Se viene la "Trilogía de Oxford"

Guillermo Martínez: "No podemos dejar que la literatura se convierta en una fábula de buenas intenciones"

Guillermo Martínez es escritor y matemático. Su última novela es "La última vez", considerada como una intriga literaria. Netflix estrenará una película inspirada en un relato suyo

Guillermo Martínez constituye un caso singular.

Con estudios doctorales en Matemáticas y Lógica y una especialización posterior en Oxford, se abocó a la docencia hasta hace algunos años.

Paralelamente, Martínez fue elaborando una carrera literaria que lo ubica hoy como uno de los escritores argentinos con mayor predicamento en el ámbito internacional. Contribuyen a ello tanto la calidad de sus historias y sus seductoras intrigas como el espaldarazo que le viene dando la pantalla, grande o chica.

Crímenes de Oxford, filme de Guillermo del Toro basado en su libro Crímenes imperceptibles, fue uno de los sucesos más notorios. El próximo miércoles 15 Netflix estrenará La ira de Dios, película de Sebastián Schindel inspirada en su relato La muerte lenta de Luciana B.

En La última vez, su reciente novela, definida como “una intriga literaria”, confluyen ambas pasiones: la lógica rigurosa y los entresijos del ambiente literario. Son personajes centrales un veterano escritor argentino, llamado A, que, al borde de la muerte en su mansión de Barcelona, pide que Merton, un joven y talentoso crítico, se anime a desentrañar los secretos que permanecen inadvertidos en lo profundo de su obra.

Hay filosofía, devaneos literarios, erotismo, sexo, reflexiones personales, paseos ciudadanos, buena mesa, mar, grandezas y miserias humanas. Un Martínez muy a sus anchas.

Empeñado en concluir su exitosa “trilogía” de Oxford, es el momento óptimo para dialogar en el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Guillermo, es de suponer que has disfrutado mucho escribiendo La última vez, ¿no?

-La verdad es que fue la primera vez que sentí una conexión con el material más amable, en el sentido de que todo lo que escribía se iba ordenando naturalmente. En mis otras novelas tuve, en general, momentos de pulseadas, de desánimo, de bloqueos, de lagunas.

-¿Y aquí qué pasó?

-En este caso, también tuvo que ver la pandemia, porque la hice escribiendo todos los días a la mañana, sin interrupciones y muy concentrado en el material.

-Si te distanciaras de tu libro y pudieras considerar la historia como si no fuera tuya, cual si fueses un simple lector, ¿de quién te sentirías más cerca, De Merton, el ascendente crítico, o del viejo profesor que está terminando su última obra? ¿Cuál serías vos?

-Uno al escribir se desdobla y un poco tiene que ser todos los personajes. Es decir, cuando yo me sitúo también en las voces de las mujeres o en lo que piensan o en cómo se manifiestan, también, de algún modo, uno tiene que preocuparse por esa interioridad. Es como si uno fuera una especie de linterna que se mueve de personaje en personaje para dar las voces.

-¿Y Merton?

-Merton, aunque después haya una cantidad de distorsiones, tiene algunas cuestiones biográficas cercanas a mí como que juega al tenis o que estudió en Inglaterra, y le preocupa alguna clase de método en la crítica, algo en lo que yo pensé en algún tiempo cuando hice reseñas.

-¿Y A, el escritor consagrado?

-Ese personaje está hecho de detalles de varios escritores. Por ejemplo, para la enfermedad degenerativa pensé en Piglia, que hacia el final de su vida tuvo una dolencia parecida y trató de seguir escribiendo hasta último momento. Y su biblioteca se parece bastante a la biblioteca de mi papá en mi infancia, con sus libros sobre el existencialismo, la Lógica de Hegel, etcétera.

-Hablando de esos autores, hay mucho Camus en las reflexiones de los personajes. Principalmente a partir de El mito de Sísifo con su planteo sobre el suicidio.

-Exactamente. Me parecía que es una de las preguntas filosóficas que, en algún momento, se vuelven vitales. Me resultó interesante esa conexión.

-Volviendo a tus personajes, te asemejo mucho a Merton, el crítico literario, porque todo buen escritor es también un buen lector. Además, por si esto fuera poco, tu cuenta en Twitter se llama @leoysubrayo. Eso sos vos: un tipo que lee y subraya.

