Hoy, a las 22, es la última función de La llamita de Raquel, un clásico del humor mendocino, en el teatro Quintanilla. Su autor es José Manuel López -más conocido como Joe López-, que desde hace 10 años vive y trabaja en Buenos Aires, en el famoso complejo La Plaza, donde los sábados y domingos (en horarios centrales) presenta sus obras de stand up, género en el cual fue precursor en nuestra provincia y del cual se ha convertido en uno de los más destacados referentes nacionales.
De temporada en la Costa Atlántica con su obra Te juro que es la primera vez que me pasa (en la cual actúa con su pareja, Xamila Denise), habló con Escenario sobre el stand up y su gran presente en la escena porteña.
-¿Te estás dedicando por entero al stand up?
-Del teatro más convencional estoy prácticamente retirado, me lleva mucho tiempo escribir stand up y subir videos a YouTube, que es una de las forma en que te mantenés en contacto con la gente, a mí me conocen fundamentalmente por ahí, algo muy positivo porque se ha democratizado mucho la llegada a la gente.
-¿Qué recordás de tus inicios en Mendoza?
-Yo siempre quise hacer lo que antes se llamaba café concert, que ahora le decimos stand up. Siempre me gustó este género y en Buenos Aires tuve muchas más posibilidades de desarrollarlo que en Mendoza.
-En esa época no era tan popular...
-Se desarrollaba en Buenos Aires de manera muy under. Lo hacía Diego Wainstein, que es como el profesor de todos los pibes que ahora hacen stand up. Cuando yo me vine entré en contacto con gente que ya estaba dando cursos y yo mismo en un momento empecé a adaptar las cosas de teatro que sabía a las técnicas del stand up y se fue armando una movida gigantesca.
-Al principio no se entendía cómo eran estas puestas, sin tanta producción o escenografía...
-Es que eso ayudó a desarrollar muchísimo el stand up, el hecho de tener mínimos requisitos de producción. Está todo centrado en el material, que sí tiene que ser muy bueno. No es fácil hacerlo si no escribís un buen texto. Hay mucha gente muy mala que lo hace un par de meses y después se retira.
-Es rescatable poner en el acento en la calidad del texto, en un mercado donde la comedia suele ir por otros rumbos...
-El stand up tiene los mismos vicios que el teatro, porque la mitad de los shows son pedorros, son un chiste boludo detrás de otros. Por ahí los que tenemos más edad somos los que encaramos otro tipo de temas, le buscamos una vuelta de tuerca para hacer un humor un poco más reflexivo. El stand up tiene como obligación ser muy divertido, porque de eso se trata. En es sentido creo que le ha ganado mucho al teatro, al menos en Buenos Aires, porque es menos pretencioso. Los que venimos del teatro casi siempre somos pretenciosos y a veces se hace un humor muy interno. Hay muy pocas comedias de situación buenas, porque se hace revista, berreta, o un humor muy críptico, muy de gente de teatro, para nosotros, que a la gente la aburre. En el medio creo que está lo que es bueno, algo con intención de que lo vea el público en general que busca una propuesta interesante.
-¿El juego de identificación en el stand up es igual o más fuerte que en el teatro convencional?
-La identificación actúa en varios niveles, uno también lo hace desde su clase social. Yo he ido a hacer eventos en lugares muy humildes y en countries muy chetos y vos te das cuenta que tenés que tener la habilidad de manejar los temas de una manera particular, para que todos se puedan identificar. Ahí está el talento del comediante. Eso uno lo aprende mucho de los yanquis de la última década: hay ciertos tipos que manejan un estilo de humor muy combativo, muy extraño y vos pensás que si lo hacés acá, te echan. Me parece que ahí retoman ciertos elementos del teatro antiguo y es que te va a movilizar: muchos se van a querer ir y otros se van a quedar. Es un intento de hacerte reír, pero no de agradarte.
-¿Se ha traducido entonces el formato a nuestro humor?
