Análisis y opinión

Fernández Díaz y su historia de mil páginas: "Mi intención es generar una épica republicana"

El escritor y periodista Jorge Fernández Díaz ahora publicó "Una histora argentina en tiempo real". Allí explica sus ideas sobre el país y deja importantes definiciones

La trayectoria de Jorge Fernández Díaz es lo suficientemente calificada como para haberlo hecho acreedor, en 2016, entre otras distinciones, a un puesto en la Academia Argentina de Letras.

Ocupa allí el sillón Juan Bautista Alberdi.

Como movido por el soplo pionero del autor de Bases, texto fundacional de la Constitución argentina, Fernández Díaz se enfrascó en una cruzada de largo aliento. Una cruzada, se entiende, de la pluma, no de la espada.

Le llevó una década producir y reunir los textos que conforman Una historia argentina en tiempo real, que subtitula como Apuntes sobre la colonización populista y la resistencia republicana.

Están ahí sus ideas sobre el país, sobre su propia trayectoria jalonada de avances y retrocesos, su profundo conocimiento de los personajes y hechos que describe, valora, encomia o reprueba.

Lo define como una tarea épica. Siguiendo la huella de ensayistas argentinos como Jorge Abelardo Ramos y Juan José Sebreli. Creció leyéndolos. También a Scalabrini Ortiz, Jauretche, Puiggrós, Hernández Arregui.

Lo que sigue es fruto de la charla de Fernández Díaz con el programa La Conversación de Radio Nihuil. Pero el material no está vertido en forma de entrevista.

Contrariando las normas del periodismo digital del momento, que indican textos breves, ágiles, para abrir y cerrar rápido, para cliquear nerviosamente, podrán leer cada párrafo como una sucesión de monólogos con sentido propio. Respetando el ritmo del entrevistado, su propio fluir de la conciencia; hasta sus repeticiones, que le dan otra elocuencia al mensaje.

Algo así como un documento que vale la pena guardar.

Estamos en otro 2001

“Gracias por interesarse siempre por mi obra en general y por esta en particular, que llevo escribiendo casi diez años. Trata sobre lo colectivo, pero tiene tantas cosas personales. Es un libro que alude a mi familia, a mi historia, a mis amigos perdidos, a mis sufrimientos con la Argentina y con la política. También alude a tantos asuntos que nos cambiaron la vida, creo yo para mal, en los últimos años. Yo recordaba cómo nos hicimos los giles con que cumplimos veinte años del 2001. Las efemérides redondas son muy importantes. Eludimos que hace veinte años creíamos haber tocado fondo. Había una diáspora. Una gran desesperanza. Una partida, un éxodo de gente. Veinte años después, ¿qué es lo que pasó? Estamos en otro 2001, diría de otras características un poco más graves; menos tétricamente vistosas, en el sentido de explosiones y esas cosas, pero de implosión”.

Nunca probamos ser un país normal

Le planteamos a Fernández Díaz que su libro produce una gran desazón, sobre todo al leer la primera parte, cuando se vislumbra un fin de ciclo y, sin embargo, varios años después todo parece repetirse, seguir igual.

“No era mi intención. Mi intención era, primero, escribir una historia comentada en tiempo real; y, segundo, generar una épica republicana. Yo, al revés de muchos dirigentes de la oposición, creo que la Argentina llegó tan bajo que la única manera de salir es con épica, es con héroes, es con republicanismo y democracia; algo que nunca probamos los argentinos. Hemos probado un montón de cosas, pero nunca probamos ser un país normal. Y yo lo hago desde el dolor porque, la verdad, tengo 60 años, podría haberme ido a vivir a otro país. Por suerte, me ha ido bien; pero siento que tengo un compromiso. Un compromiso que va más allá, incluso, de lo meramente profesional del periodismo. Es un compromiso con ser argentino, algo que me costó mucho porque soy la primera persona de mi familia que no es española. Mis padres eran asturianos y ser argentino no fue fácil para mí”.

Un contrarrelato contra la decadencia

Como cuenta en la quinta parte del libro, fue Verónica, su mujer, quien le dio la clave para no irse del país: ‘Porque no estamos solos’.

