Su nuevo libro, Jardín de noche, se compone de doce historias breves unidas por un hilo muy singular. Todas comienzan exactamente con una misma frase del japonés Murakami: "El tiempo siempre pasa veloz cuando miro el jardín".
Y se trata, en líneas generales, de mujeres maduras que reflexionan, en primera persona, mirando el follaje de su casa, desde el porche, con un vaso de gin-tonic en la mano.
Una manera -una de tantas- de buscar, en soledad, introspectivamente, las claves de la existencia.
Jardín de Noche, de Fabio Morábito.JPG
Tapa de Jardín de Noche, de Fabio Morábito.
Como dice Morábito, “el invierno mexicano no es muy fuerte, pero termina por ser bastante incómodo porque, como en todo clima bastante cálido, las casas no cuentan con calefacción”. Desde esa pasajera incomodidad dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Fabio, vos tenés la particularidad de haber pasado por tres países muy particulares. Siempre te preguntan, inevitablemente, sobre esto en las entrevistas, ¿no?
-Sí, claro. Yo nací en Alejandría y cuando tuve tres años la familia regresó a Italia.
-¿Por qué la decisión?
-Digo regresó porque hubo acontecimientos políticos en Egipto que obligaron prácticamente a todos los europeos que habían emigrado ahí, una o dos generaciones antes, a regresar a sus respectivos países. En Milán pasé mi infancia y a los quince años mi padre aceptó un trabajo en México. Y desde entonces vivo aquí.
-Fuera de tu voluntad, siguiendo el derrotero familiar, has hecho el itinerario de los héroes clásicos tipo Odiseo: naciste en tierra de faraones, pasaste al Imperio Romano, para terminar en el Imperio Mexicano de los aztecas. Todas tierras míticas.
-Sí, la antigüedad me persigue (risas).
-Y con tanta antigüedad detrás, ¿cómo es ser un escritor moderno, hoy?
-Eso habría que preguntárselo a casi todos los que escriben. Sustancialmente es lo mismo que escribir en otra época. No creo que haya habido cambios sustanciales.
-Hay un modus operandi de base...
-El trabajo de un escritor es un trabajo solitario, un trabajo de concentración. Ahora seguramente hay más distractores que en otras épocas, pero finalmente el trabajo de uno es la lucha con el lenguaje. Y eso creo que no ha cambiado.
-Como decías, hay escritores que mantienen el timing que históricamente ha acompañado al oficio, pero también hay otros que, buscando hoy atraer a un público masivo, se manejan con los golpes de efecto constantes que imponen las redes, ¿no?
-Sí. Yo creo que las redes han cambiado en este sentido algún perfil de escritor. Yo no me manejo con redes, pero algunos de mis amigos escritores sí lo hacen. Y lo que sí he notado es que el trabajo de promoción es cada vez más abrumador para un escritor. El otro día le he estado diciendo en broma a mi editor que casi es más trabajoso promocionar un libro que escribirlo (risas).
-¿Por qué? ¿Cómo lo ves?
-Porque hay que ir a ferias, hay que concertar entrevistas. Los que tienen redes, tienen que estar presentes ahí con sus libros, autopromocionarse. Y eso, claro, quita tiempo, quita concentración. Por eso no me gusta. Nunca he tenido Facebook ni Instagram ni nada de eso. En fin, no critico a los que se manejan de esta manera, pero cada uno con su temperamento y su estilo.
-Jardín de noche es una colección de cuentos que se abre a múltiples significados. Empecemos por el título. ¿Por qué el jardín?
-Como yo puse en la nota al final del libro, cada cuento comienza con la misma frase. Y esa frase yo la encontré en un relato del escritor japonés Murakami que se llama "El pequeño monstruo verde".
-¿Cómo es la trama?
-Se trata de un cuentito breve, un poco más bien fantástico, en donde una mujer está en el jardín de su casa, sola, de noche, esperando a su marido. Y, de pronto, brota de la tierra un monstruo, una especie de criatura escamosa, verde.