-Bueno… sí… pero no en cuanto a que no me dedico a la crítica. Y tampoco he leído tanto sobre eso como para sentirme un crítico. Pero fue una actividad que hice y pude ver algo del mundo literario por detrás, algo de la trastienda, de cómo se mueven algunos hilos, de cómo circulan algunos favores. Fogwill lo llamaba “la sociedad de socorros mutuos”. También Borges, antes que Fogwill. Algo de todo eso aparece, sobre todo en los primeros capítulos.

-El telón de fondo de La última vez es el boom latinoamericano. ¿Qué significó el boom para ustedes, los escritores que vinieron después?

-En mi caso queda bastante lejano. La novela transcurre en 1993, cuando los escritores del boom ya no estaban en Barcelona, aunque seguían publicando. En muchos casos ya estaban en la fase final de su producción, salvo quizá el caso de Vargas Llosa, que es el más longevo.

-¿Pero ha sido un peso sobre sus espaldas o una llave que abrió puertas?

-El boom abrió, por supuesto, las puertas a la publicación en el extranjero, en España y en países como Alemania, Italia y Portugal. Se abrió una especie de canal para los libros en idioma español. Hay como una red. Son lugares lo suficientemente afines como para que interese todavía el mundo latinoamericano. Pero han cambiado mucho las cosas. Hubo épocas muy diferentes. Hubo también una gran crisis en Europa en que prácticamente se dejó de traducir literatura extranjera.

-¿Siempre se mantuvo así?

-Hubo un período muy bueno, que es cuando yo publiqué Crímenes imperceptibles y Argentina fue invitada como país de honor a Frankfurt. Y eso, junto con el Programa Sur de subsidio a las producciones, hizo que se conocieran en el mundo unos quinientos libros de autores argentinos. Fue algo extraordinario a lo largo de los años. Es uno de los pocos programas que resistió la grieta y que se convirtió de algún modo en política de Estado, así que tenemos que estar muy orgullosos de él y defenderlo.

-¿Y ahora mismo qué pasa?

-Te diría que ahora no estamos en el foco de interés los países latinoamericanos.

-De todos modos, vos sos, por lejos, uno de los escritores argentinos que más trascienden en el extranjero por diversas razones. Hay motivos estrictamente literarios, pero, además, el cine se interesa en tus libros. Un ejemplo, entre otros es la película Los crímenes de Oxford y ahora Netflix va estrenar otra basada en una novela tuya.

-En parte sí. Hay varias cuestiones acá. La película de Sebastián Schindel, La ira de Dios, que está basada en La muerte lenta de Luciana B, se va estrenar el 15 de junio para todo el mundo. Eso es algo notable que ocurre con estas plataformas. En ese sentido sí es una especie de proyección internacional más o menos inmediata.

-¿Y fuera de la pantalla cómo es la cosa?

-Llegar con los libros a los distintos países, tener editores que estén dispuestos a publicar toda tu obra y no solamente un título, eso es más difícil. De algún modo se va haciendo país por país.

-¿Cómo te va en ese sentido?

-En algunos países se van publicando todos mis títulos y tengo una cierta presencia. Por ejemplo, ahora estoy por ir a un festival en Grecia donde han publicado varios de mis libros. También en China. En Japón están retomando la publicación de mis novelas policiales. Pero no necesariamente en todos los países. Eso es algo que depende mucho del editor que tengas.

-¿Pero estás satisfecho?

-Sí, estoy feliz. Sé que soy muy afortunado en el sentido de que mis libros se han traduciendo de a poco en todo el mundo. De todas maneras, mis lectores de referencia, los lectores en los que yo pienso al escribir, pertenecen al mundo cultural argentino. Nos tenemos que sentir muy orgulloso de la formación del lector argentino. En general, aquí se lee con mucha amplitud, de una manera abierta y cosmopolita. Además de las literaturas nacionales, se lee la literatura rusa, la inglesa, la francesa, la literatura negra norteamericana.

-Vos mismo sos un ejemplo. Decís que están pensando en el lector argentino, pero muchos de tus títulos importantes se desarrollan en el extranjero: Crímenes imperceptibles y Los crímenes de Alicia se sitúan en Oxford, La última vez se sitúa en Barcelona. O sea, sos bastante cosmopolita a la hora de mover tus personajes.

-Sí, pero fijate que nunca se pierde al punto de vista argentino o la manera argentina de reflexionar sobra una cantidad de cuestiones. Siempre hay un nexo con nuestro mundo cultural. En este último caso es un escritor argentino que está radicado en sus últimos años en Barcelona. Tiene una esposa española y una hija con ella. Pero la mayor parte de los diálogos están relacionados con el crítico argentino que va de visita.

