Boy Olmi fue el último que lo tuvo cara a cara, en Mendoza, en 2019, cuando se gestó el documental Buscando a Quino, que se estrenó en mayo último. "¿Y de qué vamos a hablar?", fue de lo primero que le dijo a Olmi cuando el actor, director y productor comenzó a desandar ese camino.
Yo también quise entrevistar a Quino.
Comencé a insistir hace algunos años, cuando supe que en un barrio de Chacras le estaban construyendo la última morada, la casa donde el maestro vivió hasta el final. La vuelta a Mendoza ya era un hecho: la muerte de Alicia Colombo, su compañera de vida, no solo había partido su vida en dos: también le había marcado la hora del regreso a la tierra que lo vio nacer en 1932 en la calle Pascual Toso de Guaymallén.
Tiempo después lo supe: Quino había perdido la vista casi totalmente. Ironía del destino: la oscuridad le iba ganando terreno a la luz. Justo en él, que iluminó a tantas generaciones. La persiana de su vida comenzaba a caer lentamente. El Parkinson se acentuaba en su tan requerida humanidad. Y él se iba metiendo cada vez más adentro suyo.
Pero no me di por vencido: quería entrevistarlo. Sí o sí. A pesar de su timidez, de su perfil bajo, de sus larguísimos silencios en algunas entrevistas radiales pero también de sus palabras tan potentes como sus trazos. Un par de frases suyas. El contexto.
Quino disfrutaba de la siesta -de hecho comenzó a irse de este mundo mientras dormía- y del vino. Como buen mendocino de ley. Entonces se me ocurrió ir por ahí. Como Braceli detrás de Borges con una barra de chocolate en el bolsillo.
-¿Qué vino le gusta al maestro? Para llevarle de regalo... -propuse al sobrino, Diego Lavado, uno de los que se ocupó de que a Quino jamás le faltara nada ni nadie.
- Ja, ja. Malbec pero ya nos vamos a juntar. Esperemos que pase la pandemia -repuso.
...
Más adelante insistí.
- Tengo unas cervecitas... Las llevo cuando el maestro quiera -intenté.
- Yo te avisaré más adelante. Esto de la pandemia lo tiene preocupado. Estamos tomando todas las precauciones; él también nos pregunta si nos lavamos las manos y nos dice que nos cuidemos.
El periodista es insistidor por naturaleza. Por eso, este miércoles le volví a escribir a Diego Lavado. La excusa era saber algo del maestro, al menos cómo había vivido los 56 años de su niña respondona y si tenía algo para decir, al menos de modo indirecto.
Siendo las 10.18 le mandé el mensaje mientras miraba fotos de estatuas de Mafalda con barbijo. Pero el sobrino no contestó. La sorpresiva e inesperada noticia me llegó al mediodía. Quino había muerto.
Roberto Sergio Lavado y Julieta Colombo, también sobrinos de Quino, me confirmaron la mala nueva casi al mismo tiempo que la recibían y comenzaban a digerirla. Él en Mendoza, ella en Buenos Aires. Pero unidos por el hilo invisible de la tristeza. El mismo hilo que une a varios millones de seguidores en el planeta.