Análisis y opinión

Xi Jinping es peronista, o la bendita impronta de Alberto de mimetizarse con sus interlocutores

En lugar de saborear el acuerdo con el FMI, Alberto Fernández llegó a Rusia y empezó a cascotear a los Estados Unidos, que le habían dado una mano en ese trato

En Beijing siente deseos irrefrenables de ser maoista; en México se vuelve zapatista ante ese charleta impenitente que es López Obrador; en Rusia se fascina con los aires zaristas de Putin al que le ofrece que nuestro país sea la puerta de entrada para que los rusos hagan negocios en Latinoamérica. Y cuando se encuentra con Joe Biden en alguna cumbre presidencial lo corretea para sacarse una foto con él y decirle, tomándolo de los brazos, cuánto se alegró de que le ganara las elecciones a Trump.

Habrá que rogar para que el líder de la dictadura de China, Xi Jinping, no viva nunca en la Argentina. Según el presidente Alberto Fernández, si eso ocurriera, el mandamás del Partido Comunista Chino se transformaría inmediatamente en peronista. El funcionario argentino cree que son muchas las coincidencias ideológicas en la manera de ver el mundo entre él y Xi Jinping.

Si eso se diera, si el chino tomara el poder en la Argentina, prohibiría los partidos políticos de oposición y dejaría sólo el Partido Peronista "a la China"; eliminaría la libertad de expresión, nadie podría criticar al Gobierno, habría vigilantes en todas las redes sociales, borraría el Congreso tal como lo conocemos y lo suplantaría por una serie de levantamanos que serían todos oficialistas. Los piqueteros y movimientos sociales serían barridos de las calles. Y el feminismo y las opciones sexuales estarían en peligro. Y al que se hiciera el loco, le pasarían los tanques por encima.

Ese toque

A no preocuparse, eso no va a ocurrir. Es mucho más factible que Alberto Fernández se vuelva neomaoísta viviendo en China que Xi Jinping recite las veinte verdades peronistas desde el Conurbano bonaerense. Es que nuestro presidente tiene la bendita impronta de mimetizarse con su interlocutor ocasional.

En lugar de saborear el "haberse sacado la soga del cuello y la espada de Damocles de la cabeza" que significó, según sus propias palabras, el acuerdo para empezar a pagar la deuda con el FMI, el presidente Fernández llegó a los pocos días a Rusia y sin que nadie lo obligara a tal cosa, empezó a cascotear a los Estados Unidos.

Le dijo a Putin ante los micrófonos del mundo que la Argentina quería sacarse de encima la influencia de los Estados Unidos y del FMI, siendo que es por todos conocido el peso que tuvo la Casa Blanca para que el FMI ablandara algunas de las imposiciones a nuestro país.

El actual mandatario argentino no se parece a ningún predecesor. Y no porque sea mejor o peor sino porque hace cosas no habituales. Por ejemplo, comparte el poder, que es unipersonal, con la vicepresidenta Cristina Kirchner. Él dice tener la lapicera; ella, el poder de veto y las líneas ideológicas.

¿Qué clase de presidente es el que tiene que poner a consideración de la vicepresidenta cada decisión importante que tome? Y ¿qué clase de vicepresidenta es una que ante cualquier disenso con el N°1 lanza cartas abiertas al país para limar el poder del mandatario?

Perrerías

Cristina y su hijo Máximo se han permitido acciones temerarias, como esa opereta que amenazó con vaciarle de funcionarios kirchneristas el Gobierno de Alberto mediante renuncias truchas que lo obligaron a hacer lo que Cristina ordenaba tras la derrota en las PASO de septiembre pasado.

Además le han impedido al Presidente hacer cambios de funcionarios cuando los cuestionados eran de La Cámpora. Esos sólo pueden ser removidos por Ella. Baste recordar el escandaloso caso de Luana Volnovich y de su novio Martín Rodríguez, jefe y subjefe en el PAMI, que se fueron juntos de vacaciones al Caribe dejando acéfala la obra social de los jubilados. Nada pudo hacer el jefe de la Casa Rosada con esos papeloneros. Previamente, Máximo ya había dinamitado a fines de diciembre el pacto del peronismo con la oposición para votar el Presupuesto 2022.

Y lo peor es que Máximo y La Cámpora, con la anuencia soterrada de su madre, le han boicoteado a Alberto el principio de entendimiento para comenzar a pagar la deuda al FMI. Están en desacuerdo "en forma y contenido" con lo pactado por el Presidente y su ministro de Economía de Economía Martín Guzmán con el Fondo Monetario. Ello complica el aval que le debe dar el Congreso de la Nación a esas tratativas.

En cambio, y aún con algunos pruritos, la oposición mayoritaria reunida en Juntos por el Cambio ha saludado que se haya frenado el default y ha insistido que está abierta a votar a favor del acuerdo en el Congreso si la letra chica no aparece con un domingo 7.

Como locos

Alberto obtiene un logro y sus socios kirchneristas no pueden soportarlo. Cuando comenzó la pandemia y el gobierno trabajó con el jefe de Gobierno porteño para ofrecer una política sanitaria en CABA y el Conurbano, Cristina lo vetó, malherida, porque Alberto comenzó a llamar "mi amigo Horacio" a Rodríguez Larreta.

Esa etapa de sentido común, que le había significado al Presidente un fuerte apoyo en la ciudadanía, fue abortada por la vicepresidenta que ordenó además retacear, sin más, fondos de la coparticipación a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Los dislates presidenciales en Rusia y China han vuelto a desorientar a buena parte del país que había respirado aliviado por la decisión de sortear el default. Lo único que puede explicarlo es que Alberto haya actuado movido por la sombra de Cristina y esto fuera -en realidad- un mensaje para calmar esa sociedad tóxica que mantiene con el kirchnerismo.

No habla muy bien de nuestra política exterior que, estando en el extranjero y en países decididamente contrarios a la defensa de los derechos humanos y la democracia, el Presidente se haya lanzado con tal denuedo a condenar a Estados Unidos.

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