La opción en Venezuela no tiene por qué ser un Bolsonaro. Para autoritarismo y mesianismo ya tiene demasiado con Nicolás Maduro, esa tierra de Simón Bolívar.

Tampoco es alternativa volver a un proyecto neoliberal. Ya su sufrido pueblo vivió la experiencia de los gobiernos oligárquicos y enajenantes.
Aquel cóctel de corrupción y exclusión estalló con el “Caracazo” a Carlos Andrés Pérez y propició las bases para el ascenso del militar Hugo Chavez Frías.

El presidente bolivariano fue incrementando el apoyo de los venezolanos al ritmo de la suba del precio del barril del crudo y con mejoras sociales en distintas capas de la población.

Por entonces, el valor de las commodities les dio un fuerte impulso a los gobiernos populistas de la región y un alivio distributivo a sus pueblos, aunque insuficiente para sacarlos de la pobreza.

Ya cuando los vientos dejaron de empujar desde la popa con un marcado deterioro de los términos de intercambio del comercio exterior, era ostensible la oportunidad perdida de cambiar la matriz del desarrollo.

En paralelo, la operación “Lava Jato”, impulsada por el juez de Brasil Sergio Moro y el destape de los casos de corrupción, evidenciaron que Petrobrás se había convertido en una gran fuente financiera de corrupción de la política y de privados. A través de la empresa Odebrecht, el gigante de la construcción que prestaba servicios a la gran petrolera de bandera brasileña, se compraron funcionarios que coparticiparon los negociados con una trama empresarial extendida en al menos diez países. Un ejemplo de tantos, es el contrato frustrado para el soterramiento del tren Sarmiento en Buenos Aires.

Por otro lado, las valijas con petrodólares de Antonini Wilson, conformaron todo un capítulo de los hilos tendidos entre el chavismo y el kirchnerismo.

Las muertes de Néstor y de Chávez, las salidas de Cristina y del ecuatoriano Rafael Correa del poder, la caída de Dilma, y el encarcelamiento de Lula dejaron al régimen de Maduro aislado y acosado. Con las penurias de la población, la falta de alimentos y de medicinas, y el éxodo masivo de Venezuela, Donald Trump obtendría la excusa para apurar el derrocamiento del régimen y para sintonizar con la oposición en su estrategia geopolítica y así tener en sus manos un mayor manejo del precio internacional del petróleo. Mientras, Rusia y China siguen siendo las potencias que aún sostienen al régimen con la mirada puesta en el tablero mundial del poder.

Apoyos y repudios

Muchos de los intelectuales y políticos de por acá y de países del norte, ponderan la revolución bolivariana, pretendiendo ver en ella soberanía legítima y la dignificación del pueblo, un efecto que perduró mientras el precio del barril cotizaba de dos a tres veces más que en estos años. Con la muerte del líder, la sucesión en el poder nada pudo hacer para alcanzar los niveles de vida prometidos, mientras se acentuó el autoritarismo como garantía de perpetuidad en el poder del régimen. Los manuales indican que de este modo la única ley imperante es la del que manda, con represión y persecución, con corrupción y pobreza.

Así, la revolución se convierte en una parodia y la autodeterminación en una quimera cuando no existen voluntades libres para expresarse.

Hoy es complejo y tortuoso el camino para la verdadera liberación del pueblo, sin más sangre y sin la intervención militar extranjera alentada por el imperio a las órdenes de Trump.

El Papa Francisco, en estos días con una mirada más distante hacia Maduro, u otros mediadores internacionales confiables, podrían ser la llave de un proceso hacia la resolución pacífica del conflicto. Los venezolanos se merecen vivir tranquilos, con futuro, con una riqueza distribuida de manera equitativa, pero sin tiranos internos ni externos que tutelen discrecionalmente los recursos. Unas relaciones exteriores equilibradas y armónicas con los bloques de poder mundial tendrían que formar parte del destino del país dueño de las principales reservas de hidrocarburos convencionales. Las instituciones y la ley deberían ser el verdadero poder de un país libre y soberano.

Los recitales Aid Live y Hands off, que conforman una morbosa grieta mediática con trascendencia global, deberían dar paso a una verdadera fiesta del pueblo libre para elegir a sus representantes civilizadamente y bajo la bajo la mirada internacional como garantía, pero sin la pretendida intromisión avasallante. Esa sería la verdadera autodeterminación del pueblo de Venezuela.

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