-¡Guau!
-Claro, la primera reacción de la mujer es de terror. Pero resulta que ese monstruo es bastante inofensivo y además está enamoradísimo de la mujer. Ha surgido del centro de la tierra para declararle su amor. Y la mujer pasa, de potencial víctima, a un ser sádica que se divierte con este enamorado y desesperado, hasta obligarlo a regresar de donde vino.
-¿Qué te transmitió este texto de Murakami?
-Es un cuento muy obviamente fantástico, muy simpático y la frase que yo saqué de ahí me cautivó enseguida, me dio esta sensación de soledad; pero una soledad tranquila, una soledad al final del día, de noche, en el propio jardín. También lo que es un jardín nocturno, en donde los árboles, las flores, las plantas pierden contorno y todo se vuelve un poco uniforme, un poco amenazador, pero al mismo tiempo sugerente, como invitándote a hacer una especie de ejercicio introspectivo.
-¿Y qué le dio a tu libro, a fin de cuentas?
-Me dio como todo el tono y el ambiente, el paisaje, digamos, el decorado. Y escribí el primer cuento sin saber que seguirían otros. Pero teniendo ese primer cuento, sentí que esa primera frase seguía dando de sí. Entonces escribí otro y, en fin, terminé de escribir todos los demás con ese arranque.
-Como ese relato inicial se llama, precisamente, "Un muro de vegetación", le preguntamos a la inteligencia artificial qué sentido tiene el jardín en la obra de Murakami. Respondió: "Murakami compara la escritura de cuentos con 'plantar un jardín', mientras que la escritura de novelas se asemeja a 'plantar un bosque'. Esta metáfora sugiere que los cuentos son más íntimos y personales, donde cada historia puede florecer de manera única, similar a las diversas flores en un jardín".
-Sí. ¡Qué bueno que le preguntaste eso a la inteligencia artificial! Yo realmente he leído muy poco a Murakami. Leí ese libro (El elefante desaparece) donde aparece este cuento que es muy diferente, por su espíritu fantástico, a los de mi libro.
-Pero en cuanto al planteo general, hay coincidencias, ¿no?
-Me parece una buena respuesta. En efecto, un cuento se acerca más al espíritu de un jardín y una novela más a un bosque, donde pueden pasar cosas inesperadas. Pero, bueno, en un jardín también, ¿no? Sobre todo, en un jardín nocturno, en donde lo introspectivo se junta con cierta amenaza, con cierto riesgo de algo.
-Sucede muy a menudo en tus relatos.
-Por ejemplo, en uno de ellos, una mujer que está con sus nietos, descubre una raíz...
-Tremenda.
-Una raíz tremenda, ¿no? Una especie de cosa, una criatura tubular enorme y eso le da una presencia absolutamente siniestra. Y creo que el jardín siempre tiene esa ambigüedad. Por un lado, es un lugar de serenidad, de tranquilidad, de belleza, de armonía, pero que muy fácilmente se puede convertir en un lugar de peligro.
-En ese cuento, que se llama precisamente "La raíz", la abuela, mientras observa a sus nietos jugar, reflexiona: "La inmensa mayoría de los seres humanos carece de un jardín y recordé haber leído que el anhelo de Hitler era proporcionar a cada familia alemana una casita con su pequeño jardín". Una metáfora espeluznante.
-Y además, muy real. Para Hitler ese era su pequeño sueño, su sueño pequeño burgués, de que todos los alemanes tuvieran jardincito y para eso finalmente desató lo que desató; porque ese era su sueño final. Él creía que una Alemania victoriosa habría podido proporcionar eso a sus habitantes.
-Muy cruel, si uno lo piensa bien.
-Es lo siniestro de esto: ir detrás de un jardincito y todos lo que murieron por ese sueño de Hitler.
