En el noroeste argentino, allá donde las rutas nacionales se vuelven líneas finas sobre el mapa y los carteles indicadores desaparecen, existe un pequeño pueblo que casi nadie nombra. Pero en otra época, fue el escenario ideal de un título nobiliario.
Este pueblo no figura en los itinerarios turísticos habituales ni aparece en las guías de mochileros que recorren el país de punta a punta. Para llegar hay que tomar un desvío de ripio que parece llevar a ninguna parte. Pero la recompensa final vale la pena para cualquier turista.
El pueblo de un marquesado
Se trata del pueblo de Yavi, que parece detenido en una burbuja de tiempo. Las casas son de adobe blanqueado con cal, los techos de paja o chapa oxidada, y las calles no tienen nombre; todos se orientan por referencias que solo entienden los de ahí. Al atardecer, el silencio es tan denso que se escucha el latido de la tierra misma, y cuando cae la noche, el cielo se abre como un domo infinito lleno de estrellas que parecen estar más cerca que en cualquier otro punto del planeta.
Yavi es un pueblo de apenas 300 vecinos en el extremo norte de Jujuy, a pocos kilómetros de la frontera con Bolivia y a 3.500 metros de altura, donde la puna comienza a fundirse con el altiplano.
Yavi fue, hace siglos, un punto clave en la ruta de la plata potosina. Por sus calles empedradas pasaron arrieros cargados de lingotes, soldados españoles y mensajeros incas mucho antes. La casa del Marqués de Tojo, abandonada y medio en ruinas, aún conserva los escudos nobiliarios y los rumores de túneles secretos que conectarían con la iglesia.
Muchos turistas llegan a este pueblo buscando la famosa “puerta del sol” tallada en piedra que aparece en fotos misteriosas de Internet, pero se van sin encontrarla porque nadie les dice dónde queda exactamente. Otros vienen por el cementerio indígena lleno de apachetas y ofrendas a la Pachamama.
Quedarse una noche en el pueblo de Yavi es entender que hay lugares que no necesitan ser famosos para ser importantes. Basta caminar hasta el mirador al amanecer para comprender que este rincón olvidado del mapa guarda una belleza tan cruda y tan pura que no precisa de multitudes.






