Crónicas de viaje

Panamá: mapa alucinado para una ciudad entre dos océanos

Un redactor de Diario UNO escribe desde Panamá, donde una tajada de sandía desató una masacre y el delirio caribeño vive entre malls, sirenas cantoras y fútbol

En la entrada al casco viejo de la Ciudad de Panamá, olvidado entre vientos que mezclan agua de dos océanos, un cartel recuerda -como si hablara de lejos- una pelea que terminó con al menos 18 muertos y una indemnización de U$S 412.000 que hubo que pagar a Estados Unidos.

Todo empezó con una tajada de sandía.

“El 15 de abril de 1856, como a las 6 de la tarde, el viajero estadounidense Jack Oliver se negó a pagar la suma de un real neogranadino por una tajada de sandía a José Manuel Luna, un vendedor de frutas istmeño”, dice el cartel.

Gestos pequeños a veces encienden el polvorín de la historia. Cuando Manuel insistió para que le pagaran, el extranjero -que se hacía llamar New York Jack- le contestó “kiss my ass” y hasta desenfundó una pistola, a lo que el frutero respondió sacando un puñal.

“Cuidado, que aquí no estamos en EE.UU.”, dijo el frutero. Y parecía que la cosa iba a quedar ahí cuando intervino un peruano, Miguel Abraham, que le sacó la pistola al -probablemente ebrio- yanqui y tras evadir al grupo de extranjeros salió corriendo.

Sonaron tiros, volaron machetazos. La disputa “degeneró en una trifulca generalizada, saqueo de locales comerciales y un tiroteo en el que se vieron envueltas decenas o centenares de personas (…)”.

Intervinieron gobiernos, las autoridades estadounidenses exigieron plata. Meses más tarde se produjo la primera intervención militar de los del norte en el itsmo. Vendrían muchas más.

calles casco viejo panamá
Algunas esquinas de Panamá todavía tienen el sabor de los antiguos puertos.

Algunas esquinas de Panamá todavía tienen el sabor de los antiguos puertos.

Ahora, perdido entre las rutinas del lunes -en una calle portuaria donde por un lado hay tiendas con avíos para barcos y por otro una cantina en penumbras que escupe reguetones-, ese cartelito que rememora al llamado “incidente de la tajada de sandía” es la primera muestra de otra cartografía posible de este país.

Porque Panamá es el canal y los sombreros para protegerse del trópico. Es barcos de casi todo el planeta esperando para pasar; es calor que da brillo a las pieles.

Pero también es un atracadero donde el zumo de las historias se arremolina igual que si la verdad se clavara un cóctel regadito de ron y se entregara, con poses exóticas, a los que salen a provocarla.

Llueve sobre el casco viejo de la ciudad.

calles casco viejo panamá 2
Una mujer piensa vaya a saber en qué bajo la llovizna panameña.

Una mujer piensa vaya a saber en qué bajo la llovizna panameña.

Vidas de novela

En su discurso al recibir el Premio Nobel, un vecino de acá cerca, Gabriel García Márquez, destacó el vértigo alucinante que tiene esta parte del mundo. Y fue más allá: postuló que la que se ha vuelto loca es directamente nuestra realidad.

Por eso el colombiano asumía que habitamos un continente onírico. “Apenas en el siglo pasado, la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el itsmo de Panamá concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro”, anotó el Gabo.

Al final, el paso entre el Pacífico y el Atlántico se hizo con agua en 1914, a través de un complejo sistema de esclusas y canales que más tarde fue ampliado y que hoy permite que crucen diariamente y en ambas direcciones unos 40 barcos de gran porte, ayudados por hasta 8 locomotoras que pesan 50 toneladas cada una.

canal de Panamá
Un barco gigante pasando por el Canal de Panamá, con ayuda de locomotoras especialmente construidas para esa tarea.

Un barco gigante pasando por el Canal de Panamá, con ayuda de locomotoras especialmente construidas para esa tarea.

Esos son los barcos que se ven surcar el horizonte desde el casco viejo, que se llama así pero no es la zona más antigua de la ciudad: la anterior Ciudad de Panamá fue abandonada porque la atacó y destruyó el pirata inglés Henry Morgan en 1671.

Lo que faltaba: piratas. ¿Increíble? No, Latinoamérica pura.

Y llueve otra vez. Y al rato sale el sol.

“Todas las criaturas de esta realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación -explicó García Márquez en aquel discurso-, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida”.

iglesia panamá
Realidad alucinada. En una iglesia, Jesús y Juan Bautista juegan lejos del martirologio.

Realidad alucinada. En una iglesia, Jesús y Juan Bautista juegan lejos del martirologio.

En una época cruzada por la inteligencia artificial y sus engendros, con métricas para todo, vaya a saber si esas vidas fuera de órbita seguirán siendo posibles para las generaciones que vienen. Pienso en eso mientras entro a un mall que chorrea dorado, con tiendas de Dolce & Gabbana y Louis Vuitton en el ingreso.

Y lo pienso cuando miro a una mujer joven que pasa con un cochecito mirando las vidrieras llenas de lujo ¿Tendrá ese bebé una vida así, siempre al filo de la muerte y la aventura? ¿O se quedará con la medianía de un trabajo de oficina y Netflix al llegar a casa?

¿Seguirá siendo nuestra América el paraíso de lo inesperado?