-Este joven crítico platea una disyuntiva inquietante porque queda imantado por las dos mujeres, Morgana y Mavi, madre e hija y, de algún modo flirtea con ambas. Digamos que, además del enigma literario que anima la trama, hay un trasfondo erótico permanente.

-Sí. Me interesaba mucho porque esta es una novela de intriga, en algún sentido. Pero no es una intriga policial. En los policiales, el suspenso, en general, está marcado, punteado por las muertes que ocurren a lo largo de la novela.

-¿Y acá adónde apuntaste?

-Acá me interesaba que esa clase de suspenso estuviera a través de las relaciones, de esos triángulos que asoman entre Merton, la esposa y la hija del escritor, por un lado, y entre el profesor de filosofía, su enfermera y su kinesióloga, por otro lado. O sea, son como dos triángulos que se van desanudando a lo largo de la historia.

-La trama central apunta a saber qué quiso decir el profesor a lo largo de toda su obra. Pero, de manera algo maliciosa te lo pregunto, ¿podríamos decir que la subtrama es la de una novela fálica o mamaria?

-(Ríe).

-Mamaria en el sentido de que el joven Merton está mirando escotes y tetas todo el tiempo. Al viejo profesor le pasa algo parecido con su enfermera.

-Bueno… digamos que está atraído, claro… pero también se las ponen un poco por delante a lo largo de la novela.

-¿A qué obedecen tus motivaciones?

-Hay una especie de omisión en la literatura contemporánea de todo lo que tiene que ver con el sexo porque se ha vuelto un tema complicado, un tema que tampoco es muy considerado en la crítica. Se discute sobre esto en la novela. Entonces, ha quedado como su hubiera una especie de regreso a cierto puritanismo en la literatura. Y quizá porque esta es una novela en la que me di todos los gustos aparecen también el tenis, los mariscos, el sol, la playa, la filosofía y, bueno… por qué no, digamos, también, unas chicas.

-También unos buenos vinos, porque citás un albariño, un verdejo y un cava español.

-¡Ah, por supuesto! Sí, sí, claro.

-Volviendo al tema erótico, Núria, la editora de tu novela, dice en una cena que el sexo no funciona porque el lector que se considera serio es moralista y porque el tema, para los críticos, no es propio de la literatura respetable. Esa es una escena ubicada en los años noventa. ¿Vos sentís que hoy sigue siendo así?

-Más ahora, incluso.

-¿Sí? ¿Por qué?

-Porque el tema se ha convertido en un problema muchas veces. O sea, la representación de lo sexual, sobre todo desde el punto de vista del varón hacia la mujer, está totalmente vigilado, puesto en duda, problematizado. No es así respecto de la mirada de la mujer sobre el varón. Esto está considerado como un síntoma de liberación sexual, de igualdad. Hay una asimetría en la consideración del sexo de acuerdo a si son las mujeres vistas desde el ojo del hombre o si son los hombres vistos desde los ojos de las mujeres.

-¿Por qué sucede?

-Tiene que ver con la tensión respecto a distintos planteos feministas, etcétera. Y acá yo lo que comento en general es que hay que tener cuidado de no convertir lo que puede ser deseable en la vida civil en obligatorio para la representación literaria o ficcional. No podemos dejar que la literatura se convierta en una especie de fábula de buenas intenciones.

-La mayoría de los escritores que hemos entrevistado acá dicen lo mismo, sobre todo las mujeres. Por ejemplo, Joana D’Alessio, que también es editora, decía: “Que no nos callen. Y no nos autocallemos”. Para no llegar a la censura o, peor, a la autocensura.

-¡A la autocensura! Yo tuve muchos dilemas íntimos mientras escribía la novela porque sentía como que quizá iba a ser observado con demasiada atención.

-¿Tuviste que sortear algunos planteos u objeciones al respecto porque, entre otras cosas, metés en el juego a una adolescente?

-No. No. Me parece que las adolescentes tienen su vida y sus anhelos sexuales. Desconocer eso sería absurdo. La verdad es que tuve algunos temores lógicos, pero con respecto a lo que es la época, no respecto de lo que yo tenía que hacer dentro de mi novela. Para esto tengo una frase de Liliana Heker que tomo como bandera. Ella decía que un escritor no le puede temer a la imaginación.