“Hemos estado charlando sobre las esperanzas y las desesperanzas en programas de radio. La desesperanza es algo que surge ahora en todas las encuestas cualitativas. Una enorme desesperanza en la sociedad argentina. Y yo tengo esperanza. Me preguntan por qué. Bueno, todas las movilizaciones impresionantes, la reacción en la calle de la gente a la que no manejan los partidos políticos en los últimos dos años, son como diez 17 de Octubre, solo que no han tenido ni la prensa ni han tenido los escritores que las mitificaran y exageraran como sí hicieron con esa fecha. Y esa gente, ¿qué busca? Bueno, esa gente de derecha, de izquierda, de centro, liberal, socialdemócrata, independiente, peronistas algunos, radicales… ¿qué quiere? Quiere un país normal. Y, para ellos, un país normal es una democracia donde el juego, por lo menos, sea un juego de a dos; donde haya un progresismo que quiera progresar, donde haya desarrollo, donde se termine con todas estas estupideces que nos trajeron a esta decadencia. Recuerdo en el libro que en 1973 yo tenía 13 años. El país tenía 3% de pobreza, pleno empleo, el índice Gini de desigualdad de Dinamarca… Yo jugaba al fútbol con los chicos de la Villa Dorrego. No había paco, no había violencia. ¿Qué pasó desde entonces? No estoy hablando de los míticos 1910, 1920, cuando estábamos entre las ocho potencias del mundo. Arriba, había desgracias. Había dictaduras, proscripción del peronismo, se estaba cocinando el crimen político de los 70 y la lucha armada; pero, abajo, había todavía un país bueno. Había una cultura del trabajo, un amor por las reglas, una idea de progresar verdaderamente. Todo eso fue devastado. Yo creo que escribí este libro porque quiero hacer un contrarrelato del gran relato por entregas que nos llevó a la decadencia. Quería explicarlo brevemente. Creo que los escritores políticos fueron los que construyeron la estabilidad después de las guerras intestinas en el siglo XIX. Mitre, Sarmiento, Alberdi, Hernández, que era federal, son los que construyen un mito fundante de la Argentina. Y en el siglo XX también intervienen los escritores políticos de una manera decisiva. Si en el ‘55 no hubiera habido una serie de escritores nacionalistas y marxistas que reescribieron el fenómeno, el peronismo sería como el varguismo de Brasil. Hubiera quedado en el tiempo. No hubiera continuado. Pero ahí estaban John William Cooke, Hernández Arregui, Jauretche, quien va y le dice Scalabrini Ortiz, en el cementerio: ‘Podés morir tranquilo porque lo que nosotros inventamos en 1930 hoy es el lenguaje de la política’, aceptando que un grupo de escritores que habían reescrito a Perón, a Evita, habían construido un argumentario, es decir, un conjunto de argumentos con los cuales se manejaba toda la política. Cuando digo toda, digo el peronismo, el antiperonismo. Todos. Finalmente, ese relato se explaya en los 70, luego maneja la posdictadura y se institucionaliza con el kirchnerismo a través de los medios públicos; en las escuelas, donde hay adoctrinamientos; en muchas de las facultades, donde es una idea hegemónica; y se convierte en una especie de sentido común. Ese sentido común es terrible porque cuando le enseñás a un chico de 10 años que si él no tiene algo es porque se lo sacó alguien; que salir a venderle al mundo es entregar la patria; cuando le enseñás a un chico que están los patriotas y los cipayos… O sea, hay una serie de relatos que nos trajeron a esta desgracia. Y hay que hacer un contrarrelato. ¡Por eso escribí mil páginas! No creo que yo pueda hacerlo, solamente. Se necesitan muchos más escritores talentosos que lo intenten”.

Cristina, la conservadora progre

Se le plantea a Fernández Día que, con este volumen tan ambicioso, se estás inscribiendo en esa tradición tan fecunda que integran los Scalabrini Ortiz, Jauretche, etcétera. De todos aquellos que nos fueron ayudando a reflexionar sobre la Argentina.