-Los que no tienen buena prensa en tus cuentos son los jardineros. La abuela dice, pensando en Osvaldo, el hombre que le corta pasto, que "debajo de la delgada capa de jardinero había un campesino resentido". O en la última de las historias, otra mujer sospecha que su jardinero pretende quedarse con sus pertenencias.
-(Ríe) Sí, es cierto. El jardinero, digamos, es como que trabaja de espaldas a la casa. Es decir, está inmerso en un mundo silvestre que finalmente niega la casa. Aunque sea un mundo educado, como es el jardín, finalmente el jardinero tiene un contacto con la tierra, con los animales del subsuelo, que andan por ahí y por lo tanto es una criatura como híbrida, medio camino entre los civilizado y lo salvaje.
-Y fueron a parar al limbo de tu libro...
-Es que el jardinero puede inspirar un cierto grado de confianza, pero relativo, porque finalmente está también del lado de la naturaleza imprevisible. Por eso, como decía, es un ser un poco híbrido y controversial.
Fabio Morábito.JPG
Morábito reconoce estar influenciado por la liletaratura italiana. Foto Casa América Catalunya.
-¿Qué influencia tiene la literatura italiana en tu propia escritura? ¿O sacás más de la parte mexicana? En resumidas cuenta, ¿tu corazón cómo está dividido ahí?
-La literatura italiana siempre ha tenido una gran influencia en mí porque leo permanentemente a los italianos; los he traducido, además, sobre todo, en poesía. Y mi mayor práctica del idioma materno es a través de la literatura, porque prácticamente casi no hablo italiano. Ni siquiera con mis padres, que murieron hace unos pocos años, ya hablábamos italiano.
-Un desarraigo muy marcado el tuyo.
-Como sucede en muchas familias que emigran, el idioma local termina con los años, con el tiempo, por prevalecer sobre el idioma nativo. Así que yo hablaba con ellos español. Y el italiano lo practico realmente con muy pocas personas. Sobre todo, lo practico, repito, en la lectura.
-¿Y ya en la otra orilla cómo fue el proceso?
-Como decía, la literatura italiana siempre ha tenido una gran influencia en mí, pero mediada por la influencia, obviamente, de la literatura en español, que fue una cosa que se ha convertido en mi nutriente fundamental.
-¿Con qué tipo de referentes?
-En México, por ejemplo, solo por citar un nombre, el de Juan Rulfo, que es un autor extraordinario y que está presente, yo creo, en todos los escritores mexicanos, aun en aquellos, como es mi caso, que no tratamos temas campestres, que era el gran tema de Rulfo, sino temas urbanos.
-A propósito de esto, ¿viste la adaptación que viene de aparecer en el streaming del Pedro Páramo de Rulfo?
-No. Y no la pienso ver, porque tengo un mal presentimiento con respecto a la puesta en escena.
-¿Por qué? ¿Qué tipo de prevenciones tenés?
-Se vuelven muy solemnes esas adaptaciones cinematográficas. La solemnidad es algo que no soporto. Y el cine mexicano, especialmente, siempre ha tenido ese pecado original de ser muy solemne. Rara vez se ha podido emancipar de esa característica. Y yo me temo que esta película va por ese sentido. Además, me lo han dicho, no es solamente una impresión. Pero, bueno, me imagino que a muchos les habrá gustado también. Prefiero leerlo a Rulfo.
-Entendemos, pues, que tampoco vas a ver la serie de Cien años en soledad.
-Tampoco, tampoco. A García Márquez le ha ido todavía peor que a Rulfo en cuanto a adaptación cinematográfica. Aun cuando él mismo creo que en algún momento escribió el guion de una de esas adaptaciones. Pero me parece muy difícil, con respecto a Cien años en soledad, dar un paralelo cinematográfico.
-¿En qué sentido?
