Análisis y opinión

Javier Moro y la novelesca vida de Rafael Guastavino, "el arquitecto de Nueva York"

Historiador y antropólogo, el español Javier Moro es un descubridor de tesoros humanos lo que refleja claramente en sus libros

A Javier Moro lo presenta de manera sucinta e impecable la reseña editorial: “Es uno de los autores más queridos por los lectores y valorado por la crítica del panorama literario en español”.

Formado como historiador y antropólogo, con el tiempo se volvió un eximio descubridor de tesoros humanos, que ha sabido volcar, con maestría literaria, en cada uno sus libros.

Su más reciente hallazgo lleva por título A prueba de fuego y cuenta la historia de Rafael Guastavino, un brillante arquitecto y constructor español que los propios españoles, en su mayoría, desconocían.

Tras los comienzos profesionales en su patria de origen, Guastavino se trasladó, siguiendo el derrotero de una vida novelesca, a Estados Unidos donde, tras un comienzo dificultoso, llegó a ser denominado, justamente, “el arquitecto de Nueva York” por la vastedad y la calidad de su obra. Un mérito que le contagió a su hijo del mismo nombre, también un arquitecto eximio.

La folletinesca trayectoria de Guastavino tuvo, incluso, ramificaciones que llegaron hasta Mendoza, a través de su primera esposa, quien emigró a la Argentina y compró viñedos en nuestra provincia.

En estos días de pandemia, Moro se mostró muy consternado por cuanto su amigo, el editor de dos de sus libros más leídos, Pasión india y Las montañas de Buda, acaba de morir por falta de oxígeno en su país, tragedia de la que se enteró por Twitter.

Y otro editor indio, el de El sari rojo, tenía, por estos días, también a su hija internada por covid. “¡Imagínate qué estará pasando en las aldeas! -se lamenta- En las 600.000 aldeas perdidas que hay en la India pobladas de gente pobrísima con una sanidad prácticamente inexistente. Ha sido terrible”.

La charla con Javier Moro se hace desde Madrid para La Conversación, programa de Radio Nihuil donde, a través de los años, hemos ido desgranando sus anteriores novelas El imperio eres tú (Premio Planeta 2011), A flor de piel y Mi pecado (Premio Primavera 2018).

-Hola, Javier, ¿cómo están ustedes en Madrid?

-Hola, ¿cómo estáis? Aquí estamos mejor porque ya nos desescalan. Levantan las restricciones y es primavera, así que la cosa pinta mejor.

-En 2020, cuando hablamos de tu anterior libro, Mi pecado, nos decías que la pandemia te venía bien porque te daba más tiempo para escribir. ¿Cómo es la cosa ahora, un año después?

-Es que la vida normal del escritor es autoconfinante. Y, claro, si te confinan a la fuerza, te quitan ese esfuerzo de encima. Es decir, ya no tienes que hacer ese esfuerzo. Eso me permitió terminar el libro. Yo tenía la documentación y me faltaba, pues eso, redactar, ponerme en serio a hacerlo.

-Y así llegó A prueba de fuego.

-Que es la historia de Rafael Guastavino, conocido como “el arquitecto de Nueva York”. Esa es la manera en que lo describió el New York Times, el día después de su muerte, en el obituario que publicaron.

-Un personaje interesantísimo.

-Es la historia de un hombre completamente desconocido en España, que dejó una huella enorme en Estados Unidos.

-¿Por qué?

-Porque hay unos mil edificios y monumentos que llevan la marca Guastavino, de los cuales, 323 están en Nueva York. Entre ellos figuran la estación Grand Central y el puente de Queensboro, ese que sale en el poster de la película Manhattan de Woody Allen. Están el famoso restaurante Oyster Bar y el Zoo del Bronx, con su maravillosa casa de elefante. En fin, las obras de los Guastavino, como dije, dejaron una marca. Aparte que son una belleza que todavía perdura en el tiempo. Si las ves hoy, te emocionas igual que ayer. Marcaron un estilo de construcción que luego fue imitado por otros arquitectos norteamericanos.

-Con Pasión India, El sari rojo, etcétera, buceaste en la realidad india; con El imperio eres tú tocaste el despertar del Brasil colonial, con A flor de piel viajaste por varias latitudes contando la emocionante historia de la vacuna. Y así siguiendo. ¿Te involucrás personalmente con cada lugar, con cada país que abordás en tus historias?