“Sería muy pretencioso de mi parte llegar a ese punto. Eso solo lo terminan decidiendo los lectores. A todos esos los había leído a los 20 años, cuando le rompí el corazón a mi padre y me fui a la izquierda nacional. Muchos hijos de inmigrantes, para ser rápidamente argentinos, entramos por el nacionalismo. Ese fenómeno no es solo nuestro, ocurre en muchos lados. Una gran equivocación. El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando y se cura leyendo. Lo que me impacta es que el kirchnerismo es una cuestión personal para mí, desde todo punto de vista; primero, porque ataca la épica inmigrante. La ataca permanentemente. Eso está en los libros y en las acciones. Segundo, porque Cristina Kirchner tiene una abuela paterna de la cual habla seguido. Es una asturiana, Amparo Fernández, que nació en una aldea cercana a la de mi padre y era quien la cuestionaba a Cristina en la familia; quien le decía: ‘Ustedes tienen la tutela del Estado. ¡Yo vine con una mano atrás y otra adelante! Yo, con el esfuerzo, con la cultura del trabajo, del desarrollo y de salir adelante. Y ustedes no creen en eso’. Cristina reconoce, en muchos lados, que esa era la mujer que la desafiaba y que se vivía una grieta en el living de su casa. Y es por eso que Cristina, como no fue a terapia nunca, nunca pudo resolver la idea de hacer política sin conflicto; porque el conflicto estaba en su casa, la grieta estaba en su casa. Y ella toma partido por los otros, por su madre, que era una gremialista; por su abuelo, que era un conservador popular. Yo creo que Cristina es una conservadora popular con una recubierta falsamente progre”.

Alberto se encontró un billete de lotería

Nueva inquietud. Habiéndolo tratado mucho a Alberto Fernández, ¿cómo se entiende su fenomenal viraje político? Parece otra persona, otro político.

Entre todos los que entendimos que el peronismo se había convertido en lo que combatía estaba Alberto Fernández, que fue para mí un interlocutor importante para este libro. Es decir, durante ocho años discutí ideología semanalmente con él. Y Alberto estaba de acuerdo conmigo en todo. En una discusión permanente hemos llegado a las mismas conclusiones. Por supuesto, Alberto Fernández pegó un salto, cambió de vuelta y ahora descree de lo que creía hace un ratito nomás, que es una de sus características. Lo único que puedo decir es algo humano. A él jamás se le pasó por la cabeza -ni a él ni a nadie que yo conozca- que podía ser presidente de la República. Alguien sin carisma, que era un operador político, no estaba para eso. Es alguien que iba caminando por la calle y se encontró con un billete de lotería. Y eso lo cegó completamente, porque él era muy lúcido en cuanto a aceptar que, si Cristina Kichner iba de segunda y manipulaba desde su casa el poder, era una catástrofe. Lo tenía completamente claro. Aun así, la ambición pudo más que esa lucidez. Y, bueno, tenemos los resultados a la vista”.

Tenemos los dirigentes que la sociedad construyyó

Pregunta de base: ¿por qué producimos políticos de tan bajo nivel en los últimos años en la Argentina?

“Yo podría ser demagogo y denostar a la clase política argentina. Sería muy fácil. Sin embargo, es más difícil lo que voy a decir ahora. Los dirigentes son un reflejo de la sociedad. El problema, como muchas veces lo cuenta Sebreli, es la sociedad argentina, que ha sido acomodaticia, muy banal. Por supuesto, estoy haciendo generalizaciones. Hay una parte muy activa y yo defiendo profundamente lo que hace. Pero, bueno, ha sido pervertida por el populismo. Hubo un momento en que el gas, la luz, tenían tarifas irrisorias. Un café costaba lo mismo que la luz. Y los ciudadanos de todas las clases sociales creyeron que esa irrealidad completa era para siempre. Por eso digo: hay una negación profunda de la sociedad como, por ejemplo, que no nos importe el déficit fiscal porque eso es neoliberal. La sociedad ha sido moldeada por esta cárcel mental, por este gran relato que se fue construyendo, por etapas, desde el ’40 a la fecha. Pero, a la vez, la sociedad se ha dejado moldear. Se ha dejado melonear. Es el huevo y la gallina, entonces. Por lo tanto, tenemos los dirigentes que la sociedad construyó. La pregunta es por qué ocurrió esto. Y cómo cambiarlo. Porque si el kirchnerismo nos hubiera llevado a una prosperidad, quizá estaríamos discutiendo la libertad, en todo caso, como se discute en Rusia”.

Las nuevas dictaduras y la Argentina de dos almas

En una reciente entrevista con Héctor Guyot en La Conversación se planteó un asunto similar: ¿cómo esperanzarse con un reverdecer republicano en un país históricamente más propenso al caudillismo y a los regímenes poco respetuosos de las reglas democráticas e institucionales?