-Habría que renunciar a muchas cosas. Y tal vez el error es no querer renunciar y entrar de plano en la magia, la famosa magia de García Márquez, en vez de pensar de otro modo. Tal vez habría que alejarse mucho para ser más leal a García Márquez; es decir, más que fiel, ser más leal a su espíritu; pero, para eso, separándose un poco de su mundo, porque, si no, uno termina por ser meramente un repetidor de algo que, seguramente, en García Márquez estará mucho mejor que en cualquier otra adaptación cinematográfica.
-Vos hablás de la solemnidad de los directores mexicanos, pero ustedes tienen varios que son bastante locos, tipo Alex de la Iglesia, que son provocadores, ¿no?
-Sí. Y hay, por ejemplo, adaptaciones de un autor, Jorge Ibargüengoitia, dueño de una gran ironía, muy poco solemne. Se ríe de la solemnidad. Ahí sí ha habido un par de películas muy interesantes y muy entretenidas.
-Otro que dirigió en México y que vos rescatás en alguna entrevista, fue nada menos que Luis Buñuel.
-Claro, claro. Sí. Buñuel ha tenido una gran importancia en el cine mexicano y el cine mexicano fue muy importante para él. Bueno, recordemos Los olvidados. Yo creo que es su obra maestra, una gran película. Sucede totalmente en las ciudades perdidas de México, en los suburbios más pobres.
-Volviendo a la inteligencia artificial, hay otro concepto respecto del simbolismo del jardín en la obra de Murakami. Dice que a menudo sirven como refugios para la introspección. En sus narrativas -agrega- los personajes frecuentemente se encuentran en entornos naturales que les permiten reflexionar sobre sus vidas y relaciones. Eso es exactamente lo que hacen las mujeres de tus cuentos.
-Exactamente. El jardín, como decíamos antes, propicia un ejercicio introspectivo. Sobre todo, un jardín de noche, porque nada distrae. De día, un jardín te puede distraer por su variedad de colores, de perfumes; pero de noche como que se vuelve una presencia misteriosa, callada, que propicia ese ejercicio introspectivo. Y, de hecho, eso está en todos los cuentos.
Fabio Morábito1.JPG
"Un jardín de noche no distrae", reflexiona Morábito.
-Los doce relatos tienen como una repetición de secuencias, un recurso propio de la música. No solo iniciás todos los cuentos con la misma frase, algo prácticamente inédito, sino que, además, el personaje central casi siempre está mirando el jardín, desde el porche, al caer la noche, con un vaso de gin-tonic en la mano. ¿Por qué elegiste esa forma de construir tus historias?
-Me pareció muy interesante crear cuentos independientes, pero que tuvieran una conexión entre ellos, aunque sea una conexión mínima. Aparte del jardín, por ejemplo, tú lo has dicho, casi siempre esas mujeres están tomando un gin-tonic, de noche, en un momento de relax. Hay otro tema recurrente: los aviones, que pasan encima del barrio de cada una de ellas.
-Lo cual motiva algunos encuentros barriales para analizar el asunto.
-Algunas lo deploran. Otras, en cambio, sienten una extraña solidaridad con esos aviones. Y sí, hay cosas que se repiten, pero que de ningún modo crean lo que podría parecer una novela. Yo tuve mucho cuidado de que cada cuento creara un tapiz entre todos ellos, pero manteniendo su propia fuerza, su propia autonomía.
-Las mujeres están solas frente a sus historias. Algunas han enviudado y en otros casos el marido se ha ido. Pero hay más curiosidades. Por ejemplo, una de ellas se repite, pero el marido ausente cambia de nombre según el cuento. ¿Lo hiciste a propósito?
-Sí. No con ánimo de confundir al lector, sino esperando que este, precisamente, sepa que cada historia es independiente, pero que hay resonancias con otras. Desde el momento en que me di a mí mismo el permiso de comenzar cada cuento con la misma frase, lo otro se dio por sí solo.
-¿Y por qué cada mujer discurre con un gin-tonic en la mano? ¿Es porque a Morábito le gusta ese trago o tiene otro sentido?
