El proceso de globalización económica que se intensificó a partir de la década de 1980 provocó cambios significativos en el panorama económico mundial. En los últimos 40 años, los países anteriormente industrializados de Occidente han experimentado una fuerte desindustrialización, mientras que los países predominantemente agrícolas del este y sudeste de Asia se han convertido en importantes centros industriales. Asimismo, los países latinoamericanos, como Argentina, Brasil y México, abandonaron su industrialización por sustitución de importaciones y abrieron sus economías.

La globalización también ha ocasionado una reestructuración de las cadenas de valor. Las economías anteriormente industrializadas se concentraron en los sectores tecnológicamente más intensivos. Los países con abundantes recursos laborales en el este y sudeste de Asia recibieron las partes de producción con mano de obra más intensiva, ya sea albergando sucursales de empresas multinacionales, tercerizando parte de sus actividades o incluso constituyendo empresas subcontratadas, especialmente aquellas responsables de ensamblar dispositivos y otros bienes para las compañías globales que son líderes en innovación.

Esta estructura productiva ha tenido un impacto sustancial en los flujos comerciales en todo el mundo. Vale la pena reflexionar sobre la situación cambiaria brasileña en el período de 1990 hasta la actualidad. Cuando el país abrió su economía a principios de esa década, la participación de Estados Unidos en las exportaciones brasileñas era del 24,6 %, mientras que Europa representó el 33,7 % y Asia, el 16,8 %. En 2021, el mayor destino de las exportaciones fue Asia, con el 46,4 % (China por sí sola representó el 31,3 % del total), seguida de Europa, el 13 %, y EE. UU., el 11,1 %.

También hubo cambios en las importaciones brasileñas. En 1990, Europa era el socio más destacado, con un 23,5 %, seguida de EE. UU. con un 20,3 % y Asia con un 10,2 %. En 2021, Asia representó el 35,6 % (el 16,1 % correspondió a China), Europa, el 23,4 %, y EE. UU., el 18 %.

La principal explicación de este cambio radica en la globalización, que ha desplazado la producción y la demanda. En este proceso, una parte vital de la producción de las multinacionales occidentales se trasladó a China. Pronto, también se transfirió allí la necesidad de materias primas, energía y alimentos que iban principalmente a EE. UU. y Europa. Esta situación se aplica a muchos países, incluidos Argentina, Chile y Perú, que tienen a China como su socio principal.

Sin embargo, este mayor compromiso de China con las naciones latinoamericanas es visto con recelo por Estados Unidos, ya que erróneamente ven la presencia china como parte de una estrategia hegemónica en una región que EE. UU. considera su “patio trasero”. Los temores de Estados Unidos surgen justo cuando China está organizando una exitosa estrategia de desarrollo que va más allá de su papel como fábrica del mundo para convertirse en un centro de tecnología e innovación. Pero este compromiso no es un resultado geopolítico, sino la consecuencia del curso del proceso de globalización.

En marzo, la general estadounidense Laura Richardson, en una audiencia en el Congreso, advirtió que el mayor desafío del Comando Sur de EE. UU. es la presencia de China y los proyectos de inversión que se enmarcan dentro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en América Latina.

Cabe señalar que en medio de estas preocupaciones, el Gobierno de Estados Unidos y sus instituciones no pueden ofrecer a los países latinoamericanos opciones viables de financiamiento e inversión, porque tienen una visión muy negativa de los proyectos públicos que pueden impulsar el desarrollo económico de esos países. Es mucho más probable que el Gobierno estadounidense libere dinero para tomar medidas enérgicas contra la inmigración ilegal de México y América Central que comprometerse a llevar a cabo proyectos que puedan abordar las causas profundas de la inmigración, como la pobreza y el desempleo.

Supongamos que el Gobierno de EE. UU. no estuviera dominado por la mentalidad de Guerra Fría y la lógica de suma cero. En ese caso, podría comprender que la presencia de China en América Latina es un factor de estabilidad económica y podría ayudar a superar estos dos problemas importantes que impulsan la inmigración ilegal al país.

El Gobierno de EE. UU. debe entender que una América Latina próspera también es de interés para EE. UU. y que China está impulsando la economía local en lugar de competir con una lógica geopolítica. Esta postura no es ningún secreto. Basta leer detenidamente el documento de trabajo de China sobre América Latina y el Caribe publicado en 2016. En lugar de juegos de suma cero, es necesario ver las virtudes de la sinergia en este contexto.

El autor es profesor de economía política internacional en la Universidad Estatal de San Pablo. Esta es una versión abreviada y traducida de un artículo que apareció en China Daily. Las opiniones no reflejan necesariamente las de China Daily.

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