“Mirando la historia, estamos perdidos. Pero me parece que es lo nuevo, precisamente. Dice Luis Alberto Romero, gran historiador argentino, que solamente se puede considerar que hemos practicado la democracia republicana, que es la que permitió la prosperidad en grandes países, un año o un año y medio desde el ’83 en adelante, porque luego Alfonsín fue jaqueado por los poderes fácticos que había. Ahora lo que está en juego es esto. Hoy uno mira con asombro lo que voy a decir. En el siglo XX, las dictaduras eran con sesgo de derecha, porque eran dictaduras militares. Es decir, que el autoritarismo se imponía con las armas y el progresismo era el que luchaba contra eso. El paradigma eran Videla, Pinochet, etcétera, los tiranos de la literatura latinoamericana. Sin embargo, en el siglo XXI empieza una nueva tiranía con otro sesgo. Creo que el paradigma son Venezuela o Nicaragua, de esos que llegan a través de los mecanismos democráticos del sufragio y desde adentro liman las instituciones, se van quedando con todo y construyen autocracias. Esas son las nuevas dictaduras. Son dictaduras populares, como se decía en la década del 50. Por eso digo, ¿qué es ser progresista hoy? Sigue siendo luchar contra los que tienen todo el poder. Entonces, han cambiado las coordenadas del siglo XX al siglo XXI. Y claro que está acechada la llamada democracia liberal, que nosotros no practicamos nunca. La acechan estos experimentos, estos regímenes que conocemos bien porque el peronismo ha querido imponerlos. Una parte de él, porque hay otra parte del peronismo que se ha modernizado, ha cambiado y tiene pulsiones republicanas. Yo cuento en el libro que la Argentina, después de tanto tiempo, uno puede decir que tiene dos almas. Un alma cosmopolita, que cree en el mercado, en salir a exportar al mundo. Hay otra alma que no cree en el mercado sino en el Estado, que es más endogámica, que cree en el vivir con lo nuestro. Esas dos almas existen y no puede ser que una someta a la otra. Debemos pensar que las dos almas tienen que convivir. Y la única manera de hacerlo es a través de un sistema democrático de alternancias”.

La patria y la antipatria, la argentinidad y los cipayos

Después de las gestiones fallidas de Frondizi, Illia, Alfonsín y De la Rúa, con la salvedad de Macri que excepcionalmente logró culminar el mandato, uno se pregunta si la única alternativa no será el peronismo republicano. En el libro, por ejemplo, se elogia a Pilo Bordón. ¿Con cuántos Pilo Bordón cuenta el peronismo?

“Siempre el peronismo elige a los canallas, como esas mujeres que les gustan los hombres malos. Pero, sí, los Pilo Bordón son importantes para esa convivencia y esa alternancia. Porque esto se hace de a dos. El que quiera hacerlo de a uno, que un alma se imponga sobre la otra; el que no reconozca que hay dos Argentinas, como hay dos Españas, como decía Machado… Esas dos Españas fueron a una guerra fratricida y llegaron a la conclusión, en la transición, de que tenían que cortar los extremos y llegar a un entendimiento. Y ese entendimiento fue el principio de la prosperidad más grande que vivió España en toda su historia moderna. Ahí hay una lección muy importante para nosotros. Pero el kirchnerismo no quiere eso. Cuando entrás en ese peronismo nacionalista -y lo digo por una vieja experiencia-, lo primero que te dicen es que vos sos la patria y el otro la antipatria. Partiendo de ese asunto, vos sos la argentinidad y los demás son cipayos, o sea, gente que trabaja para los intereses de otras nacionales. Fijémonos la gravedad de la acepción de la palabra cipayo que está en el Diccionario de la Lengua de la Argentina. Es un insulto, una injuria; una calumnia, por otra parte, naturalizada en la Argentina. Eso está también en la teoría de (Ernesto) Laclau, que era un militante de Jorge Abelardo Ramos. Se fue a España, estudió a Lacan, resucitó a Carl Schmitt y lo que hizo fue proponer una nueva democracia, que ellos llaman democracia hegemónica, y que no es democracia porque manda uno solo, el partido único. Y termina siendo dinástica porque pertenece, en general, a una familia. Fijate que el gran proyecto kirchnerista era: primero va Néstor, después Cristina, después Néstor y después Cristina. Como Néstor muere, ahora el proyecto es Máximo Kirchner. No hay ninguna modernidad ahí. Es algo rancio y una amenaza permanente y autoritaria. La idea de dividir a la Argentina en dos, colocando a los buenos de un lado y a los malos del otro, es algo muy estudiado. Y algo deliberado. Estamos viendo cosas muy deliberadas. Por ejemplo, si vos criticás al kirchnerismo, sos el odio. Ese es un viejo truco creado por los estalinistas y reciclado en Cuba. Cuba es el gran laboratorio que le da argumentario ahora a toda la izquierda latinoamericana; que ni siquiera es de izquierda, pero, bueno, llamémosla así. Nada, salvo los bloopers del Presidente, es improvisado de lo que está sucediendo”.