-Sí, porque para mí una historia son cuatro años de trabajo. Me meto a fondo. Entonces, acabas conociendo gente de ese país, de esa sociedad. Y es lo que me gusta de mi oficio, también; el poder salir de mi realidad cotidiana y conocer otras. Viajar con la mente y viajar con el espíritu. Lo que pasa es que me gusta el mundo en general. Mi patria es donde se habla español. Pero me encuentro muy bien en otros lados también. Todos los lugares tienen algo bueno, algo buenísimo. ¡Y hasta Estados Unidos lo tiene! (ríe).

-¡Qué importante ha sido Estados Unidos para el éxodo español! Tus dos últimos relatos, Mi pecado y A prueba de fuego, tienen anclaje allí. Recuerdo una entrevista que hicimos con María Dueñas sobre Las hijas del capitán, entre otros muchos ejemplos.

-Sí. Las hijas del capitán es posterior en el tiempo. Es del siglo XX. La historia de Rafael Guastavino corresponde a la segunda mitad del siglo XIX.

-¿En qué condiciones llega él a Nueva York?

-Llega de la mano de su hijo, que también se llamaba Rafael, en 1881. El grueso de su carrera lo hace entre ese año y principios del siglo XX. Y no es en absoluto un acto de reivindicar a un español por ser español. Nada más lejos de mí que ese nacionalismo.

-¿Por qué dedicarle un libro, entonces?

-Es el acto de reivindicar a un gran hombre; un hombre que dejó una huella y que ha caído en el olvido. Pero hay otro motivo: la vida de Rafael Guastavino es de novela, en la que todo lo que ocurrió es verdad. Tiene una historia personal interesantísima, que explica mucho de su obra también.

-Claro. Además, llega a Estados Unidos ya con cierta madurez.

-Emigra a los 40 años, cuando ya había conocido el éxito en Barcelona. Cuando ya había construido la fábrica Batlló, que era un ejemplo de arquitectura fabril que se imitaba en Europa. Cuando había construido las villas más bellas del Paseo de Gracia de Barcelona a los indianos, que volvían de América llenos de dinero y que le contaban las historias de cómo era fácil hacer dinero allá. ¡Y él se creía todo eso!

-¿Y qué lo impulsó, finalmente, a seguir esa huella?

-Cuando le toca su enorme crisis familiar porque su mujer descubre que tiene una doble vida y un hijo fuera del matrimonio; cuando ella le cierra los grifos del banco y se va a Argentina con sus dos hijos mayores, él decide ir a Nueva York.

-¿Por qué Nueva York, puntualmente?

-Porque había oído, por sus clientes ricos, que allí, en aquel entonces, se estaba cociendo el futuro. Se estaban inventando las ciudades tal y como se vivirían luego en el siglo XX. Se estaban construyendo los primeros rascacielos. ¡Se estaban construyendo cosas increíbles como la calefacción central, ascensores capaces de subir 40 pisos en menos de treinta segundos! Ahora todo eso nos parece normal, pero en aquella época eso era la tecnología puntera del mundo.

-¡Andaba, entre muchos otros, Thomas Alva Edison funcionando en paralelo!

-¡Claro! Y Thomas Edison le va a encargar a Guastavino la construcción de una subestación eléctrica, por cierto.

-Pues bien, llega a América. ¿En qué condiciones?

-Llega sin saber nada de inglés. Nada. Y sin conocer nada de ese mundo.

-Además de los inventos y las construcciones, la sola historia de la vida amorosa de Guastavino podría inspirar todo un culebrón romántico.

-Sí, sí, podría ser uno de esos culebrones de televisión de 700 capítulos, ¡porque le encantaban las mujeres! Tenía sus debilidades, Guastavino.

-Esta situación la padece más que nadie su hijo, porque en España su mujer lo echa por tener una doble vida, pero, luego, en Estados Unidos reitera exactamente la misma conducta.

-Hace lo mismo, exacto. Hay hombres que son así. Necesitan más de una mujer. Está quizá en su ADN… no me quiero meter en eso ni sentar cátedra. Y su hijo lo intenta entender. El libro lo cuenta en primera persona.

-¿Qué buscaba Rafael Guastavino Jr.?

