Análisis y opinión

Argentina nuclear para principiantes (y no tanto) II

La energía nuclear nació con hallazgos que cambiaron la ciencia. Argentina desarrolló su propio modelo. Aquí, una guía clara para entender cómo llegamos hasta hoy

Esta es la segunda entrega de una serie dedicada a explicar, ordenar y hacer accesible el sistema nuclear argentino, uno de los sectores más estratégicos y, al mismo tiempo, más desconocidos del país.

El objetivo es claro: ofrecer información precisa, pedagógica y seria sobre un entramado de instituciones, tecnologías, profesionales y decisiones que moldearon —y siguen moldeando— un capítulo central del desarrollo científico y tecnológico argentino.

Comprenderlo no es un ejercicio académico: es una necesidad pública.

Un descubrimiento que cambió todo

La energía nuclear nació de una observación tan simple como disruptiva: dentro de la materia hay una cantidad de energía miles de veces mayor que cualquier combustible conocido.

Ese hallazgo, a comienzos del siglo XX, transformó la física, alteró la política internacional y abrió la puerta a nuevas formas de producir electricidad.

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La producción de electricidad es fundamental y son fundamentales los cambios en las últimas décadas.

La producción de electricidad es fundamental y son fundamentales los cambios en las últimas décadas.

Hoy, en plena expansión de la inteligencia artificial y de los centros de datos, lo nuclear vuelve a cobrar protagonismo. No por nostalgia tecnológica, sino porque ofrece algo escaso y valioso: energía limpia, estable y disponible las 24 horas, un pilar esencial de la economía digital y de la transición energética global.

Pero antes de entender el presente, conviene detenerse en una pregunta elemental: ¿Qué es, en realidad, la energía nuclear?

Conceptos esenciales

La base del fenómeno es la radiactividad, un proceso natural por el cual ciertos átomos —como el uranio— liberan energía al desintegrarse. Esa energía existe en la Tierra desde siempre; no es un invento humano.

El segundo concepto clave es la fisión nuclear: cuando un átomo pesado se divide, libera una cantidad de energía gigantesca. Esa energía es millones de veces más densa que la de los combustibles fósiles y, lo más importante, no emite CO durante la operación.

Un reactor nuclear es una máquina diseñada para controlar ese proceso. No es una bomba, no puede explotar y está construido con múltiples sistemas redundantes capaces de regularlo o detenerlo.

Existen dos grandes tipos:

  • Reactores de potencia: producen electricidad ( como Atucha I, Atucha II, Embalse).
  • Reactores de investigación: producen radioisótopos médicos y forman recursos humanos (como el RA-3, y en el futuro el RA-10).

Comprender estos conceptos básicos es indispensable para apreciar el recorrido argentino.

Una historia breve del átomo

A fines del siglo XIX, Henri Becquerel descubre la radiactividad. Marie y Pierre Curie profundizan esos conocimientos, y en 1938 Otto Hahn, Fritz Strassmann y Lise Meitner explican la fisión nuclear, el punto de inflexión de toda esta historia.

En 1942, Enrico Fermi logra en Chicago la primera reacción nuclear controlada: había nacido el reactor.

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Átomos. La fisión nuclear, el punto de inflexión de toda esta historia

Átomos. La fisión nuclear, el punto de inflexión de toda esta historia

Tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional comprendió que la tecnología nuclear requería cooperación y reglas claras.

El discurso “Átomos para la Paz” (1953) impulsó la creación del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), en 1957, que hasta hoy supervisa y fortalece el uso pacífico de la energía nuclear.

Durante las décadas siguientes, decenas de países adoptaron la energía nuclear como fuente estable y de base para sus economías.

En paralelo, algunos países del hemisferio sur —como Argentina— iniciaron un camino propio.

La Argentina entra en escena

La historia nuclear argentina tiene un episodio previo que, aunque fallido, marcó un aprendizaje: el experimento de Ronald Richter en la Isla Huemul. En 1951, el gobierno anunció haber logrado la fusión nuclear controlada. La ciencia demostró luego que ese resultado nunca existió. El episodio no definió el programa argentino, pero sí reforzó una conclusión crucial: la energía nuclear exige instituciones serias, evidencia científica y profesionales altamente calificados.

Ese camino ya estaba en marcha con la creación, en 1950, de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA): la institución madre de todo el sistema.

En 1958, la Argentina puso en marcha el RA-1 “Enrico Fermi”, el primer reactor nuclear de América Latina y del hemisferio sur. Poco después creó el Instituto Balseiro, que formaría generaciones de físicos e ingenieros de prestigio internacional.

A partir de allí, el país desarrolló reactores de investigación que permitirían, más adelante, exportar tecnología nuclear —un privilegio de muy pocos— a través de INVAP.

En 1974 inauguró Atucha I, la primera central nuclear de América Latina, seguida por Embalse (1984) y Atucha II (2014).

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Las centrales nucleares de Atucha.

Las centrales nucleares de Atucha.

Lo singular del caso argentino no reside sólo en la ingeniería. Se sostiene en su continuidad institucional: CNEA, INVAP, Nucleoeléctrica Argentina, la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN) y áreas diplomáticas como la DIGAN mantuvieron, con profesionalismo, un sistema que atraviesa gobiernos, crisis y reconfiguraciones políticas.

Por eso Argentina ocupa hoy un lugar respetado en el mundo nuclear. No es una potencia, pero posee capacidades que la mayoría de los países no tiene.

Por qué la energía nuclear importa hoy

La electrificación global, la descarbonización y la demanda creciente de la inteligencia artificial están llevando la necesidad de energía a niveles inéditos. Cada centro de datos consume tanta electricidad como una ciudad pequeña y necesita energía continua.

En ese contexto, la energía nuclear recuperó legitimidad ambiental. El IPCC, la Agencia Internacional de Energía, la OCDE-NEA y numerosos institutos coinciden: sin nuclear, es prácticamente imposible alcanzar las metas climáticas.

La energía nuclear produce potencia, estabilidad y bajas emisiones en todo su ciclo de vida. Por eso hoy se la considera una energía de transición avalada por la ciencia.

A esto se suma la llegada de los reactores modulares pequeños (SMR), más flexibles, escalables y adecuados para polos industriales, hubs tecnológicos o zonas aisladas.

Reactor nuclear
Cada vez se incorporan mas pequeños reactores nucleares.

Cada vez se incorporan mas pequeños reactores nucleares.

Y aquí aparece la ventaja argentina: mientras el mundo discute cómo empezar, la Argentina ya opera centrales, exporta reactores de investigación y desarrolla proyectos como el ACR-300 (INVAP–Meitnerl).

La oportunidad existe, pero exige debates serios, asesoramiento real y evitar atajos discursivos.

Una conversación que recién empieza

Comprender la energía nuclear no es un lujo técnico: es entender cómo funciona uno de los pocos sectores capaces de generar valor, empleo calificado, prestigio internacional y soberanía bien entendida.

El sistema nuclear argentino no admite improvisaciones ni oportunismos. Hablar de su futuro exige información, responsabilidad y transparencia.

Porque detrás de cada reactor, cada laboratorio y cada profesional argentino hay una construcción colectiva que el país necesita defender.

Esta serie busca aportar claridad. Porque sólo con conocimiento se puede valorar lo que funciona, mejorar lo que falta y decidir hacia dónde queremos ir.

Y esto recién empieza: Argentina Nuclear para Principiantes (y no tanto) seguirá sumando nuevas entregas para explicar, con rigor y sin prejuicios, cada una de las piezas de este sistema estratégico.