De verdad, muy lindo todo: los saludos, los flayers de ramos de rosas, las frases hechas, las felicitaciones. Pero en la práctica la maternidad es 78% del tiempo como correr una maratón en loop, más o menos durante 18 años sin parar.
Es como ir al supermercado y volver a tu casa llena de bolsas justo el día que se rompió el ascensor. Más o menos eso, pero para siempre.
Y es darte cuenta que, hagas lo que hagas, desde morirte de sueño para solo darle la teta, disfrazarlo de empanada para el día de la tradición, fumarte partidos de fútbol un domingo a la mañana cuando lo único que tenés ganas de hacer es dormir hasta la muerte, meter cinco niñas en una pijamada aunque vivas en un departamento del tamaño de una caja de fósforos, o quedarte hasta las tres de la mañana recortando elefantes para las bolsitas del cumple, todo, absolutamente todo, un día va a estar mal.
Les tengo una noticia: las maternidades ideales no existen. Ahora les cuento algunas historias de mujeres que me sorprendieron, me inspiraron –algunas para mal- y me dejaron pensando que, en más de una oportunidad, lo que creemos que nos va a hacer infinitamente felices, nos deja infinitamente agobiadas.
De todas maneras ¿es desaconsejable ser madre? ¿La plenitud que una piensa que alcanzará teniendo descendencia es un mito? ¿La especie humana debería terminarse?, qué se yo. Ni idea. Lo que si sé es que mi maternidad fue consciente, deseada, y que no me arrepiento ni un por un momento de haberla elegido, pero la mayoría de los días, me cansa. Y no reniego de contarlo.
La madre de la casita en la playa
Tengo una amiga de esas que no ves nunca pero que están. Una amiga que no es mi mejor amiga, pero que se hace querer. Nos conocimos en la adolescencia, y ella, que había tenido un núcleo familiar muy disfuncional para los parámetros de las que crecimos en los 90’, quería hacer su propio experimento y que le saliera bien.
Al principio, le salió bien. Se casó con un sujeto del ambiente del rock local, al que todos veían como un copado, amoroso y amigable ser. Pero como marido, era verdaderamente un desastre.
Recuerdo que un día me dijo “nos vamos a vivir a la Casa de la Playa”, una casa que era algo así como un bien compartido con toda la familia del marido-músico, con la consigna de él de haber encontrado un trabajo fascinante en un canal de televisión. Mientras, ella y sus tres hijas vivirían una experiencia bucólica en una playa rodeada de bosques.
Yo que cuando era joven aún pensaba que las situaciones ideales existían, la felicité y le dije que la iba a ir pronto a visitar.
Lo único que fue verdad de todo eso, fue la casa en la playa y el paisaje maravilloso, y las niñas que crecieron juntando caracoles. Lo demás, fue el sacrifico de ella, trabajando como podía sin el más mínimo espíritu de colaboración del señor que desaparecía toda la semana para “ir a buscar trabajo a la Ciudad”, ¿y el trabajo en la televisión? Bien gracias. Nunca apareció.
La que sí apareció fue ella, y su espíritu de luchadora innata, que ya venía trayendo desde niña, desde que se hizo cargo de su abuela y de su madre. Ella que pasó inviernos en la casita de la playa sin que su marido le dejara ni siquiera el dinero para pagar la garrafa. Ella, que se recibió viniendo a Mendoza cada tanto a rendir materias, ella que se separó, se instaló nuevamente en la provincia con sus hijas, y paró la olla familiar toda su vida como docente.
Seguramente, ella renegó de la maternidad. Mil veces. Sobre todo después de haber creído en situaciones ideales, en un marido funcional y una familia correteando por la playa. Bueno, no fue así. Pero salió adelante. Como salimos –casi- todas. Y doy fe que adora a sus hijas. ¿Fue fácil y bucólico? No. ¿Es recomendable no ser madre? No sé. ¿Es recomendable ser madre sin ayuda?, definitivamente, no.
La madre que no se bañó por una semana
Esta es otra de la colección madres reales. Ella, muy avezada en el arte de alternar con sujetos de dudosos antecedentes afectivos, es decir, especializada en salir con garcas. Un día va y se queda embarazada, pero justo cuando se acababa de pelear con un novio que parecía potable.
Parecía.
Él asumió la paternidad como quien asume un cargo: en forma responsable, más no entusiasta.
-Ella se adaptó, porque quería ser madre y porque sí.
Pero un día, se encontró encerrada en un departamento, con un bebé que lloraba casi todo el día, como hacen todos los bebés de bien. Se miró al espejo, casi no se reconoció: sacó la cuenta, hacía una semana que no se bañaba. Y Literal, se quiso tirar por la ventana. ¿Se tiró? No, no se tiró. ¿Se arrepintió de ser madre? No, jamás se arrepintió. ¿Está feliz? No sé. Lo que si sé es que hizo lo que pudo. Lo que todas hacemos. Porque la maternidad es eso, es darte cuenta que hace una semana que no te bañás y querer tirarte por la ventana. Pero al fin, esas cosas no suceden y lo que sucede es una vida que va y viene.
Algo más: odió darle la teta al bebé. Solo lo hizo porque las convenciones sociales indican que no hacerlo, está mal. y siempre que puede, se acuerda de recordárselo a la humanidad.
La madre “helecho cinta”
No sé si ustedes sabían pero hay una plantita, que todos conocemos por “helecho cinta” a la que también le dicen “malamadre” y el motivo es muy sencillo: cuando la planta comienza a crecer, su “gracia” es tirar brotes para todos lados. Digamos, tiene hijos y los deja caer por ahí.
