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La China Suárez, una vez en el centro de los medios por su acercamiento a Franco Colapinto en España.
¿Vio, lector que en toda capital europea siempre hay un argentino (en este caso una influencer) atento para filmar videos que luego sirvan para escrachar a políticos, artistas y ciudadanos rumbosos de nuestro país y, claro, para ganar seguidores y ver la forma de monetizar.
Todos tenemos bien claro que la China es una conquistadora nata, que le gustan los hombres jóvenes y que está en todo su derecho de vivir su vida como le plazca. De hecho, lo hace. ¡Chapeau!
Lo que pasa es que esta vez la historia no fue con un cantante de trap, ni con un actor, ni con un productor. ¿A quién le importa Lauty Gram o Rusherking? El problema es, para algunas personas, que La China se ha metido con alguien que había generado muchas y muy buenas expectativas en la población.
Permítanos, lector, una digresión: debemos admitir que hay que estar en forma y en vena para enfrentar un desafío del tipo que nos imaginamos con la China. Si hasta el propio Mauro Icardi -ante una situación similar- se le subió la fiebre y no pudo estar al 100%.
Para decirlo en términos libertarios, la marca Colapinto había prendido porque no parecía provenir de ninguna casta presumida. Y porque el tipo venía con buenas artes a destacarse en el mundo de la Fórmula 1, un ámbito glamoroso donde otros argentinos, como Fangio y Reutemann, habían hecho historia.
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Franco Colapinto tiene 21 años y la China Suárez 32, a quien la cuestionaron por esta razón, entre otras cosas.
De pronto el cielo se nubló con el video difundido por la citada influencer. Colapinto fue advertido por algunos de estar "desviándose de su carrera profesional" y hasta su manager, Jamie Campbell-Walter, fue cuestionado por los opinadores de las redes por no ocuparse debidamente de la instrucción del joven maravilla que nos ocupa.
Tan fuerte fue la repercusión que de pronto este "Jamie" salió a retar a medio mundo por meterse en la vida del corredor (y en la suya) y mandó a callar a todos. Explicó que Colapinto ya había entendido el supuesto paso en falso y que lo dejaran en paz. "Todos podemos equivocarnos", pontificó el manager.
Traducción: al pibe le recordaron que debe tener la cabeza fría y puesta en la inminente carrera de Las Vegas si es que de verdad quiere ser un profesional respetado y que marque la diferencia.
Es evidente que los argentinos estamos necesitados de ídolos, de líderes positivos, de gente que nos represente. Y Colapinto pareció desde el comienzo una buena persona. Se mostró educado (en tiempos que eso no se usa), responsable, no "daba" agrandado ni fungía de farabute, pero al mismo tiempo se insinuaba como un corredor audaz e imaginativo.
Parte del furor que Colapinto había despertado provenía de su imagen de buen pibe, avispado, sin demasiados rollos pero con una gran destreza y audacia para lo automovilístico. Desde los 14 años que está metido en esto. Empezó en Fórmula 4 y, ya ahí, demostró que no era del montón. Lo confirmó en Fórmula 3 y, sobre todo, en Fórmula 2.
Toda esa etapa fue para él como su versión de la universidad. Hoy habla tres idiomas, se expresa con sencillez y soltura y es evidente que tiene un don natural para estar en la Fórmula 1 con sólo 21 años. Hoy mucha gente habla en las sobremesas de escuderías y de circuitos de F1 como si fueran expertos.
Ese repentino furor, ese renacer por el automovilismo y por un nuevo tipo de líder deportivo, ha sido aparatosamente puesto en cuestión esta última semana por algunos aspaventosos anti-China, que no son mayoría, pero que han hecho tanto o más batifondo que esos libertarios que conforman el ejército digital de Javier Milei y que se venden como su "brazo armado".