Aunque la sirvienta nunca pudo hablar con Hitler, si tenía acceso a su habitación y se encontraba a sus órdenes, lo que provocó que pronto descubriera sus malos hábitos alimenticios. Así, pronto se dio cuenta de que, a pesar de que el dictador alemán se veía obligado a seguir una estricta dieta por sus problemas de bazo, solía escabullirse de la cama a altas horas de la noche para atiborrarse de dulces y golosinas como galletas de chocolate y bollos de crema. De hecho, hizo idear a sus cocineros una tarta conocida como «El pastel del Führer» la cual contenía una gran cantidad de nueces y pasas. Según Kalhammer, debía ser horneada cada día.
A su vez, y siempre según la entrevista publicada por «Salzburger nachrichten», Adolf Hitler sentía una pasión tan grande por el cine que hizo instalar en su residencia de los Alpes una sala privada de proyección. Allí pasaba las horas muertas disfrutando de películas protagonizadas por actrices alemanas como Marika Roekk. «Estaba totalmente hechizado por Roekk», destaca Kalhammer.
«Siempre me trató bien»
La criada trabajó para el Führer durante dos años en las salas de lavandería y costura. Además, hacía la limpieza y preparaba el té. Con todo, nunca pudo quejarse de su peculiar jefe pues, mientras muchas familias no tenían nada que llevarse a la boca, ella disponía siempre de mucha comida e, incluso, de zuma de manzana recién exprimido. «Siempre me trató bien», explica Kalhammer. Sin embargo, su labor se acabó en 1945, cuando el final de la guerra hizo que todas las sirvientas fueran evacuadas.