Eso mismo les pasa a muchas mujeres, que nunca se cuestionaron la maternidad, apenas se hicieron grandecitas, empezaron a tener hijos e hijas como brotes y a desperdigarlos por ahí.
Yo conocí a una madre-helecho cinta, de cerca. Tenía hijos, sin saber bien cómo ni por qué, y cuando los niños y niñas tenían dos o tres años, los iba acomodando en casas, o en hogares, o en la Casa Cuna. Algunos fueron adoptados por familias que los amaron. Otros hicieron lo que pudieron.
¿Es realmente mala, la malamadre? No sé. Lo que sé es que no tenía recursos para hacerse cargo de los hijos. No sé qué la motivó a abandonarlos, ni si algún día se arrepintió. De lo que estoy segura, es de que no se planteó ser madre, más bien la maternidad le sucedió. Como un resfrío.
Las no-madres
Amo a mis amigas no-madres. Las amo, porque conozco lo adorables y amorosas que han sido y que son con mi propia hija y lo claro que tienen que ese papel no es para ellas.
Muchas de mis amigas del alma han decidido no ser madres, por pura convicción, porque la maternidad nunca las interpeló, porque decidieron maternar sus proyectos, porque decidieron amar a los hijos de otras y a poner sus objetivos en otras partes.
Y no son grandes científicas, ni doctoras en biología molecular, no, son periodistas, diseñadoras, artistas. Y no son madres.
¿Se arrepintieron alguna vez? No sé, al menos parecen muy conformes con su decisión.
¿Ser madre te habilita directamente a la felicidad? Por supuesto que no.
¿No ser madre te convierte en alguien sin corazón? Esa reflexión es graciosa. No, tan no como creer que ser madre te convierte indefectiblemente en buena persona.
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Las madres arrepentidas
Ya que estamos hablando de maternidad, digamos todo: hay un sector de personas que se arrepintieron de ser madres, y que no les pasó como a Carolina Justo, que después de pasar un horroroso puerperio, se amigó con su rol maternal.
Hay mujeres que sí se arrepintieron de ser madres. Que si pudieran volver el tiempo atrás, no tendrían hijos. Que odiaron los sacrificios, las renuncias, la crianza y que no fue un estado pasajero, sino un disgusto y una incomodidad permanente.
He conocido algunas, pero las he detectado intuitivamente, porque si hay algo que una madre no hace, es reconocer que se arrepintió de serlo.
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¿Está mal arrepentirse de ser madre? Si, creo que sí. Está mal porque hubiera sido mejor darse cuenta antes de tomar decisiones que te parten la vida en dos y de paso, no ser responsable de arruinar la vida de otro ser.
¿Hay que sentirse culpable por arrepentirse? No sé, no lo he experimentado. Pero creo que lo que realmente sucede es que una viene comprando paquetes de felicidad, como quien compraba paquetes de figuritas en la infancia, esperando que al abrirlos, te tocara la figurita que te faltaba para llenar el álbum. Y muchas pero muchas veces, ese paquetito traía cualquier cosita menos lo que esperabas. Y el álbum nunca se llenaba, como la felicidad tampoco venía. En definitiva, hermana, si te arrepentiste, es porque te creíste que estabas llenando tu propio álbum y en realidad, lo que hacías era completar el álbum de otros.
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Mi propia madre
Tendría que escribir un libro y no un subtítulo con lo que para mi madre significó la maternidad. Una bandera y un dolor.
Mi mamá tuvo hijos propios y ajenos.
Tuvo hijos muertos.
Tuvo hijos adoptivos, entre otros, a mi propio padre, a quien debió maternar aún sin desear hacerlo.
Mi mamá nació mamá y murió arrullando hijos imaginarios.
Nada la puede definir más que la maternidad.
Pero yo no sé si mi mamá fue feliz. Era escapista, muchas veces tenía la fantasía de desaparecer y abandonarnos a todos, y que así entendiéramos lo importante que era para nosotros.
Mi mamá fue La Madre, afectiva por demás. Jamás la podré juzgar, sino amarla para siempre, aunque su amor me haya intoxicado un poco.
Yo misma
No sé si cuenta relatar la propia experiencia, pero no hay ninguna madre que conozca más que a mi misma.
Yo sí que puedo decir que soy lo que puedo ser.
A veces, no me quiero levantar. No quiero empezar otro día, no quiero cocinar, no quiero cumplir. He pasado por miles de situaciones extremas como mamá que cría sola. Desde olvidarme de comprar una cartulina hasta quedarme sin casa de un día para el otro: toda la gama. Y no me considero una madre “guerrera” ni una madre “leona”, en verdad, todas protegemos a las crías.
Pero estoy bastante conforme conmigo en esto.
Lo que yo pienso, es que la maternidad, tiene que ver con estar presente. Como sea, a veces rota, a veces, emparchada. Otras, plena y feliz.
Considero que lo hago lo mejor que puedo, y que lo que no sale, no sale.
Las fórmulas y los mandatos son pocos y las realidades son inagotables.
Ser madre no es garantía de felicidad.
No ser madre tampoco.
Lo único que podemos hacer las que hemos decidido encarar este proyecto sin fin de tener hijos e hijas, es seguir adelante, la vista al frente, firmes junto al pueblo como Crónica TV y que por favor, no se nos note que no tenemos ni la menor idea de adónde vamos.