qManuel Peyrou formó parte de una de las cofradías más prestigiosas de la literatura argentina. Se codeaba con Borges, Bioy Casares y los demás integrantes del grupo Sur.
qManuel Peyrou formó parte de una de las cofradías más prestigiosas de la literatura argentina. Se codeaba con Borges, Bioy Casares y los demás integrantes del grupo Sur.
Fue aquilatando su pluma en medios periodísticas de diversa índole como Los Anales de Buenos Aires (revista dirigida por Borges) y los diarios La Prensa y Crítica. A los 42 años publicó su primer libro de cuentos, La espada dormida (1944). Tiempo después, su novela El estruendo de las rosas (1948), terminó consagrándolo como autor de relatos policiales.
Las tramas fantásticas, costumbristas y de misterio completaron una producción de reconocida calidad y perdurabilidad. Todo lo cual hace aún más inexplicable que fuera desapareciendo paulatinamente del mercado literario.
Peyrou, en efecto, ha ostentado, hasta hace poco, el atributo de escritor injustamente olvidado.
Ya no lo es, en estos días, gracias a Héctor María Monacci, docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, quien se empeñó, como fiel y ávido lector, en rescatar toda la obra publicada y la que permanecía dispersa de su admirado Manuel Peyrou.
Completó la titánica y valiente tarea la editorial Libros del Zorzal que, durante la crisis del coronavirus, lanzó diez volúmenes compilando la producción del escritor. Una proeza cultural para aplaudir de pie.
Héctor Monacci, en diálogo con el programa La Conversación de Radio Nihuil, explica algunas claves de esta verdadera patriada.
-Suponemos que te habrá dado mucha satisfacción, Héctor, el ser parte de este encomiable proyecto editorial de largo aliento.
-Absolutamente. Satisfacción y placer son palabras clave acá.
-¿Por qué?
-Porque me volví a acercar como lector a Manuel Peyrou, en primer lugar. Y la clave, como decía, es el placer que me produjo; además de recuperar la sorpresa de su relativa desaparición del panorama literario. Mejor dicho, desaparición del panorama editorial; del literario es más difícil, porque siempre quedan lectores fieles.
-¿Qué alternativa les fue quedando a esos lectores fieles?
-La compra de ejemplares de segunda mano o recurrir a librerías de calle Corrientes. Ese era el mecanismo que quedaba a mano antes de este acto de valentía de Libros del Zorzal de emprender, en plena pandemia, la publicación múltiple. Es decir, recuperar la obra entera e, incluso, parte de la obra no publicada.
-Peyrou, además de la calidad de su pluma, cultivaba géneros populares como el policial o el fantástico. O sea, no era un escritor secreto ni de culto. ¿Por qué autores como él desaparecen de escena?
-No tengo una respuesta segura a eso. Me parece que las fuerzas del universo conspiran contra la permanencia de los autores en general. Se necesita, para mantenerse en el candelero, que haya esto: edición continuada, reedición, programas de radio que lo rescaten, lectores interesados que lo promuevan. Es el mejor de los resultados posibles desde este punto de vista: tenés por descubrir a un autor que, en su momento, tuvo una fama…
-…ligada a Borges.
-Claro. La cumbre es Borges. Y estar cerca de Borges puede que signifique quedar a la sombra de Borges. Pero, sí, Peyrou era un hombre famoso y efectivamente transitó por géneros populares, fáciles de leer, de mucho consumo.
-Como el policial, según veníamos diciendo.
-La explosión del policial argentino en la década del treinta en torno de la Revista Multicolor del diario Crítica y de las revistas literarias en general y, después, a la publicación de libros de cuentos o novelas policiales, significó un boom de consumo. Así que estuvo lejos de ser un autor secreto. Pero pasó a ser eso con el tiempo.
-En lo estrictamente personal, ¿qué te motivó a dar esta pelea hasta lograr la publicación de los diez libros de Peyrou?
-Me acerqué como lector, como dije. Por ejemplo, “La noche repetida” es un cuento que tiene el reconocimiento explícito del propio Borges. Decía que era el único cuento que lo hacía llorar. Es un autor que consigue tal elogio, no por haber sido amigo de Borges, sino que es un elogio sincero. O sea, estás ante un autor que tiene un manejo del lenguaje, de la pintura de personajes, de las tramas, de gran nivel. Por lo tanto, siendo un gran escritor, es un poco misterioso cómo puede desaparecer, salvo para los iniciados.
-¿Y cómo fue que lo trajiste de vuelta? ¿Cómo se te ocurrió? Lo tuyo parece, también, una historia de Peyrou.
