El doctor Daniel López Rosetti se ha convertido en un divulgador científico, un puente que acerca el conocimiento médico al común de las personas, que antes se dejaban llevar por mitos populares o que ahora se pueden encandilar con parte de la pseudociencia que habita en Google.

Su interés por convertirse en ese puente se lo debe mucho a su madre, como él mismo lo ha contado. Una vez le realizó una pregunta sobre medicina y él al responderle con tecnicismos, hizo que su mamá le amonestara: “Daniel, si vas a hablar tan difícil no vas a curar a nadie”.
A años de ese acertado consejo y varios libros que no “hablan difícil” sobre medicina, este viernes López Rosetti presentará Equilibro. Cómo pensamos, Cómo sentimos, Cómo decidimos, parte del Ciclo de Escritores Grupo Planeta-Grupo América.

El encuentro será desde las 20.30 en el Polideportivo Vicente Polimeni (Roca 400, Las Heras).

El acceso será libre y gratuito y la charla será moderada por el periodista Andrés Gabrielli.

Luego de su anterior libro, Emoción y sentimientos, López Rosetti profundiza aún más en el precepto de que somos “seres emocionales que razonan” y analiza temas que abarcan desde las primeras preguntas que se hicieron en la antigüedad los filósofos, a la importancia del sueño reparador, la memoria y los recuerdos y cómo nuestras emociones afectan nuestra salud psicofísica.

Antes de presentarse en Mendoza, siempre dispuesto a la charla tranquila y sin apuros, así charlaba el autor de Equilibrio con UNO.

-Con toda la información que tenemos ahora y con la premisa que usted pregona en su libro de que el cerebro es un órgano social, ¿cómo se entienden estas nuevas formas de relacionarnos, que tienden a no propiciar el contacto persona a persona, como las redes sociales y la conexión constante con el celular?

-La tecnología nos alcanzó a todos y el uso de las redes sociales en exceso tiene mala prensa y en parte es justificada. De todos modos, lo primero que tenemos que decir es que existen por la necesidad de comunicación y que han democratizado y dado voz a quienes no la tenían. Las redes sociales, por definición, son una comunicación sin fronteras, bidireccional, de interacción, algo que con medios anteriores no existía. Incluso utilizándolas con algún perfil emocional, cuando se usan emoticones o recursos como para darle un contenido distinto y no la letra fría.  Dicho esto, me gusta sostener que las redes sociales no deben reemplazar a las redes sociales de carne y hueso, la comunicación interactiva personal hasta ahora no tiene paralelos.

-¿Por qué?

-Porque el ser humano es un ser social, no hay emoción sin cuerpo. La emoción habita el cuerpo entero. La mirada tiene una comunicación afectiva, intuitiva, históricamente evolutiva. Si un bebé llora en brazos de alguien, lo ponen en brazos de su madre y deja de llorar, es casi espontáneo y eso tiene que ver con el contacto humano, de piel. Lo que hay que evitar es que las redes sociales no resulten en una suerte de aislamiento paradojal. La existencia de todos los sistemas tecnológicos, las comunicaciones, es cierto que están observadas, porque como toda herramienta pueden ser utitlizadas correcta o incorrectamente, lo mismo que googlear páginas para buscar determinadas enfermedades. Después lo que habrá que hacer es una cuestión de educación.

-Mencionó la palabra educación y en su libro habla de “educación emocional”, porque en el colegio tenemos matemáticas, lengua, etcétera, pero no una formación  de este tipo. ¿Cómo cree que debería ser?

-No tengo duda que la educación emocional se está expandiendo, pero tendría que hacerlo orgánicamente, esto es en la familia y en el colegio, debería ser parte constitutiva de una matrícula formal de aprendizaje, porque resulta indispensable. En mi libro anterior, Emoción y sentimientos, sostengo que no somos seres racionales, somos seres emocionales que razonan, en el sentido que tenemos millones de años de evolución como seres emocionales y apenas 70.000 años como seres racionales, así es que claramente nuestra comunicación, nuestro bienestar, nuestra efectividad laboral, nuestras relaciones interpersonales, nuestros proyectos, nuestros deseos, nuestras evaluaciones, todo pasa básicamente por las cuestiones de orden emocional. Por eso “inteligencia emocional” es muy desafiante, porque une una palabra -inteligencia- que históricamente estuvo relacionada a cuestiones sistemáticas, lógicas, mentales, matemáticas, secuenciales, lingüísticas, racionales a “emocional”, lo cual revoluciona el término de inteligencia. Esto pasa desde hace muchos años, lo que sucede es que como pasa con la medicina y la salud, es que son útiles en la medida que tengan accesibilidad. Uno puede tener mucha ciencia, como sucede en muchos países, pero tiene que estar al alcance de todos, esa es la accesibilidad de la salud pública. Lo mismo ocurre con la educación y en este caso con la educación emocional. Es esencial enseñarla.

-¿Por qué es tan importante?


-Porque es un camino de autoconocimiento, de conocimiento del otro y de respeto del otro.

-¿Es complicado educar emocionalmente?

