Todavía recuerdo la inolvidable y desgarradora puteada que Federico Luppi se mandaba en la película Plata Dulce, estrenada en 1982 cuando la dictadura empezaba a resquebrajarse tras la tragedia de Malvinas. El filme fue una bocanada de aire fresco en un país anestesiado.
"Arteche y la puta madre que te parió", gritaba el personaje de Luppi cuando se daba cuenta de que lo habían engañado con un ardid financiero en el que otros se habían beneficiado en tanto que a él, un pequeño empresario, lo habían tomado de otario.
Arteche, que interpretaba Gianni Lunadei, era el canalla que había ideado la opereta y que había huido con los dólares "dulces". Ese apellido pasó a ser durante aquellos años sinónimo de hijo de puta.
La película fue un éxito de público, aunque no un dechado de virtudes cinematográficas. Sin embargo tuvo el mérito de tomar un suceso dramático de la realidad -hacerse rico sin trabajar, mediante la bicicleta financiera - y convertirlo en un documento de época.
Un invento argentino
Treinta y siete años después, otra película, La odisea de los giles, ha logrado, en esta ocasión con mayores cualidades cinematográficas, tocar una herida profunda padecida por los argentinos, el corralito de 2001, aquel suceso en que el Gobierno inmovilizó el dinero de todos los argentinos, lo que le costó el gobierno al presidente Fernando de la Rúa cuando sólo llevaba dos años de gobierno.
Cuando hace unos días fui a ver este filme de Sebastián Borenszntein, participé de una esas ceremonias donde la emoción y el interés de los espectadores son tan intensos que se pueden palpar.
La sala estaba llena. Parecía una misa pagana. Un hilo misterioso nos hermanaba a los espectadores. Era como si estuviéramos alrededor de la fogata escuchando el relato del brujo de la tribu al inicio de los tiempos.
En realidad estábamos reflotando el sufrimiento para analizarlo de otra manera. Incluso riéndonos, desdramatizando para sacarle más jugo. Ese era el camino elegido por el director, los guionistas y los actores.
Plata secuestrada
Ese suceso histórico llamado "corralito" modificó de manera brutal la vida de los argentinos al punto que uno no puede sospechar por qué nuestros creativos demoraron tanto tiempo para exponerlo con tanto acierto en una película.
Hay cientos de historias para explorar en el corralito. Esta de de los giles es sólo una. Los argentinos tenemos un bagaje fenomenal de sucesos históricos donde ubicar historias apasionantes. Las dos hiperinflaciones de 1989 y 1990. El veneno de la inflación. El default. Los cinco presidentes en un día.
El director Borensztein ya nos había dado un excelente ejemplo en una de sus películas anteriores, Un cuento chino, donde se habla de la Guerra de las Malvinas de una manera tangencial y muy humana.
Contar nuestras historias con inteligencia, con sentido artístico, sin bajadas de línea ni corsets ideológicos, son magníficas formas de exorcizarlas, de airearlas, de darlas vuelta como una media, de aprender maneras más productivas y menos hirientes de ser argentinos.
Aunque, la verdad, a veces es sanador mandarse una de esas sonoras puteadas contra los Arteche que en este país han sido. Y serán.