-Empecé a leerlo. Yo tenía un par de libros suyos en mi biblioteca, heredados de mi padre; una novela y un volumen de cuentos, además de relatos sueltos en antologías. Me puse a comprar los que me faltaban. Los devoré. Y, ahí, la idea surgía sola. Me dije: esto merece ser leído nuevamente de manera masiva y no con las dificultades de un escaso mercado de segunda mano.
-¿Cómo siguió la cosa, a partir de ahí?
-Lo difícil era encontrar una editorial que tuviera, en 2020, la valentía de animarse con un proyecto tan importante.
-Libros del Zorzal la tuvo. Y con una factura estupenda en la edición.
-Los diez libros están fantásticos. Lo que hizo la editorial le agrega al valor literario de Manuel Peyrou muchos otros valores. Es una maravilla para tener en las manos: el papel, la diagramación, las tapas, las ilustraciones…
-Peyrou falleció en los setenta y hoy no es muy conocido. ¿Cómo se hace para introducirlo entre los jóvenes?
-Lo mejor que pueden hacer es intentar de a poco. Para un lector casual y que se acerca por primera vez, recomendaría los cuentos, naturalmente, como la gran vía de entrada. La lectura de largo aliento, como es una novela, supone ya un lector ávido.
-Por otra parte, en los cuentos Peyrou cultiva géneros populares, como veníamos subrayando.
-Creo que los cuentos policiales a todos nos gustan, de algún modo. Después, hay otros que, no siendo policiales, están dentro del mejor nivel de lo que se haya escrito en la Argentina: cuentos fantásticos o costumbristas que lo ponen en ese nivel.
-Las novelas también tienen sus particularidades específicas, ¿no?
-Las novelas presentan otro tipo de placer. Hay en ellas una manera muy especial de Peyrou de revivir la ciudad de Buenos Aires. Él era un porteño recalcitrante, que vivía y se movía por el centro. Estaba muy en la calle y era muy realista en sus descripciones.
-O sea, lo suyo era una manera de ser y de escribir.
-Según una teoría que desarrolló en la etapa de su madurez, no había que escribir de lo que uno no sabía y no conocía. Al parecer, recorría los lugares y se preciaba de que sus descripciones eran como fotografías.
-Tuvo, también, otras inquietudes, además de las literarias.
-Describió, a la vez, el clima político de la época. Era un autor muy crítico de todo lo que invadiera la libertad individual. Fue muy crítico del peronismo, de los regímenes dictatoriales, de cierta clase alta y snob…
-Y hasta de la Iglesia.
-Muy crítico de la Iglesia, totalmente. Es decir, era un personaje muy particular, muy señorón, con un manejo del humor y la inteligencia, al mismo tiempo. Digo esto para no asociar al señorón con la cosa vetusta, caduca.
-Claro. Hay novelas, como Las leyes del juego, en donde el peronismo está omnipresente durante todo el relato.
-La crítica que Peyrou hace en materia de política argentina incluye al peronismo, pero es más amplia que el peronismo. Creo que se fue desencantando. El siglo XX en la Argentina ha sido difícil, al menos en la segunda mitad. Pero, para un hombre que se sentía partidario de la libertad y demócrata, había, sí, mucho para criticar.
-Cuando uno lee que a Peyrou lo consideran “el Chesterton argentino”, no sabemos si corresponde. ¿Cuál es tu opinión?
-Entiendo porqué lo dicen, pero yo mismo tampoco lo diría. Lo que hay ahí, dentro del género policial, es la figura y la función del detective, el padre Brown y todo eso. Pero se agota rápidamente. Y, por otro lado, desde el punto de vista de los defensores de Peyrou, es empobrecedora esa comparación.
-¿Por qué?
-Porque él empezó siendo un escritor que trasladó el policial de origen anglosajón, pues su primer detective es un británico argentino. Pero después evolucionó.
-¿Hacia dónde evolucionó?
-Creó un género policial propiamente argentino, sino propiamente porteño, incluso, porque esa era su tendencia natural. Entonces, plantearlo como “el” Chesterton es como dejarlo en un papel de maniquí. Y no. Fue un hombre creador, dentro del género también.
-Además, alejado de cierto aire santurrón que tiene Chesterton.
-Absolutamente. En ese punto es el polo opuesto, sin duda. Era un crítico mordaz de algunos aspectos de la religión.
