Esta presentación se dará en el marco de la temporada lírica del teatro y el director argentino montará esta obra que cumple 20 años desde su nacimiento en Lyon

Tres hermanas llega al Colón con Szuchmacher

Por UNO

Tres hermanas, ópera en tres secuencias del compositor húngaro Peter Eötvös, inaugurará mañana -con inusual pulso contemporáneo- la temporada lírica 2018 del Teatro Colón bajo una puesta del director argentino Rubén Szuchmacher, que exaltó el valor del desafío pues "el público histórico de la ópera es retardatario"."A veces la cuestión se resume en la expresión que dice que estamos viviendo el siglo XXI con una mentalidad del XIX y que no comprende todavía al siglo XX. El espectador de la ópera es retardatario. La ópera Peleas y Melisande, del mil novecientos, le sigue pareciendo escandalosamente moderna", afirmó Szuchmacher, actor, director de teatro, regisseur y docente.La apertura del año con Tres hermanas, ópera con libreto de Claus Henneberg y la dirección musical de Christian Schumann, al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón, se concretará mañana a las 20 en la primera de las cuatro funciones programadas por el máximo coliseo argentino (habrá más el viernes 18 y martes 20 a las 20 y el domingo 18 a las 17).Tres hermanas estaba programada como uno de los títulos de la temporada 2017, pero finalmente fue excluida de la programación junto con otra larga serie de suspensiones que sufrió el Colón en su desordenado año. Su lugar en la apertura de 2018 será una saludable compensación para el que había sido el único título contemporáneo proyectado en 2017.Esta ópera nació a partir de un encargo de la Ópera Nacional de Lyon, donde fue estrenada el 13 de marzo de 1998 (el martes se cumplirán exactos veinte años), inspirada en la obra de teatro homónima de Antón Chéjov. Eötvös se centró en la emoción más que en la trama. En lugar de estar dividida en actos y escenas, está formada por tres secuencias: cada una de ellas muestra una visión diferente del mundo según las perspectivas de tres de los personajes de la obra, Irina, Masha y Andrei.A propósito de la apertura de la temporada lírica, Télam dialogó con Rubén Szuchmacher, un conocedor del universo del Colón, donde además se formó. -¿Cómo se llega a este estreno tras las dificultades del calendario de 2017?-Contrariando los presagios apocalípticos que son parte de este teatro, la verdad es que no tuve problemas en la preparación. Quizá algunas cuestiones de calendario como alguna presentación en la sala principal que interrumpe el proceso de trabajo y su lógica, pero de todos modos muy contentos con poder hacer una producción local.El Colón es un teatro complejo en su estructura. Todas las líneas políticas, sociales y hasta religiosas se cruzan acá adentro y es difícil salir indemne. Se puede decir que se trabaja con un margen de error bastante alto porque es imposible, como sucede por ejemplo en la escena independiente, que uno controle todo, hasta el último clavo. Acá hay un momento en que las cosas suceden o no. A este teatro le falta un grado más de modernidad en su planteo general.-¿Atribuye algún valor adicional al hecho de ubicar una ópera contemporánea en la jornada de apertura?-Ha sido un hecho azaroso pero es igualmente maravilloso. Se va a estrenar a veinte años del estreno de esta ópera en Lyon. Todo gran teatro lírico programa títulos contemporáneos pero el espectador histórico de la ópera es retardatario. La ópera Peleas y Melisande, del mil novecientos, les sigue pareciendo escandalosamente moderna. Con una ópera de estas características se accede a un espectador diferente.Saber qué público tiene uno delante es importante, es determinante. No es lo mismo hacer esta obra en la escenario principal del Colón que en el CETC (Centro de Experimentación del Teatro Colón). Y era interesante pensar una puesta que pudiera resultar interesante para un espectador que recibe con resistencia cuando escucha un clúster. Que empieza a vivir todo como un ruido. Y que frente a esa clase de estímulos lo único que piensa es en irse.Acá lo que hay es una obra compleja. Porque no hay historia. No hay cronología. El que va a ver eso se choca contra la pared. Pero tampoco se requiere un espectador especializado. Se requiere un espectador tranquilo, dispuesto a escuchar. Yo hice acá La oscuridad de la razón e Il Prigionero de (Luigi) Dallapiccola, que es bastante asequible, y ya con eso la gente se iba. Que el público del Gran Abono se quede es un logro. -¿Cuál es su planteo desde el punto de vista de la dirección?-La obra de Chejov aparece como una cita dentro de esta ópera. Porque esta ópera no sigue su narrativa. Está armado todo de esa manera. Siempre me preocupo porque no haya un exceso de estímulo visual, que no se transforme en la banda sonora de un filme. Me gusta que la música, el texto... Todo se convierta en elementos constitutivos. En ese sentido me pongo wagneriano.-¿Qué dificultades observa en la actual escena de la ópera contemporánea?-No termina de hacer pie. El CETC debería ser su lugar pero en los teatros muchas veces pasa que termina siendo como un lugar de segunda, que no hay un espacio y elencos estables, que si aparece otra producción importante lo contemporáneo se posterga. Además, las inclinaciones del público por esta clase de espectáculos es fluctuante. Por eso cuando me convocó Martín Bauer para esta obra me entusiasmé. La ópera contemporánea sólo puede sostenerse con políticas públicas y sin políticas públicas definidas no puede consolidarse.