La semana pasada se estrenó la segunda temporada de la exitosa serie española. Poco original, con actuaciones desparejas y un guión muy flojo, sólo el entretenimiento parece salvarla.

La casa de papel: mucho ruido y pocas nueces

Por UNO

El 6 de abril Netflix estrenó la segunda temporada de La casa de papel, luego de un final de la primera temporada que desconcertó a muchos, y tras haber "sufrido" más capítulos, ya que los 9 episodios que se vieron en su país de origen, España, fueron alargados a 13 en la plataforma en Argentina.

A partir de esta aclaración, los miles de fanáticos de la serie que narra el robo de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre -espacio donde se imprime el dinero en la Madre Patria- esperaban seguir la historia de los ocho asaltantes que permanecían en la Fábrica con el objetivo de imprimir 2.400 millones de euros.

La primera temporada ya mostró las bases de su éxito: buena factura técnica, acción y si alguien quería algo de romance, no lo escatimaban. Pero la originalidad brillaba por su ausencia, desde las obvias referencias a filmes como El plan perfecto, de Spike Lee -con sus mamelucos y máscaras, pero con coherencia narrativa- hasta Perros de la calle de Quentin Tarantino -allí los criminales no se conocen entre sí y adoptan nombres de colores, como en la serie española adoptan los de ciudades-.

La casa de papel contradice los más básicos supuestos de la ficción policial. ¿Por qué un grupo de ladrones entra con máscaras y mamelucos para camuflarse entre los rehenes, si a los pocos minutos van a dejar ver sus caras y, por ende, la posibilidad de ser identificados?

La segunda temporada -tratando de no hacer spoilers- continúa la carrera de las fuerzas policiales para identificar al "cerebro de la banda", El Profesor (Álvaro Morte), continúan las historias de amor (con diálogos que nada envidian a una telenovela venezolana) y las tensiones entre rehenes y delincuentes, entre delincuentes y delincuentes y entre rehenes y rehenes, con un guión que alarga las situaciones hasta lo excesivo y se torna aún más inverosímil.

Con respecto a los actores, se advierte que no siempre el director Álex Pina logra sacar provecho de sus talentos. Por ejemplo el personaje de Berlín (interpretado por Pedro Alonso) va desde lo ajustado a la sobreactuación, lo cual expone que la dirección, más que los actores, es la que falla.

Además, la serie respira una atmósfera "a lo norteamericano", no sólo por copiar las mencionadas películas, entre otras tantas del género, sino porque reivindica los peores clichés del género realizado en el país del Norte, como bromear cuando las balas los tienen cercados.

La casa de papel es entretenida, pero se desluce junto a grandes series con originales ideas, bien actuadas y con algo más que buenos recursos técnicos que aportar.

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