Opositores, neutrales y hasta oficialistas creen que el fenómeno que estamos viviendo, que la ciudadanía buscó y que respalda se llama Javier Milei. Que está absolutamente, 100%, relacionado a la identidad, las acciones y los gestos del Presidente. Es un error. Lo que la Argentina quería -y quiere aún hoy- era un cambio real.

La misma política no sabe todavía cuán rotundo es el giro que se buscaba en 2023, aunque empieza a entenderlo: global. No sólo un nuevo mandatario, sino un nuevo modelo. Pero no un “modelo” diciendo la palabra con liviandad, como un conjunto de formas.

Un modelo a largo plazo. La aniquilación de todo lo negativo que nos empantanó por años: corrupción, desidia, discrecionalidad en el reparto, subsidio irracional –por igual a ricos y pobres-. En fin: que se instalara en el país una estructura de manejo del Estado y no un formateo momentáneo de cómo gobernar por cuatro años.

A quienes detestan a Javier Milei -en muchos casos personas nobles, que quieren lo mejor para el país-, lo que los lleva a la desesperación, a darse la cabeza contra la pared porque no pueden entender tanto apoyo, es no comprender esto. Es no saber esto:

No es a Milei a quien respalda la ciudadanía. No es sólo a un Presidente, ni sólo a un gobierno. Es el estandarte de algo más. Milei es, para muchísimas personas –más de la mitad de la Argentina- la bandera del "tal vez ahora sí”.

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¿Por qué lo votó el 57%? ¿Por qué al día de hoy lo siguen bancando? ¿Por qué es el primer diciembre tranquilo, si hay más pobres que en los años anteriores y subió el desempleo y baja la actividad económica?

En la mesa de la vieja política, mientras esperan su caída -que primero vaticinaban para marzo, después para abril y ahora saben que, si las elecciones fueran hoy, casi seguro gana- se acumulan estas preguntas: estos ¿por qué?

Y tienen una muy fácil respuesta. Los últimos 50 años fueron de deterioro profundo de la Argentina. Los últimos 40, de una democracia que no logró mejoras sostenibles: ni en precios, ni en desempleo, ni en pobreza. Los últimos 12, de zigzagueo entre dos partidos que profundizaron el deterioro, con una vuelta a empezar constante, sin autocrítica real y sin mejorar los errores del otro. Y en el medio de este medio siglo, encima, el país fue un campeonato de agachadas de la clase política que siempre los dejó bien parados a ellos mientras a nosotros nos llovía la mierda.

Entonces: si a quien el pueblo ya ve como redentor de todas esas frustraciones. Si a quien el pueblo ya ve como quien por fin trae una receta nueva ante tanto error de lo mismo (que puede serlo o no, Milei, ese redentor, pero así se lo percibe), encima lo acompañan resultados importantísimos como baja de la inflación, la recontra baja del dólar, la destrucción de la brecha cambiaria, los bonos argentinos por las nubes, riesgo país en mínimos históricos; y todo eso en tiempo récord y viniendo desde dónde venimos...

Y, no es muy difícil la ecuación. Milei tiene bien ganado su viento a favor.

La gente pedía una Argentina bien plantada en Occidente. Mirándose en otro espejo. No más chavismo, no más 6-7-8, no más Télam siendo un medio público partidario del gobierno; no más Belliboni y Emilio Pérsico manejando miles de millones de pesos de los planes sociales.

No más ponerle los nombres de ustedes y sus “próceres” (que resultan ser sus propios familiares) a todo; no más sobreideologizar asuntos que no tienen nada que ver con la ideología, sino con la economía, el comercio, las finanzas. Y no más, sobre todo, de ese combo atado su peor consecuencia: el desastre económico y social. Impartido por gente que, encima, nos quiere dar lecciones de ética y de política.

Milei ya es ese cambio. La pregunta que importa es si en verdad nos llevará a donde queremos estar -a donde tantos creen que estamos yendo- o si es sólo un timonazo más, que nos va a tener en cuatro u ocho años buscando otra vez el rumbo. Quizá hasta con peores problemas. O con los mismos.

Y hay indicios que dan un poco de miedo. El excesivo culto a la década menemista, que ya sabemos cómo terminó en términos de pobreza, y con un desempleo récord de casi 18 puntos, es uno de ellos. También las decisiones injustas, como quitar el subsidio al transporte, pero mantener el impuesto a los combustibles con que se sustentaba, perjudicando a las provincias, o que los jubilados estén sufriendo una porción desproporcionada y cruel del ajuste; la postura de que el Estado es malo y no debe existir; aún en sus servicios esenciales como la salud; los diagnósticos que no cierran, como el modelo de obra público-privada para todo el país, al que nunca vimos arrancar y que, por el contrario, sí generó desinversión en obra pública y efectos negativos en el empleo.

Que haya trolls de redes sociales pro Milei pagados con nuestra plata; que se ponga a todos en una misma bolsa, como si cualquier persona que trabaje para el Estado fuera una lacra, sin importar si es investigador, científico o si hace grandes aportes a la comunidad.

Que se maltrate como forma de gobernar; no importa si el que está del otro lado lo merece o no. Todo eso atenta contra la esperanza.

Es que el primer año mileista tiene dos caras. Una positiva que es muy positiva, y que ha sorprendido gratamente hasta a los que no le tenían fe, y una negativa en la que hay asalariados y jubilados sufriendo más que antes y gente que se quedó sin trabajo. Ahora, a la parte negativa es imposible no verla con el atenuante de considerar el lugar desde el que venía la Argentina. Y con el atenuante, también, de que no es fácil salir de la tormenta perfecta que teníamos, de 270% de inflación interanual, déficit crónico, emisión descontrolada y 50% de pobres de manera light. Era obvio que el tránsito hacia la normalidad (si es que allá vamos) no iba a ser fácil.

Para la pregunta de si estamos mejor o peor que hace un año, existen dos respuestas posibles. No hay una unívoca. Depende de a quién se le consulte.

Esa es la esperanza que encarnaba Milei cuando ganó. Un año después, la agrandó.

Contra esa perspectiva combaten los que lo pelean, no sólo contra un mandatario y nada más. Lo respalda el deseo de muchísima gente de ser un país normal.

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