-A mí me gusta el gin-tonic (risas). Pero el alcohol ahí juega un papel de acentuar lo introspectivo, el momento casi confesional en que cada una de ellas, después del horario de trabajo o de las ocupaciones diarias, sí puede mirarse a sí misma con más desparpajo, con más sinceridad. Y el alcohol siempre ayuda en ese sentido. Ninguna de ellas se emborracha. Es simplemente una compañía que ayuda a ver con más lucidez, con más arrojo, tal vez, la propia vida.
-No se emborrachan... salvo la abuela que cuida a sus dos nietos. La mamá de esos niños le larga una reprimenda porque advierte que está un poco pasada de copas, ¿no?
-Sí, la acusa de eso. Pero ella conserva una lucidez extraordinaria, sobre todo al final. Ella, en principio, les oculta a sus pequeños nietos esa raíz monstruosa, porque le parece que es, precisamente, una presencia espantosa, terrorífica; hasta que, luego, llega a la conclusión de que no, de que es bueno que, desde ahora, ellos sepan que debajo de las apariencias, en el subsuelo de la vida, por así decirlo, hay criaturas amenazantes.
-Exacto. Un cambio de postura determinante.
-Y qué bueno que los nietos lo sepan de una vez, ¿no? Así pues, ella se adjudica el derecho, como abuela, de ser quien le muestre a esa generación, de algún modo, la verdad de las cosas.
-Porque dice, además, que los abuelos les suelen mostrar a los nietos cosas más aventuradas que los padres, que van por caminos más conservadores o timoratos.
-Sí, los padres son más aprensivos. Ellos quieren proteger a toda costa. El abuelo, en cambio, sabe que tal vez la protección es una quimera, porque ¿qué podemos hacer? Podemos proteger hasta cierto punto a nuestros críos, pero en el fondo es el mundo el que los protege; y ellos mismos se protegen. Entonces, más vale enfrentarlos a los aspectos oscuros, ¿no? De una vez.
-Has escrito, Fabio, doce cuentos sobre mujeres maduras que están solas, reflexionando en el jardín. Te has tenido que meter doce veces en el alma, en el sentimiento y en la sensibilidad de esas tantas mujeres. ¿Te ha costado? ¿Cómo hiciste?
-Te confieso que no. El resultado lo juzgará cada lector. Finalmente, que me haya costado o no, es bastante indiferente. Es un asunto mío. Ahí lo importante es el resultado.
-Pero, ¿qué te queda de esa experiencia?
-Yo me sentí muy a gusto hablando en primera persona con una voz femenina. Ya lo había hecho en un cuento que pertenece a mi primer libro de relatos. Y también había sentido como una extraña libertad al escribir en primera persona femenina. Y ahora volví a sentir eso.
Fabio Morábito2.JPG
Se divierte Morábito escribiendo en primera persona con una voz femenina.
-¿Cómo fue el proceso de gestación?
- Este libro lo escribí durante la pandemia. Fue un libro hasta cierto punto inesperado, como te conté. El primer cuento lo escribí un poco así, cautivado por esa frase del cuento de Murakami. Y luego me di cuenta de que quería seguir escribiendo cuentos con esa frase. Entonces fue un libro que se escribió un poco solo, un poco casi a costa de mí.
-¿Por qué se escribió solo?
-Ahora, reflexionando, creo que el hecho de que siento que se escribió solo es porque esa voz femenina a mí me otorgó una libertad imaginativa bastante insólita, bastante inusitada, cosa que la voz masculina no me ha dado. Entonces, me sentí bien.
-¿Pero cómo te has sentido dentro de ese continente?
-No sé si he sido fiel a la psique femenina, si esas mujeres son creíbles. Eso lo juzgarán los lectores, tanto varones como mujeres.
-Ninguna mujer te ha reclamado nada hasta ahora, ¿no?
-¡No! ¡Al contrario! Me han dicho todo lo contrario (risas). Se han visto muy identificadas con esos personajes.