auto, pero sin nafta. Pero tranquila: ya volverás a cobrar y a endeudarte nuevamente.

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