En apariencia indestructible, la figura política de este jueves 27F ha sido, sin duda, Daniel Scioli, uno de los políticos más inclasificables que ha dado el país de los últimos 30 años. Nuevamente el ex gobernador bonaerense y ex vicepresidente de Néstor Kirchner ha cumplido el papel que mejor le sale: el de hacer los mandados difíciles del peronismo de turno, en este caso del kirchnerismo.

Promocionado a la política por Carlos Menem en los años '90 como "un emergente de la gente, no del comité", este ex motonauta que perdió un brazo en un accidente de lancha, es como la cigarra de María Elena Walsh: muchas veces lo mataron, muchas veces se murió, pero él siempre está ahí, resucitando.

Tras ser un "todo servicio vip" durante los 12 años del kirchnerismo, el diputado nacional Scioli fue designado ahora por el presidente Alberto Fernández como embajador argentino en Brasil, puesto que todavía no ha asumido por la falta de fluidez que hay en las relaciones con el presidente Jair Bolsonaro.

Empeñado en empaparse de su rol diplomático, Scioli había dejado el cargo legislativo. Ya no iba por el Congreso. Hasta este jueves 27F en que volvió a sentarse en una banca para dar el quórum que le permitiera al Gobierno comenzar a tratar la ley que termine con las jubilaciones de privilegio de jueces y diplomáticos.

Radicales y macristas se habían retirado este jueves del Congreso porque no se tuvieron en cuenta sus observaciones a ese proyecto de ley del Ejecutivo. La oposición apoya en general la ley contra las jubilaciones de privilegio, pero pedía algunas correcciones para evitar un éxodo masivo de magistrados que se apurarían a jubilarse para no perder "privilegios" con lo cual el kirchnerismo tendría a mano la buscada oportunidad de lanzarse a "colonizar" la Justicia con abogados amigos.

Y ahí apareció la solución para que el oficialismo tuviera quórum: trajeron a las apuradas al bien mandado Daniel Scioli y lo sentaron, quien por las dudas aun no había renunciado a su banca.

Dígame Lic.

Tiene 63 años, pero recién a sus 58 años logró terminar la licenciatura de Comercialización. En su último examen, que todos esperaban que rindiera con 10 y honores, sólo obtuvo un discreto 7. Estuvo con Menem, con Duhalde, con el matrimonio Kirchner y ahora con Alberto. Con todos fue aplicado, pero con los Kirchner se le fue la mano. Pocas veces un funcionario ha sido usado con tanta falta de respeto institucional y personal.

Por ejemplo, cuando Scioli fue vicepresidente, Néstor Kirchner lo ninguneó y lo destrató hasta la desesperación (de los demás, claro, que sentían vergüenza ajena de esa situación).

Igual -o peor- fue su sujeción a Cristina Kirchner en los dos períodos que la dama fue presidenta y él, gobernador de Buenos Aires. Ella hizo lo imposible para esmerilarlo a fin de que no fuera candidato a presidente en 2015. Hay escasos antecedentes de que un gobernador haya sido tan monitoreado y digitado desde la Casa Rosada como con Scioli.

La expuesta vida privada

Caído en desgracia luego de que Macri le ganara la Presidencia en segunda vuelta, su regreso al llano fue una sucesión de disgustos. Se separó de su mujer Karina Rabollini dejando al descubierto las conveniencias de una sociedad más comercial que marital.

Devino luego una tormentosa relación con la modelo cordobesa Gisela Berger, con la que tuvo una hija, en medio de escándalos que incluyeron denuncias de esta mujer de que la vida rumbosa de Scioli en Europa se pagaba con plata malhabida, mezclada con aspectos más íntimos sobre un supuesto pedido de él para que Berger abortara. 

En el interín varias denuncias sobre probables hechos de corrupción en sus gobernaciones cayeron en algunos juzgados motorizados, sobre todo, por Lilita Carrió.

En 2017 volvió a la política activa como diputado nacional, un ámbito que conocía al dedillo de su etapa menemista. En las recientes elecciones presidenciales estuvo bastante guardado, pero Alberto Fernández lo rescató para que fuera embajador en Brasilia.

Y él, será lo que será, pero no es un desagradecido. En ese marco hay que leer su aparatoso regreso a los mandados complicados.