El fotógrafo mendocino César Panella se tomó 10 años para relevar cerca de 1.000 ermitas en honor al Gauchito Gil

La fe profana gana terreno en cada rincón de Mendoza

Por UNO

A contrapelo de la Iglesia, de los aires que corren en esta época racional y tecnológica, la fe profana de la patria bárbara sigue creciendo. Es la fe y la patria de las personas simples, pero que también va contagiando al resto de la sociedad. Con el Gauchito Gil a la cabeza, las celebraciones son cada vez más multitudinarias y las ermitas y sitios de culto se multiplican, especialmente en los costados de las rutas. Solo en Mendoza y contando únicamente las rutas y carriles asfaltados, hay cerca de 1.000 ermitas del Gauchito. Ese número está certificado gracias a un trabajo de relevamiento e investigación realizado por el fotógrafo mendocino César Panella (49), que dedicó 10 años a recorrer la provincia y también a viajar a la Mesopotamia, lugar de origen del gaucho milagroso, de San La Muerte y de numerosos cultos similares.Cada vez hay más cintas rojas colgando de los árboles. Son en honor y culto a quien dicen que fue Antonio Mamerto Gil Núñez, un gaucho joven que fue colgado cabeza abajo de la rama de un algarrobo y degollado cerca de Mercedes, Corrientes, supuestamente un 8 de ene­ro, posiblemente de 1876 o quizás de 1878, cuando todavía no había superado los 30 años. En ese sitio sus victimarios pusieron una cruz hecha con ramas de ñandubay. Su sangre jamás tocó el suelo, según cuentan, y las cintas rojas representan aquel fenómeno. Ex combatiente en la guerra del Paraguay, se hizo matrero y dicen que favoreció a los más necesitados. Luego las migraciones internas terminaron sembrando el culto en todo el país.No está claro cuándo llegó a Mendoza. Lo que sí es un hecho es que hay un millar de ermitas a la vera de las rutas provinciales y son las más numerosas, seguidas después de las que se alzan en honor de Ceferino Namuncurá, San La Muerte y la Difunta Correa, en ese orden. También hay algunas, muchas menos, de la Virgen de Guadalupe y del curandero Pancho Sierra. Panella vive en Godoy Cruz. Durante los últimos 10 años hizo 4.800 tomas de todas las ermitas de Mendoza del Gauchito Gil y de San La Muerte. Un trabajo etnográfico metódico, paciente, "una obsesión", según definió él mismo."Me llamaban la atención esos trapos rojos que se veían desde la ruta, a cada rato. Y un día de 2004 me paré y vi, y en enero de 2007 comencé a tomar las primeras fotos", recordó.Ahora se reconoce como uno de los millares de promeseros que tiene el santo profano. Explica que "el concepto de la Iglesia es que los creyentes católicos les piden a sus santos a cambio de nada. Quien es devoto del Gauchito establece una relación, un vínculo. El trato es "yo te doy lo que pedís a cambio de una promesa". Se puede decir que estos santos son cobradores. Por eso el dicho que no hay mejor cobradora que la Difunta Correa", contó. Por eso lo de promeseros. Y las promesas son simples. Hacer una ermita, limpiarla, poner flores. Básicamente el santo desea que su imagen se difunda.César dijo que su trabajo comenzó al revés de como comienzan normalmente estas tareas de investigación. "Primero fui a ver, a mirar qué era, qué pasaba, quiénes iban, cuáles eran sus experiencias, sus relatos. Recién después empecé a leer. No quería contaminarme antes con lo que se dice sino ver las cosas por mi mismo", relató.Sostiene que el Gauchito Gil y San La Muerte tienen una imagen distorsionada en parte de la sociedad, especialmente en aquella cercana al catolicismo. No son el mal ni los protectores de la delincuencia. "Es una distorsión generada por los medios", aclara.Hay que remontarse a los orígenes para entender esto, cuando jesuitas y franciscanos comenzaron a intentar la evangelización de los guaraníes. En esos tiempos los nativos utilizaban como amuleto un hueso humano, llevado como colgante en el cuello. Los restos humanos eran venerados y se entendía que los protegían de las enfermedades y las heridas. Los misioneros, como