Pero ¿cómo se cruzan estos mundos tan distintos? Para Juan Ignacio, no hay dicotomía. La feria, la tierra, la interacción con los otros, también fueron parte de su aprendizaje emocional.
“La feria me enseñó mucho sobre la vida, sobre el vínculo con la gente, la organización, y sobre cómo abordar las dificultades con el cuerpo y la palabra”, reflexiona.
Un camino que nace del oído y el alma con la música
La música lo acompañó desde la infancia. A falta de formación formal, era el oído el que guiaba su curiosidad. A los 14 años empezó con la percusión, y a los 16 se lanzó a tocar la trompeta de manera autodidacta, siguiendo el camino del aprendizaje por imitación.
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Foto: Axel Lloret/Diario UNO.
“La trompeta fue mi primer gran amor musical, la aprendí solo, observando, imitando”, recuerda.
La adolescencia fue un tiempo de exploración, que luego se profundizó con el estudio de instrumentos melódicos y armónicos: teclado, guitarra, y una particular pasión por los vientos nativos americanos, como la flauta nativa, el pincullo, el moseño, la quena y el sicuri. “Quise componer, grabar, producir. Así nació mi estudio casero, donde grabé mis primeras canciones”, cuenta.
Hoy, esas composiciones no solo existen en archivos digitales: las interpreta en vivo junto a una banda que él mismo formó. Sus canciones, impregnadas de sonoridades ancestrales, son también una forma de medicina.
Musicoterapia: una fusión de saberes
Cuando en Mendoza se abrió por primera vez la Licenciatura en Musicoterapia, Juan Ignacio sintió que todas las piezas encajaban. “Pude conectar mi perfil musical con el estudio de los procesos de salud”, dice. Se recibió con honores, fue abanderado en 2023 y recibió el reconocimiento al mejor promedio de egresados 2024.
La musicoterapia, explica, es una disciplina de la salud que utiliza los elementos de la música —ritmo, melodía, armonía— para trabajar en procesos de asistencia, prevención y rehabilitación. Su abordaje integral contempla al ser humano en su totalidad: cuerpo físico, mental, emocional y espiritual.
No es casualidad que Juan Ignacio haya encontrado su lugar en esta profesión. Desde hace más de diez años estudia medicina vegetalista y saberes tradicionales nativoamericanos.
“En América siempre existieron sabedores, curanderos, sabias. Yo aprendí de ellos. En su cosmovisión, la música, los rituales, la medicina y la tierra están íntimamente vinculados”, afirma.
Por eso, para él, la musicoterapia no es solo una carrera: es el puente perfecto entre sus pasiones, su formación académica y los saberes ancestrales que lo han nutrido. “Estudiar en la universidad fue una forma de validar e integrar esos conocimientos. Hoy puedo ponerlos en práctica desde una mirada amplia, profunda y respetuosa”, sostiene.
La feria como escuela de vida
Cada jornada comienza temprano. Juan Ignacio acomoda cajones, habla con clientes, prepara pedidos. El trabajo en la feria no es liviano, pero lo vive con entrega. “Es un oficio noble, con sus ritmos, sus tiempos, su gente. Me dio herramientas emocionales que hoy uso como terapeuta”, reconoce.
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Foto: Axel Lloret/Diario UNO.
Esa doble vida —feriante y profesional de la salud— no le resulta contradictoria. Al contrario: encuentra un aprendizaje profundo en cada rol. “Hay días que salgo de la feria y me voy directo al consultorio. Me cambio la ropa, me acomodo un poco y entro en otro registro. Pero soy el mismo. No hay ruptura: todo forma parte de lo que soy”, afirma.
Su historia también interpela a los modelos convencionales de éxito. ¿Qué significa triunfar? ¿Alcanzar un título, un premio, o más bien lograr una coherencia entre lo que uno ama, lo que hace y lo que da al mundo? Juan Ignacio parece tenerlo claro.
Hacia el futuro, con raíces pero siempre ligado a la feria y la música
Hoy vive en la Cuarta Sección de Ciudad de Mendoza, pero planea mudarse a Guaymallén, más cerca de su trabajo diario. Está por cumplir 30 años y sigue apostando a formarse, a compartir su música y a crecer profesionalmente. Mientras tanto, se mantiene firme en sus convicciones: seguir componiendo, aprendiendo, y sosteniendo la vida con ambas manos, como quien carga una caja de naranjas o sostiene una melodía ancestral.
“No busqué ser el mejor promedio, simplemente me dediqué a algo que disfruto profundamente”, dice. Y esa frase, que podría sonar simple, esconde la esencia de una vida que se construye día a día, con trabajo y con compromiso. Una vida que vibra entre la tierra y el sonido.