De la agencia AFPEspecial para UNO
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Roma. “Todas las injusticias que Caín llevó a cabo contra su hermano, toda la amargura de la traición de Judas, toda la vanidad de los prepotentes y toda la arrogancia de los falsos amigos era una cruz pesada como lo es la noche de las personas abandonadas, como la muerte de los seres queridos. Pesada porque reasume toda la fealdad del mal”, así comenzó su inesperado discurso el papa Francisco del Viernes Santo desde el Coliseo romano tras la representación de las 14 estaciones del Vía Crucis.
“En la cruz vemos la monstruosidad del hombre cuando se deja guiar por el mal, pero también vemos la inmensa misericordia de Dios, que no nos trata según nuestros pecados, sino según su misericordia. Frente a la cruz de Jesús vemos hasta casi tocar con las manos cuánto nos ama. Frente a la cruz, nos sentimos hijos y no objetos como afirmaba San Gregorio. Si yo no fuera tuyo, Cristo, me sentiría una criatura frágil”, continuó en lo que fue su segundo Vía Crucis en el Coliseo.
“Jesús, enséñanos que el mal no tendrá la última palabra, sino el amor, la misericordia y el perdón. Oh, Cristo, ayúdanos a exclamar nuevamente”, señaló.
Y concluyó: “Todos juntos recordemos a los enfermos, a todas las personas abandonadas bajo el peso de su cruz para que encuentren la fuerza de la esperanza de la resurreción y el amor de Dios”.
La proclama Bergoglio fue un discurso de apenas cuatro minutos que no estaba previsto.
Con la señal de la cruz, seguida de la introducción leída a través de un altavoz, el Sumo Pontífice, que vistió una bata blanca, dio inicio al rito tradicional del Viernes Santo en la liturgia cristiana.
El Vía Crucis rememora el camino de Cristo hacia su crucifixión y se desarrolla en el célebre anfiteatro Flavio desde la década de 1970 por deseo de Pablo VI, que recuperó esta tradición que data del Medievo y que fue abandonada con el paso del tiempo.
En la ceremonia, la cruz, portada por diferentes personas que se la van cambiando de manos, recorre el Coliseo, del que sale para pasar frente al Arco de Trajano y para llegar, finalmente, al Palatino, donde la espera el Papa.
En ese recorrido, la cruz se detiene en 14 ocasiones para leer las meditaciones, que narran el camino de Cristo hacia su muerte y que este año el papa Francisco encargó a monseñor Giancarlo Maria Bregantini, quien le dio un marcado cariz social, como el hecho de que los encargados de portar la cruz fueron inmigrantes, adictos, personas en situación de calle, enfermos y niños.
Así Bregantini pidió que se acepte “la fragilidad de los otros” y también “que no haya indiferencia hacia los caídos”.
Es necesario “no cerrar la puerta a quien golpea la de nuestras casas, pidiendo asilo, dignidad y patria”, destacó en su rezo, al que sumó: “Conscientes de nuestra fragilidad, aceptaremos la fragilidad del inmigrante”, aseveró.
Los textos también se refirieron al dolor “de todas las madres por sus hijos lejos”, por los “jóvenes condenados a muerte, asesinados o que partieron para la guerra, especialmente los niños soldados”.
Bregantini también hizo referencia a las víctimas de violencia de género: “Lloramos por aquellos hombres que descargan sobre las mujeres la violencia que tienen dentro. Lloramos por las mujeres esclavizadas por el miedo y la explotación”.
“Pero no alcanza sólo con golpearse el pecho y con sentir compasión. Jesús es más exigente. Las mujeres deben estar tranquilas, deben ser amadas como un don inviolable para toda la humanidad”, aseveró.
Bregantini dedicó la novena estación a los enfermos y la décima a los niños cuya dignidad es “violada” en ocasiones y a quienes se les reconoce, según el purpurado, en el Jesús torturado.
Luego la cruz llegó de manos del vicario de Roma, Agostino Vallini, que se la presentó al Papa, que la esperaba sentado, rezando y ataviado con un largo abrigo blanco.
Antes, el papa argentino presidió en la Basílica de San Pedro la ceremonia de la Pasión de Cristo sin pronunciar catequesis alguna.
Hoy presidirá la Vigilia pascual, uno de los actos principales de la celebración de la Semana Santa.