Sin contrapeso
Varios líderes europeos, en particular Angela Merkel, y no pocos analistas políticos del Viejo Mundo se han hecho también esas preguntas, desconcertados ante el hecho de que "la censura" a Trump haya ocurrido "sin ningún control ni contrapeso".
Aluden así al agujero negro que ha generado -para la agenda política de las naciones- la expansión desbocada de las redes sociales. Europa es la región que más ha avanzado en la búsqueda de esos contrapesos legales para el explosivo universo de las redes, pero aún no termina de darle carnadura a esa "supervisión democrática". El principio para ellos es que aquello que es ilegal en el mundo físico también lo es en la esfera digital.
El ex ministro de Economía de Francia Thierre Breton entiende que lo ocurrido con Trump confirma el poder de esas plataformas pero también "las profundas debilidades en la forma en que nuestra sociedad se organiza en el espacio digital". La consigna repetida por estas horas es que las redes sociales no pueden actuar como jueces.
Sin embargo, hay que recordar que como una versión adaptada de "la casa se reserva el derecho de admisión" las redes sociales privadas poseen sus propios códigos para salvaguardar el accionar de violentos, abusadores, odiadores, entre otros ultras. Lo que pasa es que muchas veces no se usan a tiempo ni con criterios comprensibles.
Los fanáticos
Cuando el presidente de México, López Obrador, habla de "las benditas redes sociales" no lo dice como una ironía. Lo cree realmente. Está obsesionado por marcar agenda a diario con "las mañaneras", esas soporíferas conferencias que da de lunes a viernes, y que tienen en Twitter, Facebook y Youtube canales exclusivos que le transmiten como en cadena nacional sus espiches.
Lo mismo pasa con Bolsonaro y con todos los presidentes personalistas adictos a las redes sociales que han encontrado en Twitter el sucedáneo de lo que antes eran los canales institucionales para hablar de los actos de Gobierno. Todos ellos descreen de la prensa tradicional porque no es fácil de domesticar.
Desde posiciones de izquierda se ha acusado a Twitter y Facebook de actuar "con cinismo" al bloquear las cuentas de Trump en esas redes. Eduardo Fabbro en Página/12 cuestionó "que sea la elite tecnológica la que haga y deshaga a su antojo y cuando le conviene, fuera de toda norma elaborada por los Estados" y que además "se arroguen el poder de controlar el debate público".
Es paradójico que el presidente más estrambótico que ha tenido Estados Unidos, un hombre fanático que abusó de Twitter durante cuatro años para denigrar, para exigir, y para maltratar haya terminado con un trapo en la boca y una cinta de embalar con el dibujo de un pajarito azul rodeándole la cara justo cuando le faltaba una semana para dejar la Presidencia.
Rarísimo es encontrar un santo en el mundo real. Y ni le digo en las "benditas redes sociales".