País Buenos Aires
Menemista y rabioso anti K, el líder del gremio de los gastronómicos y referente de los Gordos de la CGT volvió inesperadamente a escena haciéndose del control del Partido Justicialista como interventor.

Un gato de siete vidas en el fango de la política argentina

Por UNO

Polémico gurú del peronismo vernáculo, del peronismo de Perón, del peronismo que supo criarse a palos y balazos bajo la fría ley del más fuerte, se las arregló para permanecer, sobrevivir y reinventarse a lo largo del tiempo, a pesar de que ya camina los 76 años. Cosechador de odios y adictos, la mayoría le temen y pocos dicen amarlo. Sin embargo a él parece no importarle demasiado. Desprovisto de mandatos morales y famoso por su "fraseario" célebre, políticamente incorrecto, cáustico, escatológico y escandaloso, se hizo conocido ante el país con su frase más famosa: "En la Argentina tenemos que dejar de robar por lo menos dos años", que lanzó en la década del '90, en un programa de televisión, cuando debatían cómo sacar al país de la enésima crisis. Corrió el tiempo, como siempre lo hace, indiferente a los protagonistas, pero a él no lo afectó: hoy se sigue paseando con la confianza del que sabe que está sobrado de poder, de espalda y de aguante para mantener la frente bien en alto. Altanero cuando lo torean o quiere marcar la cancha, irreverente para el contrapunto, actúa con un desparpajo que es marca registrada del peronismo de antaño. Fue senador nacional, también fue diputado, funcionario de Carlos Menem y presidente de Chacarita Juniors. Pero antes y después, fue y es gremialista, líder desde hace 20 años de un sindicato de medio millón de obreros, el UTHGRA, o más conocido como el gremio de los gastronómicos. Pertenece a una especie que peina canas y parece no extinguirse: los famosos Gordos de la CGT. Este personaje, que siempre ganó pantalla por sus inefables bravuconadas, dio un impensado golpe de timón esta semana que ni los peronistas más duchos habrían imaginado. De un día para otro, cuando lo creían en el ocaso, con su figura mutando a caricatura mediática y testimonial, apareció de la nada, como el felino que ataca en el acto, dio el salto mortal y en un pestañeo se hizo con la presidencia del PJ Nacional. Ése es Luis Barrionuevo, el nuevo interventor del partido de Perón. Designado por la Justicia y fiel al estilo que lo precede, llegó a tomar la sede por diestra y siniestra, con resolución judicial en mano, una denuncia policial de desalojo y una patota de subordinados lista para repartir en la puerta y ya en acción, agarrando del cuello a un periodista porque algo no les había gustado. Aun así, destilando poder del propio y el ajeno, tuvo que lidiar con el siempre mañoso José Luis Gioja, que se negaba a ser el presidente depuesto y vendía cara la entrega de la sede del PJ, hasta que finalmente la desocupó sobre la medianoche, denunciando un golpe de Estado. Aseguran los que conocen a Barrionuevo, que fue el primer gremialista en usar barrabravas para disputar el poder en la CGT, práctica que en el tiempo se extendió en el manual de usos y costumbres del sindicalismo argentino. Dicen que les tiró los barras de Chacarita a los seguidores del legendario Saúl Ubaldini, durante un importante acto callejero que terminó a puñaladas y cadenazos mientras Barrionuevo observaba a sus chicos desde lo alto de un edificio cercano. De aquella batalla campal acuñó una de sus tantas frases célebres por ser polémica, cuando el periodista Bernardo Neustadt, en su programa Tiempo Nuevo, le inquirió por los incidentes: "No estábamos eligiendo a la cúpula de la Iglesia, así que hubo algunos sopapos", respondió. Bautismo de fuegoLos viejos relatos cuentan que así se hizo de la primera sede sindical, cuando todavía no era un Gordo ni mandaba entre los más bravos. Que tomó a punta de pistola un sindicato en la provincia de Buenos Aires, en medio de una furiosa interna gremial y que hizo falta la intervención de la Justicia para que lo devolviera a su legítimo secretario general 48 horas más tarde. Él lo niega y ha dicho, risueño, que apenas llevaba "un palo de escoba", que su lucha en aquellos tiempos fue contra los Montoneros y no contra los sindicatos. Hombre fuerte de la derecha gremial, sentenció hace años que nunca le gustó la izquierda porque él es peronista y, desde la primera hora, antikirchnerista declarado. Mucho más que menemista, no solo fue sino que es amigo del ex presidente Carlos Menem, a quien le organizó la campaña para llegar a presidente con un acto en el que le llenó el Monumental de cabo a rabo.También es amigo de Eduardo Duhalde y casi como un hermano del críptico radical Enrique Coti Nosiglia, el ex jefe de los servicios de inteligencia en la presidencia de Raúl Alfonsín, quien a pesar del paso del tiempo sigue siendo el poder en las sombras del poder instalado. Hasta fue carne y uña del desopilante Herminio Iglesias, aquel candidato del féretro radical quemado y de la inolvidable frase "Conmigo o sinmigo". Barrionuevo siempre estuvo al lado de los peso pesado.Él no tiene problema en aceptarlo. Ha hecho gala de su fuerte amistad con el ex jefe de los espías radicales, a quien dice que lo conoció en la juventud de los años '70, que juntos pelearon por la democracia, chapeando que ambos fueron los mentores del Pacto de Olivos entre Raúl Alfonsín y Carlos Menem, el acuerdo político de los '90 que abrió la reelección presidencial, achicó el mandato a cuatro años y modernizó la Constitución nacional. Como es de esperar, tuvo causas judiciales abiertas por corrupción, sospechado de presuntos negocios montados junto con Nosiglia, en los que se habría beneficiado con fondos públicos cuando era funcionario del Estado.Casualmente, por estos días los peronistas que lo aborrecen, que lo tildan de patético, de entregar a los trabajadores en el gobierno de Menem, de no representar al peronismo, hablan de que Barrionuevo llegó como interventor a la sede del PJ de la mano del propio Nosiglia, pactando un golpe institucional con el presidente Mauricio Macri. Ven también atrás la mano de Eduardo Duhalde queriendo volver al ruedo.Antikircherista hasta la médula, estuvo en la cima y debió esperar a la sombra ver pasar a sus enemigos. Finalmente lo ha logrado. Con el desparpajo que lo caracteriza llegó a la puerta del PJ, mentón bien levantado, arengando que "la jueza me eligió porque soy un verdadero peronista", anunciando que "voy a hablar con todos los peronistas menos con los dirigentes kirchneristas". Sentado en el trono partidario que fundó y ocupó Juan Domingo Perón, el imprevisible Barrionuevo abreva una máxima del general sobre sus enconados rivales: "Me sentaré en la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de mi enemigo".Barrionuevo, casi anciano, se ha sentado en el PJ para ver pasar el cadáver del kirchnerismo y ha llegado hasta ahí para hacer lo necesario: extinguir a la raza K del planeta peronista, con él metiendo mano.

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