Análisis y Opinión

Suarez, el que no tiene acento ni arritmia, pero que en cambio te emboca el 50% de los votos

El espaldarazo a su gestión que recibió el gobernador Suarez debería hacerle recordar que los triunfos suelen venir con un lado B que nos desubica

Le han achacado ser un opaco y gris gobernador de Mendoza. Han dicho que no es un gran orador ni tampoco un marketinero político. Ni siquiera tiene acento en su apellido como la mayoría de los Suárez que en el mundo son; y ahora, además, ya no posee ni arritmia.

Sin embargo este domingo 14 de noviembre los mendocinos plebiscitaron su gestión y le zamparon a Rodolfo Suarez el 50% de los votos en las elecciones legislativas como diciéndole, tomá para que tengas. Lo cual, como siempre ocurre con un triunfo, viene con su lado B incorporado: el del posible fracaso por marearse y no llegar a comprender la responsabilidad que implica ese espaldarazo ciudadano.

¿Y qué se supone que tiene este hombre? Digamos que le han visto decoro institucional. Ya sé, suena aparatoso. Pero ocurre que "decorum" es una palabra latina que se traduce como "lo apropiado". Por eso la usamos. Suarez tiene, y lleva con cierta naturalidad, eso de ser un mendocino tipo. Un espécimen que mezcla lo mejor del conservador y del progresista. Sin los dogmas jodidos de uno u otro.

Un empeñoso

Suarez no es un estadista, pero tampoco un badulaque. Es, sí, un empeñoso, y tiene claro lo que hay que hacer y hacia dónde debemos ir. Está seguro de que hay que abrir y hacer competitiva la economía de Mendoza y conectarla aún más con el orbe. ¿Podría no ser así siendo que somos una de las grandes capitales del vino del mundo?

Es parte del juego republicano que el político expectante tenga opositores. En este caso particular se le agrega que es un gobernador que no acepta relatos apolillados cercanos a ideas autoritarias y populistas. Y, sobre todo, un mandatario que supo enfrentar con altura y respeto institucional al Presidente Alberto Fernández y marcarle las diferencias en relación al manejo equivocado que se estaba haciendo de la pandemia en detrimento de la economía y de la educación.

"En Mendoza -dijo anoche tras el triunfo- supimos coordinar la salud afectando lo menos posible la economía, igual que en la ecuación entre educación y la salud, y entre la libertad y la salud". He ahí uno de los motivos por los cuales le ganó por el doble de los votos a un desorientado peronismo provincial, que dirige una kirchnerista en una de las provincias menos kirchneristas del país.

La Anabel

Aflojemos un cacho con él y vayamos a la que fue su contracara, Anabel Fernández Sagasti, la presidenta del peronismo mendocino y senadora nacional kirchnerista, la gran perdedora de estas elecciones en Mendoza.

¿Por qué perdió por tercera vez Sagasti una elección en Mendoza? Simple y clara como el agua: porque buena parte de la ciudadanía no la siente como representante mendocina. Le cuesta conectar con ella. No cree que represente los intereses de Mendoza porque sabe que es una creación de Cristina Kirchneer y no de la realidad mendocina.

De ser una desconocida, Sagasti, recién recibida de abogada, pasó a militar en La Cámpora donde Cristina la fichó como futura dirigenta. No hizo carrera a la manera de otros políticos. No escaló por mérito propio. Siempre fue arrullada por las mieles de Cristina. De la nada, fue diputada nacional porque Cristina dispuso que debía ir en primer término en la lista del peronismo mendocino.

Los peronistas menducos se tragaron el sapo. Y de esa misma forma fue senadora nacional y ahora lo volverá a ser por otro período porque otra vez iba en primer término en la lista en este 14 de noviembre, por más que en 2019 había perdido con amplitud la gobernación a manos de Suarez.

Ahí te quiero ver

Habrá que verla actuar a Sagasti en el nuevo Senado en el que Cristina ya no tendrá el control de la Cámara y donde ahora ya no poseerán quórum propio para sesionar, algo que no ocurría desde el retorno a la democracia en 1983. Ahora que el peronismo no logra ganar ni reunificado, Anabel, sin corset, quizás pueda demostrar mejor su valía.

"El triunfo y el desastre, esos dos impostores", nos enseñó Borges parafraseando a Kipling. El triunfador Suarez no debería envanecerse con los laureles del 50% sino asumir una doble responsabilidad. Y la perdedora Sagasti tendría que repensar el ingrato ejercicio de responder ciegamente a un apellido.