Mi reflexión se interrumpe cuando escucho ladridos agudos. Güí, güí. Me acerco disimuladamente para mirar: adentro del cochecito la mujer no lleva a un bebé, sino un perrito faldero.

perrhijo panamá
En ese coche la mujer no lleva un bebé, sino un perrito faldero.

En ese coche la mujer no lleva un bebé, sino un perrito faldero.

Historias como frutas exóticas

-Man, si Panamá clasifica al Mundial de Fútbol, esto va a ser un delirio, man. Prepárate porque la calle 5 de mayo será una fiesta- dice Marlon, el chofer del uber, mientras me lleva de vuelta al hotel-. Y está jodido, porque tenemos que ganarle por goleada a El Salvador para pasar a Surinam y estar adentro.

A las 8 del martes, medio país está parado por el partido contra los salvadoreños. Para un argentino, la expectativa por esa especie de liga menor es absurda. Sin embargo en Centroamérica la locura futbolera ha fogoneado episodios como la llamada Guerra del Fútbol, que se desató en 1969 entre Honduras y El Salvador luego de un match entre ambas selecciones.

Así que cuando la alegría explota y Panamá le mete 3 a El Salvador, prácticamente toda la nación sale a la calle; celebra, literalmente, como hubiera ganado la Copa del Mundo.

Hasta tarde rebotará por entre los rascacielos del centro financiero el ritmo que sale de autos tuneados que bajaron de los barrios; con negras bailando en las ventanillas y motoqueros -alguno disfrazado- acelerando a fondo para sumar ruido.

Embed - Panamá al Mundial 2026: los festejos en las calles

En una esquina, solemne, un hombre ha sacado una trompeta y toca, emocionado, la melodía de la canción “Patria”, de Rubén Blades.

Más allá del fútbol, el orgullo nacional persiste, incluso en estos días en que Donald Trump ha amenazado con quitarles a los panameños el canal. “A mí me parece -me dice Edwin, otro entrevistado random- que a ese hombre se le va la cabeza. Si intentara algo así los panameños volveríamos a la época de los mártires. No lo permitiríamos”.

Tristes (y felices) trópicos

Por sobre la pátina pro EE.UU. que casi todo tiene acá -corporaciones, ropa gringa, consumismo- da la impresión de que los locales confían en una fuerza telúrica que, si bien no ha logrado expulsar definitivamente a las potencias, siempre ha digerido a sus enviados para devolverlos distintos, enloquecidos, enamorados o -pavor de pavores para un latino- simplemente dejarlos solos.

En otra calle vieja, un monumento repasa los intentos fallidos de construir el canal. Sólo en el proyecto que armaron los franceses se calcula que murieron más de 22.000 personas.

“Jules Dingler, director de las obras de 1883 a 1886, trajo a Panamá a su señora con dos hijos y regresó a Francia acompañado de tres féretros”, evoca uno de los escritos esculpidos en piedra.

Es sabido que el propio pirata Morgan, después de saquear la ciudad y torturar a algunos lugareños para que le revelaran adónde estaba el oro de los españoles, confesó que en su carrera de tropelías había sido derrotado una sola vez -justamente en Panamá- por “una tabogana de imponente belleza”.

La tabogana era, claro, de la cercana isla de Taboga, que en mitad de semana tiene poco movimiento y se va dibujando en color verde contra la línea del océano. Un parate causado, además, por la protesta de los isleños, que no dejan atracar al ferry que viene desde la capital porque les han subido el precio del boleto.

Así que para llegar hasta ahí son unos veinticinco minutos desde los rascacielos a través del mar, con la bachata bien fuerte y el ruido de la lancha a fondo.

taboga
Taboga vista desde el Cerro La Cruz.

Taboga vista desde el Cerro La Cruz.

En la isla está lo que queda de una de las primeras iglesias que construyeron los españoles en el Pacífico. Y las esquinas plantean un podio de próceres que no siempre coincide con la fama. Hay, por ejemplo, un monumento a las primeras obstetras que trabajaron en la isla, ahorrando a las embarazadas el viaje en bote para parir.

Hay también una placa que recuerda que el impresionista Paul Gauguin pasó por la isla en su huida de la civilización, entre los meses de mayo, junio y julio de 1887. El francés se quedó sin plata y tuvo que trabajar en la construcción del canal. No cuesta imaginar que un espíritu frondoso y colorido como el suyo haya buscado esos rincones.

Gauguin Taboga panamá
Gauguin aparece de improviso en una de las callecitas.

Gauguin aparece de improviso en una de las callecitas.

Un poco más allá, otro mensaje recuerda que en 1853 Miguel María Lisboa, que visitó Taboga, señaló que “durante varias noches escuchó un sonido submarino, semejante a un órgano, a lo cual los isleños le dijeron que eran ‘las sirenas que engañan a los pescadores para llevárselos al fondo del mar”.

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La calle principal de Taboga un día de semana.

La calle principal de Taboga un día de semana.

Otra vez llovizna. Es la época del año. En la playa, el agua está tan tibia que uno puede meterse y ver las burbujas que forman las gotas sobre la marea planchada mientras se toma una cerveza tras otra, sin saber si está adentro o afuera de la corriente.

Las gotas caen, cada burbuja se forma y luego se diluye de nuevo entre las olitas, con un estallido mínimo que apenas deja marca. Como las historias de aventureros, piratas y sandías que desencadenan batallas y que son, de algún modo, huella y mapa caprichoso del encuentro entre dos océanos y sus gentes.