Cortázar, casa tomda y la obligación de no irse

Hay encuestas que dicen que 7 de cada 10 jóvenes argentinos están pensando en abandonar al país. ¿Qué se puede decir?

“Es que nosotros hemos dinamitado la inversión. Otra cosa que hemos naturalizado es que podemos vivir con un cepo cambiario. ¡No hay país con un cepo cambiario! ¡No hay país con 50% de inflación! ¡Ni hay país con 50% de pobreza! Todo esto lo estamos viviendo ahora. Es un problema de arrastre que venimos trayendo. Producto de hacer, durante mucho tiempo, las cosas mal. Nosotros vamos contra la inversión. No queremos la inversión extranjera, no tenemos plata para la inversión nacional, no creemos en el desarrollo porque es neoliberal, el emprendedurismo es neoliberal. Sucede que estos muchachos que nos dirigen nunca han tenido que pagar sueldos, nunca han tenido que pagar una boleta de luz. Entonces hacen una ley, supuestamente en favor de los inquilinos, y terminan perjudicándolos. Le ponen un cepo a la carne y sube la carne. O sea, ¡no entienden nada! Y no entienden porque estuvieron toda su vida metidos, por lo menos, en el Estado y áreas circundantes. Algunos de ellos son megamillonarios. Y lo son por curros, no por iniciativa gestionaría. No es que hayan sido gerentes de empresas o cosas por el estilo. ¡Todos estos viven en un mundo irreal! No han trabajado jamás en el mundo real. No pueden crear un país real. Por lo tanto, vivimos esta realidad de cachivaches, uno tras otro, que nos lleva a la decadencia. Ellos han manipulado todo lo que han podido. Cuando yo tenía 20 nos enseñaban Casa tomada, ese cuento canónico de tres páginas que Cortázar escribe después de un sueño, durante el peronismo. ¿Qué hicieron estos muchachos del nacionalismo, del populismo? Dijeron: Cortázar escribió esto porque los dos hermanos que vivían en esa casa son oligarcas que se sienten invadidos por los cabecitas negras del peronismo que llegan a la ciudad. Recordemos que se trata de un relato fantástico en el cual fuerzas extrañas, unos fantasmas, van tomando la casa, cuarto por cuarto. Esa relectura es totalmente falsa. Yo hago la mía. Primero, que ambos hermanos no eran de ninguna manera oligarcas. Vivían de la renta de un campito. Como los Cortázar, eran de clase media alta, en todo caso. No tenían servidumbre, siquiera. No tenían nada. Segundo, lo que sentía Cortázar, y por eso se fue, es que el peronismo quería tomarlo todo: la cultura, el cine, la justicia… absolutamente todo. Te iba oprimiendo y te iba corriendo. Es muy interesante, porque el ‘vamos por todo’ es eso, tomarte la casa una parte por otra: tomar los jueces, los medios de comunicación, los empresarios, etcétera. ¿Cómo termina la historia? Que los hermanos salen a la calle, se rinden, tiran la llave, dejan la cosa tomada y se van. Uno tiene que entender bien ese cuento. Y no hay que irse de la casa tomada. Quizá se pueda hacer una experiencia en el exterior, pero, mental, políticamente, no irse de la casa. Tenemos una responsabilidad con esa casa. En esa casa tenemos que convivir todos. No nos pueden echar y no debemos irnos. Esta es mi posición. No juzgo a los que quieren irse, para nada”.