Como mujer humilde y de "aquella época", luego vino el casamiento, los hijos, y el tiempo de derivar las energías en otras tareas, más terrenales, las domésticas y maternales. "Te dicen que no te cases, pero una es cabeza dura y no hace caso. Me fue mal en el matrimonio, y tuve cuatro hijos. ¡Si me hubiera ido bien sería una docena!", reflexiona Navea con resignado humor en su atropellado relato, fiel a su histrionismo e hiperactividad.
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Infaltable. Demostrando que la edad es un estado mental, Mirta Navea (izq.) no se pierde ni una cita atlética, ya sea en Mendoza, el país o el mundo, donde tiene que realizar ingentes esfuerzos para poder viajar. Aquí con una compañera de disciplina y el intendente de Las Heras, Daniel Orozco.
La primera carrera
"Tenía 37 años y necesitaba hacer algo, descargar. Trabajaba en el Gimnasio Municipal Número 4 (Capital), y un día fuimos por el trabajo a la Plaza Independencia para el Día del Aire Puro, en el año 1986, y se corría una maratón. Entonces la profesora Mónica De Cara me dijo "¿Por qué no corrés Mirta?, yo te tengo el guardapolvo" Le dije que no, que eran todos jóvenes y entrenados. Pero otra amiga me animó y me largué a correr. Ahí no paré más, encontré mi cable a tierra", recordó nostálgica la maratonista veterana, que agregó una anécdota: "Iba corriendo junto a una amiga, y por calle Mitre veo a un hombre rengueando. Me voy frenando para ver que le pasaba, y mi amiga me dijo "seguí Mirta, no te pares". Era un corredor discapacitado. Al final llegué bien, e incluso le gané a mi amiga, que tenía más experiencia". Mirta comenzó la actividad y a principios de los '90 ya lo hizo como atleta federada.
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A los 72 años Navea ya no corre los 42K, pero si se anota en los 21K o en las marchas atléticas y Campo Traviesa.
Los mundiales
"Estoy muy contenta en este tiempo, porque el 17 de octubre se cumplió un aniversario de mi primer mundial. Fue en 1993, tenía 44 años y llegué sola a Japón, sede del mundial de atletismo. Como me costó juntar la plata, llegué a último momento, dos días antes. Todos habían viajado antes, así que llegué sola, sin conocer el idioma ni nada. ¡Qué miedo tenía! Pero luego me asignaron una interprete, que me acompañaba y hasta me dio su número de teléfono para que la llamara por cualquier cosa que necesitara", detalló Mirta sobre su primera experiencia mundialista.
"Al final, en la maratón quedé cuarta, por un pelito no subí al podio. Todo fue muy complicado, llegué sólo dos antes de la carrera, y cuando todos dormían yo estaba despierta. Pero aproveché para conocer Japón y su cultura. Veía la televisión y no entendía nada de lo que decían, pero me gusta mirar, de puro curiosa", completó Navea.
"Yo he podido ir a cuatro Mundiales, a correr los 42K (maratón),y a competir a muchos países: Japón, Italia, Francia, Brasil o Bolivia. En Cochabamba creía que me iba a morir, por la altura, pero gané, fue algo muy lindo", recordó Mirta, que, fiel a su estilo, casi sin hacer pausa, largó una anécdota: "Peleé mucho con las autoridades de Bolivia, ya que en un momento quisimos ir al baño, y no nos dejaban entrar ¡porque no teníamos cambio! Hice un lio, pero igual no nos dejaron entrar. pero como soy chiquitita, me metí en una especia de acequia, me agaché y ahí pude hacer pis. Una locura", recordó risueña.
Enfrentando hasta la pandemia
Mirta ya no corre los 42 kilómetros (en realidad son 42,195 kilómetros), y ahora hace Cross Country y Marcha Atlética. Siempre se inscribe en cuanta competencia nacional o internacional haya, y comienza, como una hormiguita, a sumar horas de trabajo -planchando por horas- o buscando respaldo, de ese que casi nunca llega, a entidades oficiales o privadas. Cada uno avisaba cuando largaba y ponía el cronómetro. Cómo yo no tengo, calculaba con el reloj común, y cuando cumplíamos los 5.000 metros de marcha, mandábamos una foto del reloj o cronómetro", contó la atleta.
La pandemia fue muy dura para ella, y hasta salvó la vida de milagro. "Después del fin de semana largo del 17 de agosto, me fui a la casa de mi patrón a trabajar. Cuando llegué era todo un lío, y él estaba enfermo. Me dijo que tenía fiebre y le dolía todo el cuerpo. Me asusté mucho y me fui a mi bicicleta y me vestí como un marciano, con guantes, lentes y el barbijo, que nunca me saco. Limpié todo, le hice de comer y se fue a acostar. El patrón me dijo que no entrara a la pieza. Yo no pensaba hacerlo, ya que me di cuenta que seguramente tenía Covid. Le dije que fuera al médico, ya que se tenía mucha flema y tosía mucho", relató la mujer que vive en el barrio Jardín Aeroparque, de Capital, que agregó: "Pobrecito, a los pocos días falleció, fue muy triste, ya que trabajé muchos años en esa casa. Me avisaron los dos hijos que había fallecido. Fui al entierro, en Godoy Cruz, y lloramos todos abrazados, son parte de mi familia. Por suerte no me contagié, así que seguiré corriendo todo lo que pueda", concluyó la incansable Mirta.
Cierta vez, en mi adolescencia, una imagen quedó grabada en mi mente, fugaz, vista desde un auto, y allí estuvo haciéndome reflexionar horas y horas, ya que soñaba con ser escritor. La sordidez del paisaje le quitaba lo épico, según pensaba, y sin embargo ese factor fue el que luego entendí que lo enaltecía. Era una mañana calurosa, con el sol ya alto, y en un inmenso baldío, una chica, sola, con ropa poco adecuada y sin respaldo técnico, corría; entrenaba, sin saber siquiera para que. Nunca pude averiguar para que lo hacía. Luego descubrí que no importaba. Ella corría para superarse, para dejar cosas atrás, pisar el pasado, y volar, rauda y con valor al futuro. Esa imagen hizo nacer la admiración por los deportistas, no por los triunfadores. La historia de Mirta me trajo este recuerdo lejano, que hoy vino a cerrar un círculo y a tener un significado.