Historias

"El momento de experimentar es hoy: el tiempo es finito", dice un diseñador mendocino que se viste de mujer

La historia de Facundo Rodríguez Navarro, el diseñador mendocino que usa faldas y tacos para incomodar, pensar la moda y defender la libertad de vestirse

Facundo Ignacio Rodríguez Navarro nació en la Ciudad de Mendoza un 27 de agosto, hace 31 años. Es el menor de tres hermanos varones y creció en una familia tradicional, atravesada por valores, afectos y una figura central que hoy sigue marcando su camino en el mundo del diseño de moda: su abuela, fallecida el 18 de mayo de 2024.

“Mi abuela ha sido y es, aunque ya no esté de manera presente, mi columna vertebral”, dice. Católico y creyente, Facundo la define con una imagen profundamente simbólica: “Así como nosotros veneramos a la Virgen María como la primera creyente, yo tomo a mi abuela como la primera creyente en todo lo que yo fui, soy y seguramente seré. Ella creyó en mí cuando yo todavía no sabía quién era”, reflexiona. Y así comienza con su historia de vida.

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"Mi abuela fue y sigue siendo mi columna vertebral", dijo Facundo a Diario UNO.

"Mi abuela fue y sigue siendo mi columna vertebral", dijo Facundo a Diario UNO.

Esa fe inicial fue, sin saberlo, el germen de una historia que hoy incomoda, interpela y abre debates. Porque Facundo no solo diseña ropa: piensa la moda. Y, sobre todo, la vive en el propio cuerpo.

Diseñar y vestir no es cubrir: es comunicar

Para Facundo, el camino del estilo no tiene que ver con seguir tendencias, sino con encontrarse con la prenda. “La ropa no viste cuerpos, viste ideales, viste sentimientos, viste momentos históricos, singulares y plurales”, explica. Desde esa mirada, vestir es un lenguaje vivo, cambiante, profundamente humano.

“Las personas tenemos sentimientos, entonces no siempre va a ser lo mismo. Yo siempre insisto en que la ropa viste personas”, repite. No se trata de gustar ni de agradar: se trata de sentirse cómodo en el momento en que uno usa algo. “Quizás al otro día pensás ‘¿cómo pude salir así?’, pero si en ese momento te sentiste bien, feliz, eso es lo que importa”.

De la duda al diseño y una vocación inesperada

Facundo no soñó desde chico con ser diseñador. Su recorrido fue, como él mismo lo define, de exploración constante. Probó Artes Visuales, pero no encontró ahí su lugar. Pasó por Arquitectura en los cursos preuniversitarios. Nada terminaba de cerrar.

Hasta que apareció, otra vez, su abuela.

Mientras él le confeccionaba vestidos a una virgen —una virgen propia, íntima— alguien le dijo: “¿Por qué no probás diseño de indumentaria?”. Su abuela le regaló su máquina de coser, esa que había sido casi obligatoria para las mujeres amas de casa de otra época, cuando saber coser era parte del mandato femenino.

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Una máquina de coser fue el principio de una historia de vida marcada por la moda y el diseño.

Una máquina de coser fue el principio de una historia de vida marcada por la moda y el diseño.

“No vengo de una familia de modistas ni de costureras”, aclara. Pero con esa máquina empezó todo. Entró a la carrera y fue, literalmente, amor a primera vista. “Me enamoré de la historia de la moda. Ahí dije: es por acá”.

Antes de terminar, ganó una beca para estudiar en Barcelona. Fue su primer viaje solo, fuera de Mendoza y fuera del país. Y también, un punto de quiebre.

“Allá entendí que la moda no es rígida, es versátil, maleable, y depende del contexto histórico, social, económico, cultural y de tradiciones”, cuenta. Ese viaje no solo amplió su mirada profesional: amplió su mirada sobre sí mismo.

La falda negra que lo cambió todo

Un día, saliendo de la escuela en Barcelona, entró a una tienda de fast fashion. Nunca miraba el sector de ropa femenina. Nunca le había interesado. Pero esa vez, algo pasó.

“Vi una falda negra de tul. Me atrajo. Me la probé y me sentí cómodo. Y pensé: ¿qué hice tanto tiempo que no usé esto?”, recuerda.

Ese gesto no tuvo que ver con una transición de género ni con una crisis identitaria. Facundo es claro: “Nunca tuve disforia de género, nunca me sentí incómodo con mi cuerpo ni con mi sexo. Yo me percibo como hombre”. Lo que encontró fue otra cosa: la belleza de la prenda femenina, una riqueza estética que no encontraba en la ropa masculina.

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"Encontré belleza en la ropa femenina", resume el diseñador mendocino.

"Encontré belleza en la ropa femenina", resume el diseñador mendocino.

