Lejos de sus gloriosas horas de campeón mundial y, sin embargo, con la misma determinación que expresaba arriba de los cuadriláteros, Sergio Víctor Palma asume el deterioro que le produce la enfermedad de Parkinson y no pide tregua: “Trato de mantener una relación humana conmigo mismo y le agradezco a Dios cada día de mi vida”.
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He ahí, en ese religioso apego fundante que lo acompaña desde su niñez en la pequeña La Tigra, provincia del Chaco, donde se sostiene la templanza de quien fue uno de los boxeadores argentinos más electrizantes, protagonista de célebres veladas en el Luna Park hacia finales de los años '70 y comienzos de los '80.
Palma campeón del mundo
“Dios existe y siempre ha estado conmigo y aún hoy con todas las adversidades que enfrento. ¡Amo a Dios! Le agradezco la vida que viene dándome hace 64 años, mis afectos, mis hijos, y querría ser merecedor del tiempo que me queda y de la sabiduría para ser una mejor persona”.
Así escribe Palma pese a las dificultades que conlleva el endurecimiento gradual de su cuerpo en general y de los dedos de las manos en particular.
Sí, Palma escribe por WhatsApp. Y por esa vía transcurre una entrevista hecha en diferentes tramos. La primera interrupción obedeció a un quiebre emocional (la reacción a una pregunta acerca de los 40 años que el 9 de agosto se cumplirán desde la conquista del campeonato mundial supergallo), la segunda por una caída que le provocó una herida cortante en la cabeza y demandó que su esposa lo llevara a la sala de urgencias de un hospital y las otras por repentinos momentos de cansancio profundo.
“A veces duerme horas y horas sin parar, y su lucidez tiene días y días”, refiere Orieta, la fiel compañera de Palma en el departamento de dos ambientes que alquilaron en el centro de Miramar y del que salen- con el otrora guerrero de los rings en una silla de ruedas- hacia los consabidos controles médicos o simplemente a disfrutar de los atardeceres del verano.