-No, para nada, es fácil. Porque es enseñar el manejo de los recursos que ya todos llevamos dentro. No es una utopía hacerlo. Quien haya tenido alguna experiencia en formación emocional, por ejemplo en mi caso por la facultad o por la actividad que tenemos en el Hospital de San Isidro en el Servicio de Medicina del Estrés, donde hay talleres que incluyen educación emocional, uno se da cuenta que las personas lo necesitan y cómo desarrollan una experiencia rápidamente, utilizando las herramientas que ya tenemos, pero que en el plano de la educación formal no han sido expresadas, con lo cual no las hemos desarrollado adecuadamente, no las hemos confrontado a la experiencia.

-¿Cómo sería aplicable a un niño?

-Imaginemos que un chico empiece a distinguir emociones a edad muy corta. Por ejemplo que en la familia le muestren a los dos, tres o cuatro años una foto de un cumpleaños familiar y le pregunten al niño: “¿Cara de qué tiene el abuelo?”, para que distinga cara de tristeza o alegría, para que con el tiempo pueda distinguir por qué tiene esa alegría, que pueda evolucionar e interpretar los sentimientos, no solamente las emociones y valorar la posibilidad de que esté feliz, y saber que puede estar feliz por orgullo, por entusiasmo, por tener una familia, por tener anhelos. Es decir, poder detectar las distintas emociones y sentimientos y los distintos grados que tienen, porque históricamente casi todos nosotros podemos detectar las emociones básicas, por ejemplo el miedo, pero en realidad después hay algo que es saber las magnitudes.

-¿Cómo es eso?

-El miedo no es todo igual, hay desde una mínima aprensión hasta el temor que se puede mezclar con incertidumbre. Está el miedo real, ataques de pánico, terror: eso se llama “granulanidad”, que es buscar la magnitud que tiene cada una de las emociones, pero a su vez interpretar -que no es algo habitual que las personas consideren- que a lo mejor cuando sienten una emoción -por ejemplo miedo- no están sintiendo sólo una emoción, sino una mezcla. Las personas creen que sentimos intuitivamente su amor, culpa, odio, vergüenza, orgullo, cuando muchas veces se sienten mezclas . Las sensaciones, las emociones, los sentimientos que tenemos nunca son puros, son mezclas de colores, no hay un color emocional puro, siempre sentimos varias cosas al mismo tiempo y detectar eso es un camino de autoconocimiento, que es algo que uno va aprendiendo con el tiempo.

-¿Esa es una de las enseñanzas que le trajo el tiempo?

-Yo digo que si educase de vuelta con mi esposa a mis hijos -te estoy hablando de tres chicos que tienen 33, 32 y 31 años- lo haríamos más desde una perspectiva emocional, como mostrándoles fotos. En las conversaciones familiares, en los almuerzos o cenas no preguntaría solamente lo que se hizo en el día, sino siempre agregaría una emoción: cómo te sentiste. “¿Diste la lección en el colegio?, “Y cómo te sentiste? ¿Y la profesora que te dijo? ¿Y qué pensás que sintió?”. Que se exploren todas las posibilidades que se dan, desde alegría a la tristeza, pero también la envidia, el orgullo, etcétera.

- Creo que si tenemos la chance, todos haríamos lo mismo…

- Pero bueno, como dijo Ringo Bonavena, “la experiencia es un peine que te dan cuando te quedaste calvo”.

-Para aprender a veces uno se equivoca y usted habla de eso en su libro. ¿Cuál es la importancia vital del error?

- Es muy difícil no equivocarse, pero lo trascendente es aprender. Alguien en algún momento dijo que las decisiones correctas se toman con la experiencia y la experiencia se gana tomando decisiones incorrectas. Se gana si se ha sido humilde, se se ha sido reflexivo, si uno ha reparado en que se equivocó, con lo cual estas tres últimas circunstancias para que uno pueda sumergirse en esa condición tiene que ser humilde y salir del ego, entonces sí se aprende. En realidad, creo que la experiencia es el fruto de los errores cometidos, porque los errores duelen, el éxito no, entonces enseña menos. Del mismo modo en que la emoción es el mejor cemento para la memoria, la emoción es el mejor cemento para la experiencia y esto por lo general tiene que ver con el dolor, no con el éxito.

-En su libro cuenta que la Organización Mundial de la Salud (OSM) afirma que el 90% de las enfermedades son psicosomáticas, de allí lo importante de poder gestionar las emociones, porque las emociones pueden enfermarnos. Si todo esto es tan importante, ¿por qué muchos médicos soslayan el aspecto emocional en el interrogatorio a sus pacientes?

-Lo que decimos a los estudiantes de Medicina –yo soy adjunto de Clínica Médica en la Carrera de Medicina de la Universidad Favaloro- y a los cursantes que cuando tomen contacto con el paciente en el consultorio, utilicen una vuelta, un recurso de conversación, que es “cómo se siente”. Suelen contestar: “Enfermo”, “Más o menos, me duele acá”. Y uno debe hacer énfasis: “No, no no. Le pregunto cómo se siente usted”. Porque el “acá” hace referencia a una parte del cuerpo, un órgano y el “usted” hace referencia a la integración. Un cardiólogo, por ejemplo, sabe que el paciente viene por el corazón  o por un problema de hipertensión. Tal vez, eso lo sabe, pero si le pregunta “cómo se siente usted”, le está diciendo “usted es mucho más que su corazón”. Eso es central. El paciente detecta que se forma ese puente de comunicación, ya hay una conexión y al médico le brinda herramientas para el diagnóstico y la terapéutica.