-¿Entonces?

-Tenemos que lograr que retorne un clima en el que la literatura pueda volver a representar la naturaleza humana en todos sus matices, perversiones, crueldades. Porque, además, es muy gracioso. No hay ningún problema en representar en la pantalla o en las novelas el sadismo, el asesinato a sangre fría, la tortura, chicos con armas, lo que sea. Nadie plantea ningún tema con todo eso. Ahora, basta que aparezca el sexo para que, de pronto, suenen todas las alarmas. Esto tampoco puede ser. ¡No puede ser que el sexo esté puesto en ese lugar y sea mirado con todos los ojos! Tendría que haber una cierta naturalidad y cierto pensamiento positivo. Parece que el sexo siempre está asociado a lo peor, a lo pecaminoso, etcétera.

-Tenemos el caso de Top Gun, donde se ha armado un gran revuelo porque vuelve su protagonista, Tom Cruise, pero no llamaron a la actriz original, lo cual ha sido tomado por algunos grupos como una ofensa y una discriminación horrendas. ¿Cómo salimos de esta cosa?

-En primer lugar, me parece que no hay porqué dejarse arrastrar por todas las tendencias de los Estados Unidos, que son en general entre conservadoras, puritanas y excesivas. Hay una cantidad de muestras de esto. Pero no sé cómo salimos. Creo que son olas. Entonces no es algo que depende de cada uno de nosotros. Ahora se están acomodando un poco las cosas. Creo que ha bajado un poco esa especie de paranoia que hubo durante algunos años y que ahora se está equilibrando un poco más. Creo. Quiero creer.

-Volviendo, puntualmente, al núcleo de la intriga que anima tu novela, tiene que ver con Hegel, ¿no?

-Tiene que ver, sí, con el tema de los opuestos, que está encarnado también en las relaciones humanas. A mí me interesaba mostrar que no es solamente un problema filosófico abstracto, sino que gran parte de lo que son las relaciones entre hombres y mujeres tiene que ver con esta dialéctica, esta tensión. El sexo está mirado, incluso, como mercancía, como regateo.

-Claro, una mirada hegeliana de nuestro comportamiento…

-A lo largo de la novela hay, pues, toda una reflexión de cómo en las relaciones humanas se crean esas especies de antagonismos que parecen como irresolubles, hasta que aparece un tercer término, una tercera persona que quiebra ese equilibrio. Me parecía que era interesante mostrar cómo algo de estas ideas de Hegel también ocurren en la dialéctica de la atracción sexual.

-Hay personajes que eran importantes en los noventa, como el crítico literario o la agente literaria, como Carmen Balcells, que inspira a la Núria de tu novela. Actualmente han perdido la relevancia de aquellos años, ¿no?

-Exactamente. Por eso yo los sitúo en los noventa porque en ese momento todavía el peso de un crítico podía definir la suerte de un libro. Había críticos cuya palabra era tomada muy en serio por los libreros, por los lectores. De hecho, en la novela yo pienso, incluso, en algunos problemas que tuvieron ciertos críticos muy notorios, como Guillermo Saavedra acá en la Argentina o Ignacio Echevarría en España. Los dos tuvieron problemas por decir la verdad (ríe).

-Hoy buena parte de la crítica masiva discurre a través del flujo infernal de las redes sociales. ¿Cómo te llevás con ese ambiente? Te pregunto porque vos participás bastante en Twitter e, incluso, te enredás en algunas trifulcas, discutís. Te ponés áspero, a veces.

-Sí. Quizá tenga que reflexionar. Acabo de leer a Wittgenstein y en un momento dice que hay que resignarse a que nadie convence a nadie (ríe). Entonces, esta observación que me hacés me lleva a pensar que quizá tenga que dejar de lado la parte de discutir o convencer o retrucar o lo que fuera.

-¿Y en cuanto a la crítica de todo tipo que circula en las redes?

-En la circulación de comentarios en las redes me parece que hay un elemento favorable y otro desfavorable, como suelen ser estas cosas.

-¿Cuál es la parte favorable?

-Que todos los escritores tienen un espacio más o menos hospitalario para poder presentar su libro y algo así como la sensación de que el libro llega, aunque más no sea, a sus amigos, sus conocidos, sus contactos. Las redes dan esa especie de primer círculo relativamente benévolo.

-¿Y la desfavorable?