-Quiere entender quién es su padre porque alberga dentro de sí un mal existencial muy grande. Como muchos americanos, no sabe de dónde es. Nació en España, pero a los 9 años acompaña al papá. Luego se hace un grandísimo arquitecto él mismo. Pero no entiende porqué su madre lo ha abandonado. No entiende nada. Entonces intenta escribir la historia de su padre para entender quién es él. Y al final lo consigue.

-Decías recién que tu patria es allí donde se habla español. En el caso de Guastavino, nunca volvió a su tierra natal.

-Si cuento porqué voy a develar el final del libro. Pero sí te digo que vivió añorando muchísimo España. La añoraba tanto que, en su maravillosa propiedad donde se construyó un castillo, el Spanish Castle como le llamaban, en Carolina del Norte, todos los domingos cocinaba una paella e invitaba al cura del pueblo, al forense, al médico y su señora. Luego les hacía probar un vino que él mismo fabricaba ahí. ¡Se iban borrachos los invitados! Para él era una tragedia no poder volver.

-Como cuenta tu libro y me apunta un amigo español, el secreto de la paella está en el caldo, ¿no?

-El secreto está en lo que llaman el fumet. De lo rico que esté el caldo va a depender el grado de excelencia de esa paella. O de esa fideuá, es lo mismo. Y eso lo saben todos los valencianos.

-Hablando de comidas española, en otro tramo del libro dice Guastavino Jr.: “Mi padre seguía con su devoción íntegra por el vino tinto, las paellas y el aceite de oliva”.

-Sí. Él compraba aceite de oliva en Nueva York que, en aquel entonces, era un lujo carísimo porque lo importaban solo los italianos y lo vendían a precio de oro. Luego, el vino. Le gustaba mucho. No podía beber whisky, ninguno de los tragos que bebían los gringos. Entonces, cuando tenía dinero, era muy feliz. Y como se arruinaba, volvía a resurgir como el ave fénix.

-Es cierto. Cada tanto caía en un pozo.

-Llegó a arruinarse tanto que tuvo que empeñar su violín para poder pagar el alquiler del taller, porque había tenido que abandonar el piso donde vivía con su hijo. Fue, quizá, su momento más bajo en su vida americana.

-Una faceta complementaria muy interesante la de violinista.

-Tocaba muy bien el violín. Había sido su primera vocación la de la música. Y era su mejor amigo ese violín, que en los días aciagos le servía de compañía. Y pensar que tres años después de empeñarlo iba a estar en la cúspide de la gloria.

-A partir de que empezaron a considerarse sus hitos.

-Después de haber construido las cúpulas de la Biblioteca de Boston, que fue como el primer gran edificio cultural de los Estados Unidos.

-¿Por qué llegó a confeccionar esa obra?

-De todos los que se presentaron, eligieron a este español desconocido, que acababa de llegar y que prometía un sistema de construcción a prueba de fuego. Eso es lo que interesaba a los patronos de la Biblioteca Boston porque no querían que los incunables, todos los libros de altísimo valor y los objetos de arte cayesen bajos las llamas.

-Los incendios eran moneda corriente por aquel entonces, ¿no?

-El gran problema en los Estados Unidos era que se construía con muchísima madera y los incendios eran espectaculares, pavorosos.

-En tu relato figuran nítidamente, como antecedentes, los incendios de Boston y Chicago.

-Claro. En Boston, 700 edificios ardieron en una noche. Guastavino había patentando en España un sistema de construcción muy tradicional, heredado de los bizantinos, de los musulmanes, que consistía en que lo llaman bóveda tabicada.

-¿En qué consiste la bóveda tabicada?

-En juntar ladrillos, de esos ladrillos finos del sur de España, con cemento, de manera que la forma aguanta la estructura, no la masa.

-¿Qué aporte le hizo?

-Lo había arreglado, le hizo unas innovaciones y lo había patentado. ¡Pero era un poco como patentar la paella! Esa manera de construir se hacía en España desde tiempos inmemoriales. Y él, con muchísimo trabajo, después de hacer la demostración in situ, consigue convencer de que esas bóvedas tan finas que hacía se sostenían y eran a prueba de fuego.

-¿Cómo fue ese momento de la demostración?

-Un día, invita a toda la prensa que puede, a gente del gremio de la construcción, a gente del ayuntamiento de Nueva York y de todos los servicios de urbanismo, y prende fuego a una cúpula que él ha construido en un terreno de Manhattan. La prende fuego y la mantiene a mil grados durante cuatro horas. Y cuando las llaman escampan, se dan cuenta de que ahí sigue en pie la cúpula.