-Es el mismo proceso que ocurrió con el rock nacional: tenés que argentinizar el concepto y hacerlo tuyo. Los primeros rockeros le copiaban a Elvis Presley y después nació nuestro rock con una impronta absolutamente original. Con el stand up tiene que darse el mismo proceso, cuando sale mal es cuando la gente que lo hace trata de incorporar la forma de manera directa, hay que hacer un proceso para llevarlo a tu público. Y no es un tema menor el idioma, porque al trabajar en inglés es otro ritmo, es distinto. Nosotros tenemos palabras más largas y conceptos más rebuscados, el inglés es más sencillo. Por eso es interesante ver a los standaperos españoles, porque lo hacen muy parecido a nosotros, tiene muy buenas técnicas.
-¿Cómo es hoy el stand up argentino?
-Lo veo como el nacimiento de una nueva forma de arte, muy ligado a los nuevos lenguajes de las redes. Ese lenguaje es ingenioso, corto y hasta a veces violento, con puteadas, con las cosas que postean en Facebook. Es llevar a escena, en un espectáculo, estas nuevas formas de comunicación. Es corto y al hueso, porque es un show de una hora donde no te tenés que aburrir nunca. Es las antípodas de lo que podría llegar a hacer Alejandro Dolina -más allá de que él para mí siempre fue una guía-, porque tiene el estilo de la radio de trasnoche, con más tiempo. Este es un género más acotado, más rápido, siguiendo las nuevas tendencias.
Las malas palabras, hechos estéticos irremplazables
Memorable fue la intervención del humorista gráfico y escritor Roberto Fontanarrosa en el III Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en 2004 acerca de las malas palabras, vocablos tan denostados como queridos por millones de hablantes en todo el mundo.
¿Cuál es su presencia en el humor argentino? Joe López tiene una posición tomada al respecto: "Yo voy en esa línea, soy muy puteador y de hecho menciono la charla de Fontanarrosa en el monólogo. Para mí son una apuesta, te diría casi estética, porque no a todas las personas le quedan bien las malas palabras. A mí me gusta, lo hago y siempre me ha dado un resultado positivo. Lo que pasa es que el juego está en poder hacer chistes con puteadas o con situaciones incorrectas socialmente, pero detrás de eso siempre tiene que haber una visión inteligente de las cosas, porque si no te quedás en la puteada sola.
-Me parece que en ciertas ocasiones hasta tiene que ver con la economía del lenguaje: una sola mala palabra puede definir un hecho o una determinada carga emocional...
-Totalmente. Como decía Fontanarrosa, la puteada es irremplazable porque no se puede decir de otra manera. Para ciertos temas, la puteada da un matiz afectivo que no tiene el decirlo de manera correcta.
Los jóvenes se ríen más y las mujeres se atreven a divertir
Si bien el stand up es un espectáculo de humor, no todos nos reímos de lo mismo.
-¿La gente acepta mejor ciertas realidades cuando se ríe?
-La línea en la cual algunos comediantes transitamos por ahí no le gusta a todo el mundo. Hay gente que te pone cara de culo y se te ofende, pero es un poco la propuesta. Creo que el arte siempre tiene que ser movilizador y transgresor en algún aspecto. Esto es lo bueno que ha venido a sumar el stand up, antes el humor era más conformista.
-¿Es diferente el humor hecho por una mujer que por un hombre?
-Las mujeres tienen un humor distinto. El hombre es un poco más grotesco, la mujer tiene un humor más de identificación femenina. Que la mujer esté haciendo humor creo que es un mérito del stand up, con todos los errores que pueda tener como arte joven. Las mujeres rematan los chistes de otra manera, incluso hay algunas que debido a cierto machismo pretenden rematar los chistes como los hombres y en realidad la mujer tiene una forma muy particular de ver el humor, es mucho más sutil, más inteligente y les da más prioridad a las relaciones. Cuando se toman con humor a sí mismas muestran un mundo que a los tipos se nos escapa.