En la entrada del slum descansan los carros de madera que, tirados por una bicicleta o por la fuerza humana, sirven para transportar la basura organizada de cuya venta viven las 80 familias de esta comunidad en el centro de Varanasi. En cuclillas, una joven separa en dos montones restos de papel de plata y botellas de plástico vacías. A pocos metros, un hombre apila cartones en una torre. A su lado, a pleno sol, su vecina cocina dal (lentejas), el plato básico de India.
Todos ellos conocen a Aisha, una mujer de 27 años que ha decidido cambiar su vida y mejorar la de sus allegados. Antes recogía desechos. Ganaba 1,3 euros al día. Ahora es la promotora de salud de este barrio de casas destartaladas: se encarga de orientar a sus vecinas, acompañarlas al centro médico si lo necesitan y llevar un control de las embarazadas. "Me consultan y van al doctor. Estoy contenta porque es un trabajo de responsabilidad, me da confianza", afirma sentada en su humilde hogar.
A través de programas de apoyo sanitario y planificación familiar, a las mujeres de este slum se les facilitan ecografías, análisis de sangre y suplementos vitamínicos durante la gestación y un seguimiento postparto. Ahora los recién nacidos pesan más de 3 kilos, no como antes, y las familias han frenado el número de nacimientos, que hace unos años no bajaba de seis hijos por vivienda. "Ya dan a luz en el hospital, no en casa. Concienciarlas sobre la planificación familiar ha costado más", reconoce María Bodelón, fundadora de la ONG Semilla para el Cambio que ha lanzado estos proyectos en la ciudad sagrada del hinduismo. En India mueren cada año 50.000 madres durante el embarazo, el parto o en las semanas inmediatas. La cifra se dispara a 750.000 en el caso de los recién nacidos y a más de un millón en menores de cinco años.
Aisha, que optó por una ligadura de trompas después del cuarto hijo, explica lo que poco a poco han ido viendo muchas madres de su entorno: "Es mejor no tener más hijos y asegurar a los que ya tengo un futuro si quieren trabajar o estudiar".
Un futuro mejor. Como el que están construyendo 12 mujeres dedicadas al pintado artesanal de pañuelos de seda cerca del slum, en el proyecto Marina Silk. De sus manos nacen cada día finos atuendos diseñados en Cataluña. Una vez que Shweta, la jefa del grupo, aplica la gutta que separa los colores en cada prenda, Regina desliza el pincel con extrema suavidad para que el resultado sea impecable. Requiere destreza, paciencia. Entre todas pintan, secan, vaporizan, lavan y planchan unos pañuelos que tratan de vender en España. El proyecto va a cumplir cinco años y es autosuficiente.
Todas se sienten independientes, cobran por horas, ganan un sueldo. En algunos casos sus ingresos son las únicas rupias que entran en casa. Una situación a tener en cuenta si se echa un vistazo a los datos de toda India: las mujeres representan sólo el 25% de la fuerza laboral en el campo, una cifra que en la ciudad cae al 15%, según Indiastat, mientras que la OIT señala que apenas el 13% de las trabajadoras tiene un "empleo asalariado regular". Son datos sobre el papel porque gran parte de la fuerza laboral femenina de este país no suele entrar en los registros.
Laltusi Shekh sale adelante entre pañuelos y fogones. "Solía pedir a la gente dinero prestado, pero ya he devuelto todo. Con lo que he ganado, compré un terreno en mi aldea de Bengala y estoy construyendo una casa para mis hijos". Esto va más allá del dinero. Es una cuestión de autoestima, de amor propio, algo que el peso de una sociedad patriarcal como la india se encarga de cercenar en muchas mujeres. "Fui a mi pueblo, les enseñé fotos mías pintando. Todos estaban felices y yo, claro, muy orgullosa", cuenta Laltusi con una enorme sonrisa.
"El objetivo principal no es su beneficio económico. El empoderamiento de la mujer empieza por su dignidad dentro de la familia y la comunidad", afirma Bodelón, cuya organización ha impulsado también un curso de corte y confección, una iniciativa que salió de ellas con el sueño de acabar teniendo un trabajo bien remunerado. Al taller de costura acuden, sobre todo, jóvenes que por las mañanas se dedican a recoger basura, es decir, que aún andan a medio camino en su intento de abandonar una vida heredada. Para poder zurcir, no obstante, primero deben apuntarse a un curso de alfabetización, requisito para intentar combatir el analfabetismo omnipresente en el slum. Según la UNESCO, el 68% de los iletrados indios son mujeres.
En la ONG saben que el destino de muchas de estas mujeres probablemente siga su curso (casarse en un matrimonio concertado y trabajar en casa de su familia política) pero están decididos a abrirles una ventana "para que al menos aprendan alguna habilidad". En un país de 1.200 millones de habitantes, donde un tercio vive bajo el umbral de la pobreza, esta es sólo una pequeña gota. Un granito de arena. Una semilla. El objetivo, concluye Bodelón, es que "la semilla se convierta en un árbol, dé su fruto y el fruto sea que no vivan más en un slum".
Fuente: elmundo.es