Más tarde, desde el estudio, entendería por qué. Hablaría de Judith Butler, de la construcción histórica del género, de la “gran renuncia masculina” posterior a la Revolución Francesa, cuando el hombre dejó lo ornamental y lo incómodo para volverse sobrio, funcional, uniforme.

“Todo lo ornamental, lo incómodo, quedó del lado de lo femenino”, explica. Y ahí estaba la falda: llena de juego, texturas, morfologías, posibilidades.

Jugar, experimentar, no quedarse con la duda y animarse a vestirse.

Lo que siguió fue un camino lento, íntimo, progresivo. “No fue un disfraz. Fue empezar a jugar”, dice. Jugar como ese niño que nunca se animó a revolver los armarios de la madre, la abuela, la tía.

“Jugar es probar, combinar cosas que el imaginario colectivo dice que no combinan”, sostiene. Y ahí aparece una de sus frases más contundentes:

“El momento de probar y experimentar es hoy. Somos seres finitos. No sabemos si mañana vamos a estar”.

Desde 2017, Facundo empezó a no encajar también en la moda. No por rebeldía, sino por honestidad. “No quedarme con la duda ni con las ganas”, resume.

El diseño, las redes, la viralización y las críticas

El crecimiento en redes no fue buscado. Llegó con un video en el que simplemente se mostraba vistiéndose. El algoritmo hizo lo suyo: amplificó el contenido, pero también el odio.

“Lamentablemente hoy el algoritmo funciona a partir del desprecio, la burla, los malos comentarios”, dice. El video recorrió el mundo. Algunos se quedaron por curiosidad, otros encontraron algo más difícil de hallar en redes: contenido con valor.

Así nació una comunidad.

“Yo siempre fui tímido. Dejaba que la ropa hablara por mí. Hoy soy más suelto”, cuenta. En la calle, incluso en la iglesia, jóvenes se le acercan. Conversan. Él los anima a ser ellos mismos, sin depender de tendencias ni de miradas ajenas.

Las críticas fueron duras. Le generaron ansiedad, incomprensión. “¿Por qué tanta maldad si no estoy haciendo nada malo?”, se preguntaba. No mostraba violencia, ni contenido inapropiado. Solo una pollera y tacos en un hombre masculino.

“Eso también les afectaba”, reflexiona. Porque la disrupción no siempre viene del estereotipo esperado.

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Las críticas fueron duras, dolorosas. Le generaron incomprensión. Pero siguió adelante.

Las críticas fueron duras, dolorosas. Le generaron incomprensión. Pero siguió adelante.

Recibió insultos, amenazas —una incluso de muerte, que denunció penalmente— y gritos desde autos. Pero hay algo que le duele más que la palabra: la mirada.

“La mirada es el lenguaje del alma”, dice. Y en muchas miradas hay odio, condena, discriminación.

Facundo no esquiva un tema incómodo: el prejuicio laboral. “Como te ven, te tratan”, cita a Mirtha Legrand. Ser disruptivo, aunque tengas títulos, dificulta el acceso al trabajo.

“Soy licenciado y, además de la crisis, se suma el plus de la imagen”, explica. Y agrega algo que lo cansa: que se mire la tapa y no el contenido.

“Estudio todo el tiempo. Hice seminarios, talleres, especializaciones en moda, política, ciencias sociales. Pero si no estoy ‘montado’, el contenido no llega”, reflexiona sobre la lógica de las redes.

Pensar la moda para cambiar la cultura

Facundo no se define como influencer. “Es una palabra muy corta”, dice. Prefiere creador de contenido. Porque crear implica tiempo, estudio, profundidad. “He pasado ocho horas para un video de tres minutos”.

Su sueño no es la fama: es que la gente empiece a pensar la moda. “La moda es un sistema de signos y símbolos. Comunica una sociedad en un momento de la historia”, sostiene.

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"Mi sueño es pensar la moda", confiesa Facundo.

"Mi sueño es pensar la moda", confiesa Facundo.

Y también reivindica al diseñador como agente social y estético de cambio. Denuncia la precarización, la banalización, la falta de formación real en áreas como el estilismo o la asesoría de imagen.

Vestirse como acto de libertad

Facundo no busca gustar a todos. “Quien quiere gustar a todos no gusta a nadie, ni siquiera a sí mismo”, repite. Vestirse, para él, es un acto íntimo, honesto y político en el sentido más humano.

“Si hoy tengo ganas de usar pollera, la uso. Y si mañana no, no”, dice. Porque la verdadera coherencia es con uno mismo.

Y vuelve al principio, como un círculo perfecto: el tiempo es finito.

No probar, no jugar, no animarse por miedo al otro, es —en sus palabras— “ser malos con nosotros mismos”.

Facundo Rodríguez Navarro no se disfraza. Se viste.

Y al hacerlo, nos obliga a mirarnos.

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