-Otro rasgo significativo es el papel central que ocupaban los diarios en este tipo de autores. Roberto Arlt, Borges, etcétera, escribían y publicaban ahí. Ni qué hablar, años atrás, de Sarmiento y compañía. Hablamos de la raza de los periodistas escritores. Parece difícil que hoy subsista esta relación, ¿no?
-Claro. Me parece que la prensa, en su momento, tenía dos papeles difíciles de reemplazar y es difícil que vuelvan. Uno, la condición de escuela. Eran escuela de redactores, de escritores. La gente que trabajó cerca de Peyrou en su vertiente de hombre de prensa siempre destacó la absoluta profesionalidad con la que se manejaba. Eso tiene que haber sido para él y para centenares de otros, una escuela que los acercaba al dominio de una herramienta que, después, servía para la literatura.
-¿Cuál es el segundo papel?
-Un fenómeno muy interesante. Si vos trabajás en un diario sensacionalista de la década del treinta, en la sección de policiales, ¿a qué distancia estás de ser un escritor de cuentos del género? Estás ahí. A la vuelta de la esquina.
-Una escuela con los trabajos prácticos incluidos.
-Es que estás mezclando datos de crímenes reales con lo que vas a aprovechar para los argumentos de tus cuentos. Digamos, estás aprovechando no solo la escuela de estilo y un modo de comunicar, sino, también, las historias.
-Aparte, tenía a su disposición un medio ideal.
-En el diario Crítica, como decíamos, ese suplemento, la Revista Multicolor de los Sábados, era un experimento gráficamente rompedor, vanguardista y, desde el punto de vista comercial, masivo.
-Tenían un gran peso dentro de la sociedad que hoy se ha perdido.
-A mí me tocó, en uno de esos momentos tristes de la vida, tirar material que mi padre había guardado durante décadas. En las cajas encontré suplementos que publicaba, especialmente, la revista Billiken y que se usaban en el marco de la escuela. Ahí estaba también el poder de la industria editorial argentina aprovechado de otras maneras. O sea, había allí una riqueza anexa. Por lo tanto, sí, todo eso era una escuela para la literatura y una escuela para la vida en general.
-No sabemos si hoy el fenómeno pervive, pero, al menos, hay escritores que siguen publicando buenos textos en los periódicos, así sea en su versión digital, como Pérez Reverte, Rosa Montero, Javier Marías…
-No estoy seguro. Pero, mirá. Hay un sobrino de Peyrou, Oscar Peyrou, que vive en España. Fue un compañero de relectura de la obra de su tío y de análisis de todo el texto. Son unas dos mil páginas las que hemos leído juntos antes de que interviniera la editorial.
-¿A qué se dedica Oscar?
-Es un autor publicado. Escribe cuentos, pero es un crítico de cine, cosa que también fue su tío.
-Todo esto enmarca, como decíamos, la relación entre la labor periodística y la literaria de muchos autores.
-Ahí tenés un ida y vuelta, muy propiamente argentino, por otra parte. Ateniéndonos solo a lo publicado, Manuel Peyrou empezó con colaboraciones en la prensa y, bastante después, pasó a sacar libros en editoriales. Ya tenía 42 años cuando publicó su primer libro.
-Peyrou pertenece a un grupo de alta alcurnia literaria y, como Borges, en algún momento deriva su literatura hacia el malevaje o el cuchillero porteño. ¿Cómo influye la época, la década infame, etcétera, en personajes como él?
-Es interesante. No lo había pensado. Es cierto que esos jóvenes que son, más o menos, de la generación de Borges, cuando se acercan a un género tan popular como el del malevo, el de las orillas, el del policial, están haciendo algo muy especial. Pero no llegan desde la posición de autores consagrados.
-Claro, eso vendría mucho después.
-Con Borges se termina construyendo una especie de prócer de la literatura argentina, que corre el riesgo hasta de ser una figura aburrida capaz de escribir cuentos de altura descomunal, llenos de filosofía, de referencias cultas, de mitologías, de un manejo brillante del lenguaje y de todo lo demás. Pero la obra estrictamente policial es más temprana en ambos autores. Era la literatura que les divertía en ese momento. Hay mucho de lúdico ahí.
-Otro rasgo notable de Peyrou es la descripción tan precisa y elocuente de los personajes. Lo hace con breves pinceladas de infrecuente brillantez.
-Aquí se ven dos cosas. Primero, que es un placer leerlo. Y el origen de ese placer es la inteligencia aplicada al humor. La síntesis en tres o cuatro palabras te permite imaginar al personaje, identificarlo con alguna experiencia tuya y te mete de lleno, te lleva de las narices al argumento. Eso es un don. Pocos autores brindan una lectura tan placentera.