forma de ir filtrando sus creencias, comenzaron haciendo una mixtura de la fe nativa con la católica. Allí nació San La Muerte que, posiblemente, originalmente haya sido "el Señor de la Buena Muerte", una imagen de Cristo crucificado y que todavía tiene su festividad en Córdoba, cerca de Río Cuarto.Y la asociación de San La Muerte y el Gauchito Gil viene luego. Los promeseros del mítico personaje afirman que Gil siempre llevaba colgado un San La Muerte para su protección.Cuentan que saqueaba a los ricos para repartir entre los pobresEl historiador Hugo Chumbita indica que el concepto de bandolerismo social fue acuñado por Eric Hobsbawm en 1965. Descubrió la uniformidad con que se reitera un tipo excepcional de salteador rural, solidario con los campesinos frente a sus opresores, admirado y apoyado por la comunidad, empujado al margen de la ley por una injusticia o un hecho que las costumbres locales no consideran verdadero delito, cuya fama es que "corrige los abusos", "roba al rico para dar al pobre" y "no mata sino en defensa propia o por justa venganza".Dentro de la multitud de cultos que han proliferado por fuera de las instituciones eclesiales, venerando una diversidad de figuras milagrosas a las que se dirigen promesas y tributos en gratitud por sus favores, aparece un verdadero santoral de gauchos o matreros que "robaban a los ricos para ayudar a los pobres", ultimados de manera chocante por la policía. Las expresiones de religiosidad popular se dan en regiones de sustrato cultural tradicional, y en particular los "bandidos santos" proliferan en Cuyo, Tucumán, Corrientes y Chaco.El caso del gaucho Anto­nio Gil, el más difun­di­do en la región, se remonta a la segunda mitad del siglo pasado, aunque las diversas versiones que conocemos no coinci­den en las fechas. Los sucesos acae­cieron en la zona de Mercedes, en el cen­tro de la pro­vin­cia. Cuentan que el jefe de­partamental de Mercedes, de fi­lia­ción libe­ral, el coronel Juan de la Cruz Zala­zar, reclutó para la mili­cia al joven Antonio Mamerto Gil Núñez. Éste era "colo­ra­do", y una noche de­sertó en Los Palma­res. Perse­guido por la autoridad, anduvo por los montes de Paiubre -antiguo nom­bre guaraní de Mercedes- encabe­zando una banda de cuatre­ros, y cuentan que saqueaba a los ricos para repar­tir entre los po­bres.Gil habría sido capturado y Zalazar le reprochó haberse hecho desertor, o le reclamó que se incor­po­rara a sus fi­las, a lo cual el gaucho se negó. "Para qué ta voy a pelear y de­rra­mar sangre", habría sido su res­pues­ta. Enton­ces fue remitido a Mercedes, y de allí a Goya para que fuera juzga­do. Esto impli­caba casi segura­men­te su condena a muer­te e in­quietó a los pobladores de la zona, que lo apreciaban como a un criollo "noble y valien­te". Se dice que el coro­nel Velázquez, vetera­no de la guerra del Para­guay, intercedió por él ante Zalazar, quien habría decidido po­nerlo en liber­tad. Pero la contraorden llegó tarde: un 8 de ene­ro, la par­tida que conducía al preso hacia Goya se detuvo a ocho kilómetros de Mer­ce­des, en el cru­ce de unas picadas, y colgándolo por los pies de un alga­rrobo lo degolla­ron bárbaramen­te. Dicen que lo coloca­ron en esa po­sición para evitar el poder de su mira­da. El lugar quedó seña­lado por una cruz de ñandubay que planta­ron sus victi­marios. A aquella cruz -Curu­zú Gil- se atribuyen facultades pro­di­gio­sas a partir de la curación de un hijo del pro­pio matador del gau­cho, a quien le habría predicho lo que sucedería. Los Spero­ni, dueños del campo donde se levantaba la cruz, temiendo que la pro­fu­sión de velas de los prome­santes provoca­ra un in­cen­dio, la hicie­ron trasladar al cementerio de Merce­des; pero enton­ces, una sequía castigó la estancia y otras calamida­des personales se abatieron sobre la fami­lia, hasta que la cruz fue resti­tuida a su lugar ori­gi­nal. Los mismos propietarios cons­truyeron un ora­torio, al que se hicieron mejo­ras pos­te­ri­ormente.

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