-¡Bingo!

-Es cuando empiezan a pensar que ese no es un charlatán, un cantamañanas español que viene a venderles la burra sino que, a lo mejor, tiene algo de verdad que decir. Y le dan la oportunidad, porque en América, en aquel entonces, sí te la daban.

-¿Y cuál es esa oportunidad?

-La primera oportunidad que le dan es construir la Biblioteca de Boston. Y a partir de ahí los Guastavino ya se convierten en una marca. En Estados Unidos son más conocidos que en el resto del mundo. Ahora hay tours organizados por la municipalidad de la ciudad para ir a ver “el Nueva York de Guastavino”. Te dan un folleto con un itinerario y te indican dónde están los edificios que ha ido dejando.

-¿Por qué pensás que no fue inmediatamente reconocido en toda su dimensión, algo que sí ocurrió años después?

-Primero, hay una pequeña confusión porque yo descubrí, al empezar la investigación, que, en realidad, los Guastavino eran dos: el padre y el hijo. Por eso me di cuenta de que no se podía entender la obra de Guastavino sin comprender esa relación tan increíblemente intensa, de amor, pero también de rivalidad, entre ellos dos. Ambos eran excelentes arquitectos, se llamaban igual, trabajaban en la misma empresa y llegaron a rivalizar. Eso es lo que lo hace formidable.

-¿Y por qué la poca trascendencia de su nombre?

-El problema es que Guastavino casi no firmaba las obras que hacía.

-¿Debido a qué?

-Porque él trabajaba también como constructor. Era una especie de hombre del Renacimiento. Era arquitecto, era ingeniero, era artista y, además, era constructor. Entonces, los grandes talleres norteamericanos de arquitectura hacían los planos generales de una obra importante y dejaban en blanco una parte, que luego completaba Guastavino en su oficina.

-¿Cuáles eran sus principales aportes?

-Guastavino se especializó en cubiertas, en cúpulas finísimas y grandísimas que parecían flotar en el aire. El asunto es que la aportación de Guastavino era lo que les daba la personalidad a esos edificios. Sin embargo, lo firmaba un arquitecto norteamericano. Por eso su nombre no ha quedado como el de Gaudí, por ejemplo.

-Claro, con una fama mucho más extendida.

-Gaudí no hubiera podido ser Gaudí sin Guastavino antes, que sentó las bases del modernismo. Gaudí, en su famosa catedral de Barcelona, construye cosas con técnicas que ha perfeccionado Guastavino de bóveda tabicada.

-Otro aspecto que, desde acá, nos acerca a Guastavino es su pasión por el vino, que produce en Huesca y también en Estados Unidos.

-Sí, exacto.

-Pero, además, su primera esposa, Pilar Expósito, luego del divorcio se traslada a la Argentina con sus hijos y termina comprando viñedos en Mendoza. ¿Has seguido la trayectoria de Pilar hasta nuestra provincia?

-¡Claro que he seguido la pista de Pilar en Mendoza! Y he tenido el gusto de recibir, cuando salió el libro, la llamada de María Alejandra Guastavino, que vive allí. Se mostró muy interesada porque ella es la bisnieta de Ramón, el hijo de Rafael Guastavino, que se instaló en Mendoza y hacía vino. Nos pusimos en contacto con esta señora encantadora, que ojalá esté escuchando este programa porque está allí con vosotros. He quedado en ir a visitarla cuando vaya a la Argentina.

-Y nosotros te estaremos esperando para homenajearte…

-¡Pues sí! Me tendré que preparar para el vino maravilloso que se hace allí.

-Volviendo a la historia de Guastavino, hay un momento impactante que cuenta el libro en ocasión de realizarse la Exposición Colombina en Chicago. Fue espectacular, con la llegada de la infanta de España, con el retrato de Cristóbal Colón presidiendo los fastos, etcétera. ¿Qué pasó entre aquel entonces y hoy, con las estatuas de Colón siendo derribadas, aureolado todo por la leyenda negra de España?

-Pues en un poquito más de un siglo ha pasado que España dejó de ser vista como un elemento civilizador para ser vista como un elemento destructor de antiguas y supuestamente maravillosas civilizaciones.

-¿Y a vos, personalmente, qué te dicen?