-Que cualquier opinión es lo mismo, en el fondo. Hay una horizontalidad total. Y, bueno… ¿qué significa que te comenten en Goodreads si hay ahí una mezcla total de edades, de niveles de lectura, de opiniones, de puntos de vista? Todo se mezcla. Entonces, falta, sí, la figura de los lectores más formados, más cultos. Esas lecturas aparecen a veces en trabajos académicos, que son muy especializados y también un poco como fuera del discurrir o del fluir de la literatura. Quedan siempre con retraso. La figura era la del crítico de los suplementos culturales. La verdad es que se extraña en algún sentido.

-¿Cómo ha sido tu relación con ese tipo de lecturas?

-A pesar de todas las arbitrariedades que yo comento en la novela, cada tanto leía notas que me parecían profundas sobre un libro y que lo ponían en otro lugar. Te convencían de su hondura, de que era un hito en algún sentido, etcétera. Ahora es mucho más difícil percibir eso. Uno tiene que ir prácticamente mirando por sí mismo.

-De todos modos, cuando se sigue en las redes a la gente adecuada, las opiniones son de muy buen nivel. Tu caso es un ejemplo. Has estado haciendo “lecturas” muy acertadas de ciertos libros en Twitter. Estás guiando a la gente. Tu voz tiene autoridad.

-Las frases que pongo en Twitter son mis apuntes. A medida que leo y algo me llama la atención, lo subrayo. Y, sí, sería como una especie de protocrítica, ¿no? Aquel que se siente interesado por el mundo que se describe a través de esas frases puede ir al libro. Pero yo pienso en la figura idealizada de un crítico que ya no existe.

-Recién mencionamos, de pasada, La ira de Dios, que se estrena el miércoles 15 en Netflix. ¿La pudiste ver anticipadamente?

-Sí, la pude ver. Me gustó mucho y sigue con bastante fidelidad tanto la trama de la novela (La muerte lenta de Luciana B) como el espíritu. Están las proporciones del castigo, la justicia, el azar. Todos esos temas están muy bien en la película, lo mismo que las actuaciones.

-Nos enganchamos entonces.

-Sí, sí, vale la pena. Mejor leer la novela porque también hay algunas diferencias (ríe).

-Quizás estés cansado de que se aluda constantemente a tu formación matemática, pero la pregunta es inevitable: ¿cuán lejos o cuán cerca estás de tu doctorado en Lógica para este oficio de escritor?

-Sobre la Lógica, yo dejé la facultad hace unos diecisiete años, pero siempre seguí leyendo y pensando, incluso, algunos temas de matemática. Es un mundo que me interesa y tiene mucho para decir hacia la literatura. La cantidad de formas de pensar, de paradojas, de problemas, que se pueden contar y ser entendidos; y revelan algunas de las complejidades que surgen de lo aparentemente sabido, de lo aparentemente obvio. Pienso, por lo tanto, que va a seguir alimentando mi literatura.

-¿De qué forma inmediata?

-Tengo pensada una tercera novela de esta serie de Oxford. El título interno que tengo para esa saga es La trilogía de la lógica y el crimen.

-¿Qué les dirías a aquellas personas que, en algún momento, se sienten atraídas por la vocación de escribir, pero, al mismo tiempo, dudan porque han estudiado otra cosa, se han dedicado a otros oficios?

-Hay un tema que tiene que ver con la forma de expresarse. Algunas profesiones determinan un cierto uso del lenguaje. Por ejemplo, la abogacía. O los ingenieros en cuanto a cierta sequedad. Pero todo eso se puede trabajar y moldear en un taller literario. Si están las ganas de escribir y uno tiene temas e ideas, siempre hay una ejercitación posible.

-Vos contás que por tu maestría en escritura creativa como por tus talleres han pasado médicos, ingenieros, matemáticos, psicólogos, psicoanalistas; de profesiones muy disímiles que no les impiden escribir.

-No, porque, en el fondo, casi todo el mundo tiene una cierta pulsión por escribir en algún momento.

-¿Habría que estudiar Filosofía y Letras?

-No. Más aún. Ricardo Piglia, cuando decidió ser escritor, eligió la carrera de Historia para eludir Letras.

-¿Por qué?

-Porque, en general, la carrera de Letras, tal como se estudia en la Argentina, tiene más que ver con la historia de la literatura y con la crítica que con la práctica de escribir. Recién ahora en la Universidad de Buenos Aires hay un seminario de escritura creativa. Todo el resto de la carrera va por otros carriles.

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