-Cuando tengo discusiones con gente de Bolivia, con gente que te dice que los españoles han venido a hacer esto y lo otro, les respondo: yo no puedo pasarme la vida llorando porque los visigodos vinieron a España y martirizaron a quien tuvieran que martirizar. O los romanos o… ¡Todos hemos sido invadidos! La historia se ha hecho así. No se pueden juzgar acontecimientos históricos con el prisma y la óptica de nuestra época. Porque no es justo. Además, no sirve para nada. Es un ejercicio de pura melancolía.

-Difícil que lo acepten los más recalcitrantes…

-Por eso, cuando me hablan así, les digo: ¿qué hago yo? ¿Voy a rebelarme y a romper la estatua del rey visigodo que invadió España en el año 980? ¿Eso es lo que voy a hacer? ¡Pues no!

-Pero volvamos a aquella formidable exposición en Chicago.

-Aquella exposición fue en 1893, durante los años en que se inventaba el mundo moderno. Allí se presentó la primera cremallera, un invento que realmente tuvo éxito. También el primer lavaplatos eléctrico. Fue un acontecimiento enorme, magno. Entre el embajador español y Guastavino consiguieron hacer el pabellón de España y llevaban artistas.

-¿Como quiénes?

-Hay uno de ellos que destaca porque presenta un cuadro bellísimo de una mujer en un tren con dos guardias civiles. Era bellísimo y tenebroso. Alguien que está allí le pregunta a Guastavino: “Oye, este hombre tiene mucho talento. ¿Quién es el pintor?”. Y él le contesta: “Es un chico joven, de apenas 30 años que se llama Joaquín Sorolla. Es de Valencia, como nosotros”.

-Sorolla. ¡Nada menos!

-Fue el primer cuadro de Sorolla que se vio en América.

-Y los Guastavino también tuvieron su reconocimiento, ¿no?

-El éxito que tuvieron los Guastavino fue notable porque hicieron una réplica de un monumento que yo recomiendo, a todos los que viajan a España, que lo vean. Está en Valencia: la Lonja de los Mercaderes. Fue clasificado por la ONU como un bien cultural de la humanidad. Es una preciosidad. Porque cuando la arquitectura se hace tan ligera, cuando ves esas perspectivas, esas columnas en forma helicoidal que terminan como palmeras; esa cosa tan bella, tan armoniosa; ahí te das cuenta de lo importante que es la bonita arquitectura. La arquitectura que funciona. Porque, luego, hay otra arquitectura.

-¿Cuál?

-La de los grandes arquitectos que quieren imponer su ego. Porque la gran diferencia con otras artes es que, en la arquitectura, si tú te equivocas, estás fastidiándoles la vida a cuatro o cinco generaciones de personas. Porque un monumento o un edificio se queda ahí por mucho tiempo. En cambio, si soy pintor y pinto un cuadro malo, no lo ve nadie. O si escribo un texto que no funciona, no pasa nada.

-Recuerdo que, en la exposición de Chicago, además de Thomas Edison, estaban, entre otros, Buffalo Bill, Houdini, Nicola Tesla…

-¡Nicola Tesla, claro! Estaban todos los inventores de nuestro mundo. Se juntaron todos. ¡Y Guastavino estaba ahí! Y todos son conocidos, menos Guastavino. Eso es lo que me pareció increíble.

-Para eso estás vos, Javier, como una especie de Indiana Jones encontrando tesoros por el mundo. ¿Cómo hacés para dar en la diana y hacer tuyas estas historias?

-No sé. Yo busco personajes que me inspiren a mí también y que no sean demasiado conocidos porque ya están muy escritos. Soy historiador de formación y me gusta aportar mi grano de arena a lo que ya se sabe. En la historia de Guastavino, al descubrir las cartas familiares, que fueron la base del libro, yo aporté lo que no sabía de su vida personal.

-De la que había pocos datos, ¿no?

-No se sabía nada. Entonces, para mí fue un motivo de honda satisfacción el poder presentar un personaje injustamente tratado por la historia y con suficientes datos como para que se le empiece a ver más en serio y a ponerle en el lugar que le toca.

-Ha sido un enorme gusto haber hablado nuevamente sobre uno de tus libros, Javier.

-Igualmente. Es un gran gusto hablar con vosotros. Y esto de que estemos separados por 14.000 kilómetros y que hablemos el mismo idioma me sigue pareciendo un milagro.

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